Ir al huerto
Igual que los calabacines, algo est¨¢ creciendo en los espacios populares de Barcelona y es el derecho a tener una ciudad habitable¡±
La plaza de la Farga, en Sants, suele quedar muy bien colocada en el podio de las ornamentaciones festivas. Lo trabajan con inspiraci¨®n y constancia, aprovechan los recovecos para potenciar los dise?os, as¨ª que si no ganan, quedan segundos. En Gr¨¤cia hay que hacer cola en la bocacalle como si se tratara de un museo internacional; en Sants todo es m¨¢s familiar, m¨¢s modesto. Este a?o la Farga reprodujo una cala con un pescador, y el agua de trapo se mov¨ªa impulsada por un ventilador que le daba un temblor muy divertido. La imaginaci¨®n al poder.
Los vecinos que preparan estos decorados, cosa que representa el trabajo de todo un a?o, tienen un local donde guardan el material. El espacio hab¨ªa sido propiedad de un tratante de hierros, cuando esa actividad generaba fortunas, y despu¨¦s hubo un almac¨¦n sin oficio ni beneficio, cuyo propietario cedi¨® las llaves. Fue en 1981. La finca consta de tres parcelas, dos de ellas edificadas, y un gran patio de tierra, larguirucho. Hace unos a?os, se plantearon hacer un huerto. Los huertos empezaron siendo una excusa para que los jubilados tomaran el sol: el Ayuntamiento atribu¨ªa las parcelas por turnos y los viejitos iban a plantar verdura y a recordar or¨ªgenes. Pero hoy los huertos urbanos son otra cosa: son un s¨ªmbolo. Son la primera cosa que se instala en un espacio que se reivindica, como si lo que realmente se cultivara fuera la ciudad del futuro y no los tomates y los calabacines.
Total, que se limpi¨® el espacio, se analiz¨® la calidad de la tierra ¡ªaparecieron metales pesados de toda clase y condici¨®n¡ª, se busc¨® un sistema para plantar en cubetas, se puso tierra nueva¡ en fin. Las cosechas fueron mir¨ªficas. Entonces alguien se hizo con la propiedad de las fincas en 2007, cuando la burbuja ya temblaba. Este hombre pidi¨® un macrocr¨¦dito para construir, no pudo, la entidad se qued¨® con todo y procedi¨® a mandar una nota a los hortolanos dici¨¦ndoles que se ten¨ªan que marchar en una semana. El concejal de entonces, el convergente Jordi Mart¨ª, consigui¨® extender el plazo hasta este fin de a?o. Ahora yo estoy sentada bajo una cubierta precaria y charlo, entre vegetales agobiados por el calor, con D¨ªdac, que tiene 91 a?os y es el experto: es hijo de jornaleros murcianos. Me cuenta su vida, incluso, con mirada p¨ªcara, su boda con una viuda joven cuando ¨¦l ten¨ªa 38 a?os y parec¨ªa no servir para nada, ¡°era un gan¨¤pia¡±, dice. D¨ªdac es el que le pone nombre a las herramientas que yo desconozco. Este hombre escribe poemas. Es un pay¨¦s intelectual, hecho a mano, s¨®lido, solidario, catalanista.
La experiencia del huerto es colaborativa y es una organizaci¨®n perfecta
Antoni me explica la doctrina. Alega, sonriendo, la usucapi¨®n, una figura del derecho romano que est¨¢ vigente en el c¨®digo catal¨¢n, que establece que el uso continuado durante veinte a?os da paso a la propiedad. Dos de las fincas se pueden construir, pero la del huerto, no: no vale nada, pues. No vale para la ciudad convencional, para ellos no tiene precio. El manifiesto del Hortet de la Farga habla de reapropiaci¨®n, habla de especulaci¨®n y habla ¡°de un entorno hostil como es la gran ciudad¡±, y me parecen palabras abusadas y quiz¨¢s abusivas, porque al margen de la experiencia individual, que ah¨ª cabe todo, Barcelona no es exactamente una ciudad hostil. Le pregunto a Antoni si estamos ante dos ciudades en pugna. No, dice: estamos en una ciudad en transformaci¨®n. Esa definici¨®n me gusta m¨¢s. Igual que los calabacines, algo est¨¢ creciendo en los espacios populares de Barcelona y es el derecho que ellos definen como ¡°a tener una ciudad habitable¡±. ?Qu¨¦ le falta?, pregunto. ?rboles, contesta.
La experiencia del huerto es colaborativa y es una organizaci¨®n perfecta. Le compran el agua a los jubilados que viven al lado, calculando el gasto de cada uno. Trabajan en horarios pactados, se reparten la cosecha. ?Reapropiaci¨®n? ?Nueva ciudad? Me sugieren que pase por Can Vies, que hay una carrera de carromatos, unos artefactos que usan el desnivel de la calle para coger velocidad, entre risas y aplausos. Hay mucha gente y mucha juventud vestida de negro, en perfecta armon¨ªa. En la pared, una pintada: Somos la mala hierba que crece entre las ruinas. El barrio como tr¨¢nsito entre el espacio privado y el espacio an¨®nimo que es la ciudad toda. Justo aqu¨ª est¨¢, a la espera de ser inagurado, el caj¨®n de las v¨ªas que ser¨¢ un jard¨ªn rarillo. Ya han plantado los ¨¢rboles, por cierto.
Patricia Gabancho es escritora
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