Los demonios catalanes de Tarradellas
Jordi Pujol, ?mnium Cultural y Montserrat aparecen como ¡®obst¨¢culos¡¯ del presidente en el exilio entre sus papeles de 1954 a 1977, publicados ahora en libro
¡°El Sr. Albert no es federal ni federalista. Cree que Catalu?a debe hacer un contrato con el Estado espa?ol a base de dar la menor cantidad de molestias a los castellanos (¡) En ning¨²n caso Catalu?a ha de desgastar su posici¨®n adoptando posiciones rom¨¢nticas y de escaso porvenir (¡) Hay que evitar la producci¨®n de estados pasionales catastr¨®ficos. Dijo repetidamente que l¡¯Esquerra hab¨ªa logrado el Estatuto por una sola causa: la amistad personal que uni¨® a Maci¨¤ con Alcal¨¢ Zamora (¡). La cuesti¨®n consiste, pues, seg¨²n el Sr. Albert, en resolver el problema con la menor cantidad posible de estragos morales, pol¨ªticos y materiales. Eso obligar¨¢ a no hinchar la cuesti¨®n y, a pesar de mantener la dignidad, m¨¢s bien a reducirla¡¡±.
El Sr. Albert es, ni m¨¢s ni menos, un Josep Tarradellas que hab¨ªa recibido por espacio de 22 horas, entre el 21 y el 23 de junio de 1960, al redactor del informe, ni m¨¢s ni menos (tambi¨¦n) que Josep Pla. El mensaje del entonces presidente de la Generalitat en el exilio, en el que se ratificar¨¢ 16 a?os despu¨¦s ante Alfonso Osorio, ojeador de Adolfo Su¨¢rez (¡°Catalu?a no debe ser incordiante en el conjunto pol¨ªtico espa?ol¡±), contrasta con la realidad catalana de 2015. Eran otras personalidades y actitudes en circunstancias diametralmente opuestas, aunque no exentas de tensiones poco conocidas, como el amor-desamor entre Tarradellas y Jordi Pujol, o la inmensa desconfianza de aquel hacia supuestos aliados como ?mnium Cultural o Montserrat¡ Todo ello est¨¢ en Josep Tarradellas. L¡¯exili 2: 1954-1977 (Dau), nueva entrega de una indirecta biograf¨ªa necesaria del presidente de la Generalitat en que se ha convertido la publicaci¨®n de su ingente archivo custodiado en Poblet.
Tarradellas parece, en esos 23 a?os, la encarnaci¨®n orteguiana del hombre y sus circunstancias. Una tormenta perfecta a partir de los acuerdos de Espa?a con EEUU y el Vaticano (ambos de 1953) y el inminente reconocimiento de las Naciones Unidas (1955), las consecuencias del perfil bajo de la Generalitat por la enfermedad del presidente Josep Irla y la miseria de recursos convierten la Generalitat en una instituci¨®n invisible cuando en el verano de 1954 Tarradellas accede a su presidencia.
Pragm¨¢tico y con excelente pituitaria pol¨ªtica, Tarradellas se da cuenta de que el exilio se derrite: por envejecimiento f¨ªsico y mental y por los nuevos aires que corren ya en el interior de Catalu?a, de donde est¨¢ siempre bien informado, como constata el historiador Carles Santacana, responsable de la proteica introducci¨®n del volumen y del de su entrega anterior (Josep Tarradellas. L'Exili 1: 1939-1954).
En un contexto de frontera delgad¨ªsima entre la instituci¨®n y la persona (siempre se mostrar¨¢ contrario a formar gobierno en el exilio o acabar¨¢ convirtiendo la boda de su hijo en un acto de estado), Tarradellas traza un doble plan cuyo ¨²nico denominador es que la Generalitat (o sea, ¨¦l) es el ¨²nico interlocutor v¨¢lido para tratar con Catalu?a y evitar diluirse en plataformas espa?olas. La pol¨ªtica exterior pasar¨¢ por un primer viaje en 1956 a M¨¦xico, patria grande de la Catalu?a exiliada que sustenta econ¨®micamente la instituci¨®n. En su pol¨ªtica interior apostar¨¢ por el imparable historiador Jaume Vicens Vives como su hombre fuerte, convencido de que ni su Esquerra Republicana ni la Lliga sirven ya. La primera reuni¨®n, de noviembre de 1959, no puede ir mejor: le reserva la interlocuci¨®n con la iglesia catalana de la que no goza. Piensa crear un miniequipo: ¨¦l se ocupar¨ªa de la organizaci¨®n pol¨ªtica y la relaci¨®n con la CNT, que cree capital para controlar el obrerismo; para sondear a la burgues¨ªa ten¨ªa a Manuel Ort¨ªnez y para cuestiones econ¨®micas, a Joan Sard¨¤, en el servicio de estudios jur¨ªdicos del Banco de Espa?a desde 1956, y a Domingo Valls i Taberner, silencioso pero gran mecenas de la Generalitat.
Todo se va al garete con la inopinada muerte de Vicens Vives el 28 de junio de 1960, que deb¨ªa estar ya seriamente enfermo en aquel primer encuentro. El mazazo es tremendo: con su desaparici¨®n se va ¡°el mejor soldado con que contaba hoy Catalu?a¡±, escribe Tarradellas. Y llega en el peor momento porque Vicens Vives era un buen amigo del abad Escarr¨¦ de Montserrat, monasterio tambi¨¦n espiritual de Catalu?a que, cree Tarradellas, con su actitud como espacio de libertad independientemente de ideolog¨ªas y sus comprometidas actividades culturales (incluida la revista Serra d¡¯Or, nido de marxistas, seg¨²n un siempre anticomunista Tarradellas ya desde la guerra civil y a¨²n m¨¢s con la Guerra Fr¨ªa) se est¨¢ significando con exceso. ¡°Es absolutamente necesario despolitizar Montserrat¡±, le escribir¨¢ al abad. S¨®lo faltaron las declaraciones de ese a Le Monde, que no dud¨® en calificar de ¡°Un Sis d¡¯Octubre¡± y fruto de la ingenuidad del abad, manipulado por monjes afines a esos ¡°paraguayos¡±, como definir¨¢ a los comunistas siempre.
Montserrat era, en su lectura, la punta del iceberg de los peligros internos de Catalu?a y que ten¨ªa en ?mnium otro gran demonio. La desconfianza ante la entidad parece estar en sus promotores: ¡°Cree que son franquistas catalanes, ganadores en 1939 y que no forman parte de la burgues¨ªa tradicional, nuevos ricos con la dictadura y que ahora no pueden ser antifranquistas¡±, explica Santacana. Teme que, como la promoci¨®n de la lengua viene a trav¨¦s de la burgues¨ªa ¡°de la Gallina Blanca, Flo?d y otro grupos de presi¨®n¡±, escribe, se vuelva a los tiempos de aquel lerrouxismo en el que ¡°muchos trabajadores ve¨ªan en los que defend¨ªan nuestros valores espirituales a sus peores enemigos¡± y que se identifique de nuevo ¡°la lengua catalana como la de la burgues¨ªa¡±, le escribe a Pujol en abril de 1970. Y le recuerda el fiasco del recibimiento al poeta Josep Carner, donde se esperaban 20.000 catalanes y fueron 300. ¡°Qu¨¦ fracaso m¨¢s espantoso¡±, constata, como antes se ha quejado de que hagan campa?a a favor del Gobierno ingl¨¦s ¡°para imposibilitar las reivindicaciones imperialistas de Espa?a de apoderarse de Gibraltar¡±.
Hab¨ªa una raz¨®n oculta, y quiz¨¢ m¨¢s ajustada al miedo real, en las reticencias del pragm¨¢tico Tarradellas hacia ?mnium: la entidad acud¨ªa a los exiliados de Par¨ªs y Am¨¦rica Latina para recaudar fondos, lo que restaba posibilidades a ¨¦l de obtenerlos. ?mnium le quitaba visibilidad pol¨ªtica y econ¨®mica. Tambi¨¦n ese aspecto incidi¨® en las relaciones con Pujol, ese joven al que quer¨ªa conocer como le pide en su primer contacto escrito, el 13 de enero de 1965, ¡°para estudiar a fondo la situaci¨®n de nuestro pa¨ªs y las posibilidades que a¨²n tenemos para evitar que caiga en algunas de las trampas que le rodean¡±.
A pesar de ese inter¨¦s y de considerarle ¡°el joven mejor preparado de su generaci¨®n¡±, ¡°el mejor conocedor de lo que pas¨® en 1936¡±, de ¡°fervoroso patriota, buena persona e inteligente¡± tras verse el 20 y 21 de marzo de 1970, Pujol acabar¨¢ formando parte de la mal¨ªsima trinidad tarradelliana: Monserrat, ?mnium y Banca Catalana, comunistas aparte. Justamente por haberse dejado manipular por estos le ve ¡°demasiado ingenuo¡±. ¡°En sus notas personales de 1970 recuerda que Vicens Vives le dijo que Pujol era ¡°intolerante y fan¨¢tico¡±. Y concluye: ¡°Mi temores a que Banca Catalana un d¨ªa tendr¨¢ un fuerte traspi¨¦s son hoy m¨¢s convincentes que nunca¡±. Ya en democracia, el miedo ¨²ltimo, el real: ¡°?El Sr. Pujol hoy d¨ªa cree que puede representar Catalu?a porque los comunistas le dan su apoyo total?¡± (diciembre de 1976, al periodista Manuel Ib¨¢?ez Escofet).
De nuevo se mezcla lo personal y lo institucional: Tarradellas y la Generalitat pasan por una situaci¨®n econ¨®mica delicad¨ªsima. Instalado en Saint-Martin-Le Beau desde el verano de 1955 tras la muerte de su padre, malvivir¨¢ en parte de la explotaci¨®n de los vi?edos de este en Clos-de-Mosny. Sobre la finca llegar¨¢n a pesar hasta cinco hipotecas, todo para no perder (¨¦l o la instituci¨®n) su sagrada independencia pol¨ªtica, lo que le lleva a rechazar una oferta de una fundaci¨®n, v¨ªa Pujol, para vender su archivo. Ya se hab¨ªa deshecho, a rega?adientes, de parte de su biblioteca (2.600 vol¨²menes, al historiador Herbert Southworth) y de un cuadro de Dal¨ª (por 6.251 d¨®lares, a un canadiense). Le molest¨® que una de las veces le enviara para negociar a su esposa, Marta Ferrusola. ¡°La propuesta era realmente buena y usted sabe que no comportaba contrapartida pol¨ªtica¡±, le escribe Pujol en julio de 1973, que ya hab¨ªa aportado 250.000 pesetas a la Generalitat, en ¡°una contribuci¨®n personal m¨ªa¡±, le aclara. Tarradellas, celoso de su independencia y desconfiado pol¨ªtico, aunque apurado, hab¨ªa preferido vender el Clos a la casa Taittinger.
¡°Pujol siempre tendr¨¢ un inter¨¦s relativo en ver a Tarradellas: ?en condici¨®n de qu¨¦?, porque le daba un car¨¢cter simb¨®lico a su presidencia¡±, interpreta Santacana, que recuerda que ¡°Su¨¢rez tuvo la tentaci¨®n de privilegiar como interlocutor catal¨¢n a Pujol; ah¨ª el presidente en el exilio sufri¨®¡±. Por eso se esforzar¨¢ para causar gran impresi¨®n a Andr¨¦s Cassinello, el teniente coronel que env¨ªa el gobierno espa?ol para sondear una negociaci¨®n. ¡°Tarradellas irradia dignidad¡± es la primera frase del brillante informe del militar, de noviembre de 1976, al que no se le escapa la precariedad en la que vive. Tarradellas se mover¨¢ bien: le dir¨¢ que el Rey Juan Carlos es ¡°una realidad perdurable¡± (contrariamente a su carta abierta de 1975 cuando la muerte de Franco: ¡°monarqu¨ªa inadmisible¡±; ¡°los catalanes queremos la Rep¨²blica¡±) y se mostrar¨¢, de nuevo, pr¨¢ctico: se conformar¨ªa, para empezar, con las atribuciones de las que gozaba Juan Antonio Samaranch como presidente de la Diputaci¨®n de Barcelona ¡°pero con los Mozos de Escuadra¡± y que quer¨ªa seguir negociando ¨¦l y ya con el Gobierno porque cree que ¡°su autoridad moderar¨¢ las posturas, que su instituci¨®n salvar¨¢ el enfrentamiento entre Catalu?a y el resto de Espa?a¡±. Una, vista hoy, pragm¨¢tica obsesi¨®n.
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