Cuando la m¨²sica es lo de menos
Chris Brown se dej¨® ver en Sutton en un acto de vago contenido musical y marcado acento 'voyerista'
?La m¨²sica?. ?Para qu¨¦ sirve sin con ver al artista de cerca basta? Cuando las redes sociales se imponen, imponen algo m¨¢s que la facilidad de comunicaci¨®n y la interconexi¨®n, imponen los segundos de gloria, el hedonismo visual, el orgasmo ocular, poder ense?ar que se est¨¢ donde se debe de estar, cerca de la gloria. Lugar: Sutton, una noche de viernes. Sala llena. Suena hip-hop blandito, mel¨®dico. M¨¢s tarde sonar¨¢ el ¨²ltimo Bieber y el primerizo Kanye West. Gente de todo el mundo se exhibe como si lo ¨²nico que contase fuese ser visto. Se consume a destajo, pero no por consumir, sino por ser visto haci¨¦ndolo. Las botellas vienen y van, tama?o magnum, acarreadas por se?oritas con bengalas que protagonizan burdas caravanas de alcohol con destino a las peceras que funcionan como reservados para los intocables, que no invisibles. Algunas han costado 10.000 euros. La infanter¨ªa, a partir de 45 euros. Chris Brown, artista de rhythm and blues y hip-hop con carrera de pendenciero y ¨¦xito decreciente, sigue siendo popular. Se estrena en Espa?a. Dicen que se trata de un concierto. Que no lo acabe siendo carece de importancia. Se trata de estar all¨ª.
Una patrulla de titanes de seguridad privada se tocan la oreja al hablar entre ellos. Custodian una puerta. Hay fans que se apuestan frente a ella. Pasan quince minutos de la una de la madrugada. En las peceras que funcionan como reservados se impone un ambiente que recuerda a un h¨ªbrido de series protagonizadas por malotes, un cruce entre formas italianas y caribe?as de ostentaci¨®n. Los m¨®viles tienen el tama?o de un panel solar. Los habitantes de la pecera/escaparate/reservado celebran estar all¨ª bebiendo incluso a morro champagne que puede costar hasta 3.000 euros. M¨¢s tarde se subir¨¢n con la botella a las mesas como emborrachados con Don Sim¨®n. M¨¢s se?oritas con bengalas anuncian que llegan m¨¢s botellas. La discreci¨®n es un pecado capital. Incluso la misma presencia de los titanes de seguridad hace conjeturar que tras la puerta que custodian est¨¢ ¨¦l, el esperado, Chris Brown. En las redes ha dicho que quiere ir de marcha con los catalanes. No le han debido contar que el nativo es contenido. No importa, para ¨¦l todos son catalanes esta noche, o coreanos, o dominicanos, o ingleses. ?qu¨¦ m¨¢s da?, ?acaso no hay chicas guapas en todo el mundo?
Las peceras funcionan como reservados para los intocables, que no invisibles;? algunas han costado 10.000 euros
No se sabe a qu¨¦ hora va a comenzar la actuaci¨®n. Se dice que sobre las 2 d ela madrugada. Y as¨ª es, pero en realidad lo que comienza s¨®lo es el ritual. Un barullo de hormiguero fumigado concentra las miradas en un pasillo que hay tras la cabina del dj. Aparecen los amigos de la estrella, que se mueven de un lado a otro mientras la concurrencia intenta ver a Chris, que sin duda debe estar por all¨ª. Como no es muy alto, cuesta verle. Los m¨®viles emergen sobre las cabezas en busca de su objetivo. Al final alguien grita: "?Es el de la gorra blanca!". Y s¨ª, es ¨¦l. ?Que para qu¨¦ ha salido del camerino? Pues s¨®lo para dejarse ver. Su paseo es fugaz. Una vez concluido el pase¨ªllo, su cohorte se queda en la zona, tras la cabina. Uno de ellos fuma impunemente algo fino y largo. Cualquiera le dice algo, es amigo de Chris Brown. Se entreabre otra puerta y contra la luz de fondo se recorta un joven con un perro sobre los hombros. S¨®lo falta la mujer barbuda y un tragasables. Un ej¨¦rcito de currantes se afanan en preparar algo tan sofisticado, complejo y delicado como el equipo del dj que acompa?ar¨¢ a la estrella. M¨¢s tarde se ver¨¢ que con un casete bastar¨ªa, pero esa es otra historia. La cosa es hacer bulto y barullo. Un-no-s¨¦-qu¨¦ de Berlanga flota en el aire.
El p¨²blico ya se ha concentrado frente a la cabina del dj. Aparece la estrella. Camiseta negra con un conejito de playboy que por detr¨¢s luce conejazo con el nombre de la marca. Pintiparado: Joyrich. A las primeras de cambio se ve el sentido del asunto: no se trata tanto de un concierto como de un acto promocional. Todo est¨¢ grabado, cosa que en hip-hop no es anatema, pero es que Chris apenas susurra, su voz est¨¢ sepultada por las voces grabadas y cuando deja de cantar apenas se nota la diferencia. Pero de igual manera que nadie le pide a Cristiano Ronaldo que meta un gol mientras firma aut¨®grafos, tampoco nadie le pide a Chris que haga algo m¨¢s que moverse y lucirse. Gasta unas pulseras que deben representar el producto interior bruto mensual de Ecuador. Un colgante que en la distancia parece tener forma humana cumple con su papel: desde cualquier lugar de la sala se sabe que es muy caro.
A la hora se va; no est¨¢ de gira pero se ha levantado un buen dinerito, ha bebido del champagne m¨¢s caro, solicitado as¨ª, y se ha ense?ado para que los asistentes ense?en que le han visto. ?La m¨²sica? Tanto da
Entonces llega la sesi¨®n de culturismo. Chris se quita la camiseta y aparece un cuerpo tatuado y musculoso. Hay algo de grosero en la exhibici¨®n. La densidad de m¨®viles en vilo se multiplica hasta el punto que no se puede ver el escenario. A este paso se habr¨¢ de regular su uso. El propio Chris solicita que no se grabe tanto y los m¨®viles pierden, temporalmente, algo de altura, situ¨¢ndose justo por encima de la cabeza de quien est¨¢ delante. El artista comienza a despedirse a los 15 minutos de ?concierto? y dice cosas bonitas sobre las chicas bonitas all¨ª presentes. Aparece m¨¢s tarde un chaval que se pone a simular que baila, o igual es que baila de verdad un nuevo estilo que consiste en parecer que bailas fatal. Lleva una camiseta que dice algo as¨ª como "Basta de adorar ratas". Un forzudo enorme con toalla al hombro le dice que se quite la camiseta. Le da otra con el logotipo de los Bulls, algo que frustra lecturas indeseadas.
Chris se sigue despidiendo y alterna hits con baladas que desconectan al personal de sus m¨®viles. En la pista, dos espectadores deciden no pedir permiso para pasar entre la multitud, simplemente empujan y dos se?oritas son tiradas al suelo, avasalladas por estos orcos del viernes noche. Una vez han pasado, ellas se levantan con cara de sorpresa. Un instante despu¨¦s una norteamericana se pone a estirar del pelo a una espectadora local por una banalidad. ?sta se defiende. La escena es tremebunda, dos mujeres estir¨¢ndose de los cabellos. "?Aqu¨ª es siempre as¨ª el ambiente?". "No, hoy est¨¢ lleno de guiris", dice una de las amigas de la agredida, que en un rinc¨®n se hunde en el llanto presa de los nervios. Chris dice m¨¢s cosas sobre las chicas, en su habitual tono fumado. A la hora se va. No est¨¢ de gira pero se ha levantado un buen dinerito, ha bebido del champagne m¨¢s caro, solicitado expresamente as¨ª, y se ha ense?ado para que buena parte de los asistentes ense?en que le han visto, que han estado donde ¨¦l estaba. ?La m¨²sica? Tanto da, es lo de menos en tiempos de celebridades y eventos.
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