El chascarrillo
La informaci¨®n exige tiempo y dinero y la gente se ha acostumbrado a la inmediatez y a lo gratuito
No consigo salir de la rotonda en la que me met¨ª desde que fui consciente de mi extrav¨ªo period¨ªstico, hasta que me acuesto con el libro N¨²mero Cero. Ahora que ya soy mayor, y menos ¨²til, pido perd¨®n cada noche a Umberto Eco por haber renegado de su obra cuando era alumno de la UAB. Nada me aborrec¨ªa m¨¢s que sus tratados de Semi¨®tica, indescifrables para un joven que prefer¨ªa la hierba del campus o el bar de la facultad a unas aulas que solo se llenaban cuando se convocaba la asamblea de cada semana en Bellaterra.
El periodismo era entonces un oficio vocacional que se aprend¨ªa en la calle y con un poco de suerte en semanarios como de El 9 Nou, un laboro instructivo y tambi¨¦n agradecido porque al tiempo te permit¨ªa ejercer de corresponsal en Osona para Europa Press y Mundo Diario junto con Salvador Sala. La prensa de proximidad siempre funcion¨® mejor cuando se ha tenido la tarjeta de un medio de Barcelona. Algunos ni siquiera necesitaron acabar la carrera, desertores en cuanto les obligaron a asistir a clase de asignaturas tan sesudas como la de la teor¨ªa de los signos.
El t¨ªtulo no garantizaba ning¨²n puesto de trabajo si no iba acompa?ado de una cierta experiencia y voluntad de aprendizaje, porque la redacci¨®n funcionaba igual que un taller artesanal en el que cada mesa era un Vietnam, palabra de Huertas Claver¨ªa divulgada por Enric Gonz¨¢lez. La vida consist¨ªa en ir cada d¨ªa al mismo sitio, entrar en la misma sala y preguntar a la misma gente, hasta que nadie te pod¨ªa eludir ni mentir, como afirma David Simon en una entrevista en Jot Down. Aquella era una faena profesional y remunerada para licenciados o no en la UAB.
El negocio ha funcionado largo tiempo para los empresarios y los periodistas, c¨®mplices en la riqueza de una f¨®rmula contra natura: vend¨ªa m¨¢s un tenedor del Bar?a que una noticia del Bar?a, escribi¨® Miguel Rico. Las promociones reventaron, la publicidad cay¨® y la informaci¨®n se diversific¨® y pluraliz¨® tanto que el ciudadano ya no siente la necesidad de comprar el peri¨®dico, m¨¢s consumidor que lector, convencido de que el papel se muere o le matan, apilado en los supermercados, sustitutos tambi¨¦n de unos quioscos que cada vez venden m¨¢s de todo menos diarios.
Las nuevas tecnolog¨ªas han cambiado la demanda y obligan a variar la oferta, circunstancia que condiciona un proceso de producci¨®n muy complejo. La informaci¨®n exige tiempo y dinero y la gente se ha acostumbrado a la inmediatez y a lo gratuito. As¨ª que a los viejos redactores no nos queda m¨¢s remedio que pasarnos al mundo digital, pedir ayuda a los j¨®venes o rendirnos. La integraci¨®n no es f¨¢cil, no est¨¢ resuelta en ning¨²n sitio, y a menudo pone en riesgo el oficio de periodista como tal, cada vez m¨¢s vulnerable y fr¨¢gil, ca¨ªdo al final en la red.
Hay un s¨ªntoma muy claro: a menudo es mejor tener un chascarrillo que una noticia. Una an¨¦cdota bien contada cunde m¨¢s que una informaci¨®n que hay que contrastar, gestionar, jerarquizar, defender y decidir d¨®nde va, cosa cada vez m¨¢s complicada porque las secciones cl¨¢sicas desaparecen en favor de apartados gen¨¦ricos, almacenes en que caben de todo, como en la web, que come sin parar ¡ªde d¨ªa y de noche¡ª, y de quien sea ¡ªperiodistas o no¡ª solo pendiente de unos clics que no se sabe muy bien de qu¨¦ manera se cuentan; igual pasa con las audiencias en las radios y las televisiones, con las que ahora los diarios compiten hasta en los directos.
Las empresas no paran de contratar a personal especializado en los nuevos contenidos, profesionales doctorados, m¨¢sters cualificados que van y vienen en busca de que el flujo de informaci¨®n online produzca beneficios, y no reparan tanto en cambio en la incorporaci¨®n de periodistas, menos si son de clase media, porque hoy el protagonismo recae sobre todo en la mano de obra barata y en las firmas nobles, columnistas capaces de dar brillo desde su port¨¢til a la ¨²ltima p¨¢gina o a la portada.
La m¨¢quina de encargar engorda en la misma proporci¨®n que la de producir adelgaza; las redacciones se encogen y se ampl¨ªa la externalizaci¨®n; se dedica m¨¢s atenci¨®n a lo que los dem¨¢s han colgado en Internet y se emplea m¨¢s tiempo en etiquetar y empaquetar que en buscar exclusivas. Todos copiamos de todos, vemos lo mismo, y ya no nos levantamos con el miedo a que la competencia nos haya dejado en fuera de juego ni la esperanza de que nosotros le hayamos colado un gol, quiz¨¢ porque perdimos la capacidad para valorar la informaci¨®n y ya no sirve la cultura de empresa.
A veces incluso escribimos cosas en un sitio del diario que ponen en riesgo las que se cuentan en el de al lado, a pesar de que estamos m¨¢s controlados que nunca por los lectores, por las redes sociales y por el periodismo ciudadano. La sensaci¨®n es que todo el mundo sabe mucho m¨¢s que nosotros, invadidos por la propaganda y la comunicaci¨®n corporativa, atrapados en el show y el espect¨¢culo; el entretenimiento.
Aunque de joven seguramente me habr¨ªa apuntado a esta revoluci¨®n, de mayor, ahora que he entendido a Eco, aplaudo a los que defienden que el periodismo pueda seguir siendo una cosa muy seria, en el formato que sea. Yo estoy a favor de Internet, de las nuevas tecnolog¨ªas, de las aplicaciones y del Periscope de Piqu¨¦, naturalmente, pero m¨¢s que contribuir a su publicitaci¨®n me gustar¨ªa poder contar lo que el jugador del Bar?a no quiere que se sepa, porque eso es la noticia, y eso lo aprend¨ª tambi¨¦n en el diario en el que trabajo, yo y los que aborrec¨ªamos la Semi¨®tica. El problema no es el papel sino el periodismo, el negocio y la formaci¨®n.
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