La libertad y la ley
Todo lo que viene de fuera del marco institucional resulta sospechoso. La democracia deja de ser un espacio de lucha contra el abuso de poder para convertirse en un sistema de encuadramiento ciudadano
1. ?Qui¨¦n manda? ¡°Una alianza en la que encontramos fuerzas arcaicas, reaccionarias y regresivas (econ¨®micas, religiosas y pol¨ªticas) y fuerzas progresistas de cambio radical (lideres empresariales, innovadores tecnol¨®gicos y cient¨ªficos), cuyas esfuerzos han contribuido a distanciar paulatinamente a la sociedad contempor¨¢nea de su pasado¡±. La respuesta es del fil¨®sofo americano Sheldon Wolin. ?l lo llama superpoder, pero encajar¨ªa perfectamente en la idea de ¨¦lite tan recurrente en el lenguaje pol¨ªtico actual.
Es una relaci¨®n simbi¨®tica, en que lo religioso, lo arcaico, aporta certezas y ayuda ¡°a neutralizar el poder de los muchos¡±. El poder corporativo necesita estabilizadores para que sus procesos de cambio no descarrilen. Y en esta simbiosis se produce una transmutaci¨®n doble del poder corporativo y del Estado. El primero, ¡°se vuelve m¨¢s pol¨ªtico¡±; el segundo, ¡°m¨¢s orientado al mercado¡±. Y as¨ª se configura la verdad del momento: los mercados tienen la ¨²ltima palabra y no hay alternativa. ¡°Mi poder aumenta¡±, dice Wolin, ¡°si una descripci¨®n del mundo que es producto de mi voluntad es aceptada como real¡±. De esta realidad, emana la democracia dirigida actual, que desde 2008 ha entrado en crisis.
Frente a este superpoder, est¨¢ lo que Wolin llama la democracia fugitiva, la forma de expresi¨®n pol¨ªtica de los que no tienen ocio ni poder, que de vez en cuando dejan o¨ªr su voz. Lo hemos visto con los movimientos sociales surgidos de la indignaci¨®n, que han ayudado a hacer visibles los desastres y los disparates que han producido la gran fractura social actual. Pero hay serias dudas sobre la consistencia y continuidad de estas reacciones pol¨ªticas, con fondo de irritaci¨®n moral. Cuando han intentado el paso a la pol¨ªtica institucional, superado el furor de la irrupci¨®n inicial, adem¨¢s de las dificultades de luchar contra el rechazo que generan en el poder realmente existente, sufren para encontrar un equilibrio entre eficacia estrat¨¦gica, unidad de acci¨®n y articulaci¨®n de la diversidad ideol¨®gica y cultural de origen. Lo vemos estos d¨ªas en Podemos.
La pol¨ªtica es el espacio en que la libertad adquiere su dimensi¨®n p¨²blica. Y, sin embargo, es cr¨®nica la infravalorizaci¨®n de lo que Ulrich Beck llamaba ¡°el poder de los impotentes¡±. Todo lo que viene de fuera del marco institucional es susceptible de sospecha. La activaci¨®n de la ciudadan¨ªa incomoda. Y cuando alguien rompe la indiferencia se le se?ala como antisistema, una manera de poner una barrera entre ¨¦l y el com¨²n de ciudadanos resignados, que es lo que el modo de gobernanza actual pretende producir en serie.
2. La consecuencia de ello es la sacralizaci¨®n de la legalidad. La libertad es la ley. Y la ley es la moral (todo lo legal es moral) ?sta es la reducci¨®n que se ha operado en las democracias desde los a?os 80. Una disoluci¨®n del juicio moral, sim¨¦trica de la pretensi¨®n de superioridad moral de algunas sectarismos de derecha o de izquierda. Un malabarismo de la alianza entre lo reaccionario y lo progresista, que intelectuales anta?o cr¨ªticos defienden apasionadamente con reactivas respuestas a quienes osan cuestionarlo, como si fuera el mejor de los mundos posibles.
Se trata de una alarmante confusi¨®n de planos, que otorga a lo que es convencional ¡ªlas reglas del juego convenidas en un momento dado¡ª un valor fundamental, restringiendo pavorosamente la perspectiva cr¨ªtica; que rechaza cualquier juicio moral sobre lo que es legal, beneficiando la impunidad de los excesos del poder econ¨®mico (este es el sentido inconfesable de la insistente apelaci¨®n a la seguridad jur¨ªdica); y que convierte en subversivo cualquier intento de cuestionar la legalidad, salvo que sea a impulso de los que mandan.
La democracia deja de ser as¨ª un r¨¦gimen abierto a la libertad y a la lucha contra el abuso de poder, para convertirse en un sistema m¨¢s de encuadramiento ciudadano, en que la ley no define un espacio compartido, sino un territorio de dominaci¨®n. La ley no es el poder de los que no tienen poder, sino un instrumento de poder para mantener al ciudadano en unos l¨ªmites estrictamente roturados, reducida a la condici¨®n de hombre unidimensional portador de intereses econ¨®micos, como ¨²nico horizonte de su realizaci¨®n personal. Y el malestar toma la forma del rechazo al otro ante la quimera de la espiral del consumo que reduce el deseo a pura pulsi¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.