Intimidad p¨²blica
Con esta onda de los tel¨¦fonos inteligentes me siento incluido en apasionantes intimidades ajenas
No logro acostumbrarme a caminar entre personas que van hablando a solas; ya s¨¦ que ¡ªa diferencia de los dementes de anta?o¡ª los parlantes de hoy llevan aud¨ªfonos que revelan su estado de conversaci¨®n. No son soliloquios, sino conversaciones telef¨®nicas que simplemente no pudieron aplazarse y se realizan a la vista y o¨ªdos del mundo. Parecer¨ªa que hay muchos personajes al habla que en realidad est¨¢n fingiendo: el que farda millones o la que finge cortejos amorosos quiz¨¢ para impresionar al incauto pr¨®jimo o, como me sucede a menudo, hay quienes van hilando unos cuentos dignos de antolog¨ªa a los que simplemente no puedo dejar que se alejen. Confieso que he seguido a prudente distancia a la se?ora que iba narrando paso a paso los enga?os de su cu?ada y que he bajado del autob¨²s (a 10 calles de mi destino) para no perderme el desenlace de una historia hilarante donde un camarero narraba al vac¨ªo las tribulaciones y pendencias de una paella que acababa de servir para un grupo de turistas japoneses.
Se supone que la intimidad es una suerte de espacio espiritual privado, una compacta neblina reservada de una sola persona o grupo, y seg¨²n la Real Academia, de manera especial en las familias, pero con esta onda de los tel¨¦fonos inteligentes en este mundo tan lleno de tonter¨ªas me siento incluido (o, por lo menos, involuntariamente considerado) en apasionantes intimidades ajenas. Aunque fing¨ªamos sordera o intensa concentraci¨®n en el paisaje, por lo menos 11 pasajeros del autob¨²s de ayer ¨ªbamos ardientemente prendidos con la minuciosa enciclopedia er¨®tica que iba lentamente verbalizando una rara dama, muy maquillada, que hablaba en voz alta sobre los envidiables laberintos de su erotismo y, de paso, revelaba s¨ªntomas precisos sobre la sexualidad de su pareja. Estuve a punto de preguntar cosas que me resultaban incomprensibles, pero me abstuve por verg¨¹enza (m¨¢s por la concurrencia, que por la tentadora perversa que parec¨ªa gozar con sus miradas insinuantes su raro tipo de voyeurismo).
Donde s¨ª la regu¨¦ fue durante un largo recorrido nocturno donde un joven pasajero ¡ªsentado a mi lado¡ª no tuvo empacho en compartir la conversaci¨®n en la que se desviv¨ªa por pedirle perd¨®n a quien supuse que era su novia (a mi parecer, necia e injusta, cruel y ciertamente abusadora). El joven le hablaba ¡ªsin reclamo, pero con lagrimitas¡ª de los regalos que le hab¨ªa hecho y de una vieja infidelidad que ¨¦l hab¨ªa perdonado cuando eran estudiantes. Viendo que llevaba las de perder, ped¨ª la parada, me levant¨¦ y me met¨ª en el rollo, sugiri¨¦ndole ¡°Dile que la amas¡±, a lo que otro pasajero (un adormilado anciano que viajaba en un asiento pegado a la puerta) me respondi¨®: ¡°?Si estoy hablando con mi sobrino, jo¨¦!¡± y me remat¨® con un ¡°?Metiche!¡±.
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