?Prohibimos ese libro en la biblioteca?
Generalitat y bibliotecarios se plantean crear un protocolo de actuaci¨®n ante el incremento de las presiones para vetar y censurar productos culturales
El joven airado asegur¨® que si el libro El ala radical del Islam segu¨ªa all¨ª en 15 d¨ªas, lo quemar¨ªa. Otro usuario protest¨® porque se hab¨ªa dejado una sala para que conferenciara Arnaldo Otegi. Un tercero, portavoz de m¨¢s vecinos, acus¨® a la direcci¨®n de querer islamizar la ciudad porque se hab¨ªan introducido libros en ¨¢rabe¡ Tambi¨¦n hay concejales que reclaman diarios de Madrid, pol¨ªticos que exigen m¨¢s libros sobre cristianismo y otros que demandan la presencia de ejemplares firmados por tal o cual presidente¡
Son todos casos que se han dado en bibliotecas p¨²blicas de Catalu?a y los tres primeros, en las de El Prat del Llobregat, la Jaume Fuster de Barcelona y la de Palafrugell. S¨ª, hay muchos grados de censura, que siguen bien vigentes en el siglo XXI y mayormente intentando ser llevados a cabo por la propia ciudadan¨ªa. ?Existe un protocolo en Catalu?a a aplicar cuando un bibliotecario, en la primera trinchera de fuego, se enfrenta con casos as¨ª? ¡°No¡±, dice tan rotunda como sincera Carme Fenoll, jefa del Servicio de Bibliotecas del Departamento de Cultura de la Generalitat, que querr¨ªa que el colectivo profesional, junto a otros sectores del libro, ¡°crearan un consejo que pudiera intervenir y marcar pautas¡±, algo que el Colegio Oficial de Bibliotecarios-Documentalistas de Catalu?a (BD) no ve mal, con matices.
El 45% de las presiones de censura en EEUU se dan en blibiotecas de escuelas y por parte de los padres (40%)
Desde la Generalitat pueden hacer poca cosa, mantiene Fenoll, porque ¡°la red bibliotecaria catalana es b¨¢sicamente municipal, lo que deja decisiones sobre prohibiciones o censuras a merced del criterio e intereses del concejal de Cultura o del alcalde¡±, por lo que aboga para que la iniciativa venga de los profesionales. ¡°No nos lo hab¨ªamos planteado pero se propondr¨¢ ya en la pr¨®xima junta¡±, anuncia Daniel Gil, presidente de BD.
Les llegan pocas quejas de este tipo de presiones, ¡°pero nos consta que existen¡±, dice Gil, que asegura que lo afrontan ¡°a partir de la autorregulaci¨®n, del buen criterio de los profesionales, que tienen meridianamente claro que han de ser neutrales, no vetar nada, ofreciendo libremente informaci¨®n al ciudadano para que sea este el que decida; el marco es todo lo que quede dentro de la ley¡±. Y que este modelo funciona lo prueba que ¡°no estamos teniendo grandes problemas hasta ahora¡±. Y se la juega, dice, afirmando sin haberlo comprobado antes: ¡°Seguro que el Mein Kampf de Hitler no est¨¢ en la red de bibliotecas¡±. En efecto: de cuatro ejemplares, por ejemplo, en el cat¨¢logo de la red de bibliotecas municipales de la Diputaci¨®n de Barcelona, tres est¨¢n ¡°excluidos de pr¨¦stamo¡± y un cuarto consta en una ¡°estanter¨ªa de reserva¡±.
Desde 2005 se han incendiado en Par¨ªs y sus barrios perif¨¦ricos 31 bibliotecas
Gil, responsable de la Biblioteca Episcopal de Barcelona, no cree, sin embargo, que sea necesario crear un organismo para regular estas situaciones como s¨ª tiene la American Library Association (ALA) de EEUU, que analiza las quejas sobre obras conflictivas. Es m¨¢s partidario de canalizarlo a trav¨¦s de la propia comisi¨®n deontol¨®gica del colegio, que, admite, ¡°a¨²n no se ha reunido este a?o¡±, pero que ¡°podr¨ªa ampliarse con expertos del sector editorial y jur¨ªdico; aunque hay que huir de un exceso de regulaci¨®n que acabase con la autonom¨ªa que debe tener cada biblioteca¡±, alerta.
Los casos no trascienden (¡°estas situaciones nos dan un poco de miedo y suelen silenciarse¡±, admite Fenoll), pero est¨¢n. En el colegio profesional saben que se dan, especialmente, en bibliotecas p¨²blicas. Es la misma tipolog¨ªa de centros que en EEUU, donde un 45% de las presiones se dan en este tipo de bibliotecas, seguidas de las universitarias (28%) y las escolares (19%). ¡°Ante estos desaf¨ªos, se trata de no dejar solo al bibliotecario que, en muchos casos, no tiene tampoco formaci¨®n para afrontarlo; se debe convertir la decisi¨®n en algo comunitario, pasando el tema por el director del centro y el consejo bibliotecario¡±, expone la norteamericana Valerie Nyle, especialista en censura en las bibliotecas de su pa¨ªs y participante de la jornada Nihil Obstat del pasado jueves en el Born Centro de Cultura y Memoria, en el marco de La Semana de la Cultura Prohibida que finaliza hoy.
Nyle sabe bien de qu¨¦ habla porque en EEUU las presiones son infinitas: de media, reciben unas 250 al a?o. Y vienen por donde menos se espera: el 40%, de los padres, mientras que los propios mecenas de las bibliotecas son el segundo gran foco (27%) y la administraci¨®n local genera el 10%. Los grupos de presi¨®n son el 6%, mismo porcentaje que los nacidos en el seno de las mismas bibliotecas. El gobierno federal solo registra el 4% de los incidentes.
El cat¨¢logo de los argumentos recoge todo el abanico ideol¨®gico posible de la intransigencia: sexualidad excesivamente expl¨ªcita, homosexualidad, anti familia, satanismo t¨¢cito... Nye expone casos que, junto a Kathy Barco, recoge en el libro True Stories of Censorship Battles in America¡¯s Libraries: hay ah¨ª autocensura de bibliotecarios que eliminan o relegan obras de autores o a suprimir libros incluidos en lotes de donaciones, como el Mein Kampf hitleriano; o el de padre, representante de un grupo pol¨ªtico, que pidi¨® que se retirara de una biblioteca escolar de Miami el libro Vamos a Cuba porque daba ¡°una idea demasiado positiva de la isla¡±: acabo llevando el caso al Tribunal Supremo y gan¨®.
La casu¨ªstica a la que se enfrentan los m¨¢s de 143.000 bibliotecarios de EEUU no tiene fin en un pa¨ªs donde se han llegado a quemar ejemplares de Harry Potter por ¡°contener elementos de satanismo y ocultismo¡±; o se vet¨® Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, por ¡°violenta y sexualmente expl¨ªcita, inadecuada para cierto grupo de edad¡±. Incluso Caperucita Roja tuvo problemas en California por el vino que llevaba la ni?a en la cesta para su abuelita¡ Nye ha detectado hasta lo que bautiza como ¡°la censura silenciosa¡±, cada vez m¨¢s frecuente: ¡°Los libros pol¨¦micos son robados de las bibliotecas o pedidos por quien no los retornar¨¢¡±.
El fen¨®meno parece invisible. ¡°La censura fluye con el silencio¡±, hace notar la experta. La bibliotecaria y soci¨®loga francesa Martine Poulain est¨¢ de acuerdo. ¡°En Francia, la prensa no ayuda demasiado, aunque la culpa es nuestra por no denunciarlo¡±, dice. Y as¨ª se explica un silencio escalofriante: desde 2005, en Par¨ªs y sus alrededores se han atacado 31 bibliotecas cuando hay disturbios en las banlieues. ¡°Muchos de los que participaron son usuarios: es preocupante que ataquen su primer lugar de sociabilidad¡±, reflexiona.
No sabe de soluciones m¨¢gicas, pero tiene claro Poulain que ¡°los bibliotecarios no debemos sustituir a las leyes sino respetarlas: todo aquello que no est¨¦ prohibido legalmente deber¨ªamos de poder tenerlo en nuestras bibliotecas; nosotros no podemos decidir lo que es bueno o no para los usuarios; si acaso, son los gobiernos quienes deben prohibir¡±. Tampoco quiere dar un discurso pesimista, si bien cree que con la fatwa a Los versos sat¨¢nicos de Salman Rushdie, en 1989, ¡°empez¨® el gran retorno de la censura por motivos religiosos y pol¨ªticos¡±, que culmin¨® hace poco m¨¢s de un a?o con el asesinato de los 12 periodistas de Charlie Hebdo, ¡°una situaci¨®n que hab¨ªa tenido avisos en 2001 y 2005¡±, entre otros con los ataques por las caricaturas de Mahoma en Dinamarca. ¡°Si no se est¨¢ vigilante, el camino de la libertad de expresi¨®n es hoy, con todo, este¡±. Habr¨¢ que estar preparado.
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