Soberanismo
La voluntad de soberan¨ªa une a los ¡®partidos del derecho a decidir¡¯, los que sin apostar por la independencia apoyan celebrar un refer¨¦ndum en toda regla. Una manera de retroceder y volver a empezar
El movimiento independentista tiene en su haber un glosario de palabras y expresiones que se suceden sin que apenas nos demos cuenta. Las palabras no son inocentes, menos a¨²n cuando las manipula un discurso pol¨ªtico cargado de intencionalidad. Dejar caer un vocablo para poner en circulaci¨®n otro no es nunca casual ni anecd¨®tico. Responde a coyunturas nuevas, al reconocimiento no explicitado de errores, a la necesidad de enfatizar unos aspectos en detrimento de otros. En pol¨ªtica se manejan ideas y ¨¦stas son, por definici¨®n, abstractas. El significado de las mismas es voluble e inconstante, son palabras que est¨¢n en boca de todos pero cada cual las entiende a su manera o cambian de sentido a medida que los hechos o las personas las utilizan seg¨²n su conveniencia.
Al principio de la Transici¨®n, en Catalu?a hab¨ªa escasos independentistas y un mont¨®n de nacionalistas. Abrazar la idea de Catalu?a como naci¨®n formaba parte del principio democr¨¢tico. Entre nosotros, lo nacional dej¨® de ser un t¨¦rmino vilipendiado por su identificaci¨®n con un estado represor para convertirse en el atributo de todo lo que era y se constitu¨ªa como espec¨ªficamente catal¨¢n. En el terreno pol¨ªtico, ser nacionalista no ha sido exclusivo de la izquierda ni de la derecha, expresaba la catalanidad de casi todo el espectro pol¨ªtico, desde CiU y ERC hasta el PSC e ICV. De la autoconcepci¨®n de Catalu?a como naci¨®n surgi¨® el derecho a la autodeterminaci¨®n proclamado en el parlamento catal¨¢n en m¨²ltiples ocasiones con el asentimiento de amplias mayor¨ªas.
Curiosamente, el nacionalismo empez¨® a caer en desuso a medida que el proc¨¦s iba afirm¨¢ndose como fuerza hegem¨®nica. Quienes lo empujaban eran menos nacionalistas que independentistas, un concepto m¨¢s potente, menos ambiguo y que tiene la ventaja de no cargar con las connotaciones negativas que acompa?an a todo nacionalismo. Aunque careciera del poder que confiere un estado propio, el nacionalismo catal¨¢n no escapaba a las acusaciones de exclusi¨®n, ego¨ªsmo, etnicismo y xenofobia inherentes a los estados nacionales. Para evitar asociaciones inoportunas, algunos de los pol¨ªticos e intelectuales con m¨¢s pedigree independentista empezaron a deshacerse del atributo de nacionalistas para proclamarse s¨®lo independentistas. Algo similar ocurri¨® con el derecho a la autodeterminaci¨®n, impropio para Catalu?a. Apareci¨® entonces el invento del derecho a decidir. Una expresi¨®n gramaticalmente aberrante, pero socialmente afortunada. ?Qui¨¦n con un sano juicio democr¨¢tico pod¨ªa oponerse a algo tan elemental para la libertad como la voluntad de decidir por cuenta propia?
No obstante, en los ¨²ltimos meses, dir¨ªa que con el advenimiento a la presidencia de Carles Puigdemont, da la impresi¨®n de que el t¨¦rmino id¨®neo no es independentismo, sino soberanismo. La voluntad de soberan¨ªa une a los ¡°partidos del derecho a decidir¡±, los que sin apostar por la independencia apoyan la celebraci¨®n de un refer¨¦dum en toda regla. Todos ellos reivindican a Catalu?a como sujeto pol¨ªtico, un sujeto capaz de decidir su futuro, un pa¨ªs soberano. Son soberanistas.
Unas recientes declaraciones de Puigdemont en Madrid ratifican lo que digo. Sin dejar de reafirmar que el proc¨¦s no se desv¨ªa de la ruta previamente trazada, el President considera la posibilidad de una consulta que permita escoger entre la independencia y un estado federal. A nadie se le oculta que agarrarse ahora a la negociaci¨®n de un refer¨¦ndum pactado significa retroceder y volver a empezar. Si, adem¨¢s, ese refer¨¦ndum plantea escoger entre independencia y federaci¨®n, ser¨¢ imprescindible contrastar ambos modelos y propiciar un debate que, por extra?o que parezca, no se ha producido en un pa¨ªs dividido en dos partes casi iguales.
Mi amigo y colega Joan Verg¨¦s defend¨ªa en un libro reciente, La naci¨® necess¨¤ria, que s¨®lo el nacionalismo justifica la demanda de un estado para Catalu?a. Como argumento filos¨®fico, vale. Pero desde la raz¨®n coyuntural de mantener vivo el proceso independentista sin hacer demasiado el rid¨ªculo, el estigma de un nacionalismo irredento m¨¢s bien es un estorbo. Por su parte, la independencia es un objetivo cada vez m¨¢s et¨¦reo y menos probable, por lo menos en el futuro inmediato previsto. A lo ¨²nico que los independentistas no pueden renunciar para mantener un m¨ªnimo de coherencia consigo mismos es al mal llamado derecho a decidir, a conseguir un refer¨¦ndum aunque ello signifique regresar a la casilla de salida. El refer¨¦ndum, a juicio de los soberanistas, ratificar¨ªa a Catalu?a como sujeto pol¨ªtico, a¨²n cuando, como creo, lo ganaran los partidarios de una soluci¨®n federal. La confrontaci¨®n quedar¨ªa aplazada hasta momentos m¨¢s felices y podr¨ªamos empezar a ocuparnos de lo pol¨ªticamente m¨¢s perentorio como son todos los problemas sociales.
Victoria Camps es fil¨®sofa.
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