Una espada de samur¨¢i
Una antigua katana conduce a la extraordinaria vida del artista anglo chino Gerard Henderson
Sigue el rastro de una espada y encontrar¨¢s una buena historia. Aunque a veces esa historia no sea la que te imaginas.
Desenvain¨¦ la espada japonesa como hab¨ªa visto hacer en tantas pel¨ªculas, desde Rashomon y mi favorita, Harakiri, del maestro Kobayashi, hasta Yakuza y, claro, Kill Bill. Pese a que la fiesta ya estaba avanzada y hab¨ªa corrido generosamente el alcohol, la gente alrededor se apart¨® con sorprendente celeridad. El movimiento inicial de sacar la espada de la vaina (iaijutsu) es un arte mayor del kenjutsu, la esgrima de los samur¨¢i. Se basa, ilustr¨¦ a la beoda concurrencia, en la velocidad instant¨¢nea y coordinada del desenvainado y en asestar un golpe penetrante a continuaci¨®n. Un repentino arco de acero. Los otros invitados recularon a¨²n m¨¢s. Y eso que no les hab¨ªa explicado a¨²n que las buenas katanas se probaban antiguamente sobre un cuerpo humano: el denominado tsujigiri o ¡°corte de la encrucijada¡± (porque a veces se practicaba en un paseante desprevenido: ?qu¨¦ lugar peligroso es el Jap¨®n!).
Iba a seguir con la exhibici¨®n, pero me qued¨¦ paralizado. La hoja de la espada era una maravilla. Brillaba fr¨ªa y tensa y parec¨ªa emitir un siseo, como una serpiente. No soy, ni mucho menos un mekiki, uno de los expertos oficiales que determinaba a la vista (nunca al tacto) el origen y la calidad del arma. Pero sin duda aquella era una espada de aqu¨ª te espero. Capaz de degollar de golpe a los 47 ron¨ªn, si hiciera falta. Digna de forjadores legendarios como Masamune o su tenebroso disc¨ªpulo Muramasa, cuyas espadas, se cre¨ªa, estaban sedientas de sangre y eran funestas para sus due?os (y para los dem¨¢s ni te digo).
La historia de samur¨¢is m¨¢s estremecedora que conozco , v¨ªa Romulus Hillsborough (Samurai Tales, 2010), es la del destripamiento del comerciante ingl¨¦s Charles Lennox Richardson (precisamente un transe¨²nte, aunque a caballo) por interrumpir fortuitamente el cortejo de un daimyo, el xen¨®fobo se?or de Satsuma, camino de Edo, en 1862. Enfurecido por la afrenta que supon¨ªa que el jinete obligara a detener el palanqu¨ªn de su se?or, el samur¨¢i Narahara Kizaemon le propin¨® un golpe tan excelente al jinete con su katana, de abajo a arriba, que este, que a¨²n estaba arguyendo que no hab¨ªa para tanto, no sinti¨® nada hasta que not¨® c¨®mo le ca¨ªa un trozo entero de s¨ª mismo al suelo. Richardson huy¨® con las entra?as sali¨¦ndosele por el corte, hasta que le dieron alcance cinco samur¨¢is y lo remataron piadosamente. El asunto provoc¨® un grave incidente diplom¨¢tico, y hasta una guerra, y Narahara acab¨® haci¨¦ndose el harakiri, como est¨¢ mandado.
Las grandes espadas de samur¨¢i son obras de arte valios¨ªsimas adem¨¢s de herramientas letales. Una parte pr¨¢ctica de m¨ª calculaba cu¨¢nto podr¨ªa valer una espada como la que ten¨ªa en la mano ¡ªy si la podr¨ªa esconder debajo de la chaqueta, con cuidado de no acabar como Mishima. (cuya espada final, por cierto, v¨¦ase Mishima Sword, de Christopher Ross, 2007, era obra del maestro Magoroku)¡ª.
La katana la hab¨ªa sacado en mitad de la fiesta nuestra amiga Laura, la anfitriona. "Quer¨¦is ver la samur¨¢i de mi padre?¡±. La extrajo de una funda de seda. A primera vista parec¨ªa un objeto sencillo, sin los adornos recargados y las filigranas de las espadas para turistas. Pero irradiaba, desde el extremo de la saya, la funda ¡ªen laca con motivos de vid (tambi¨¦n en la guarda o tsuba)¡ª, al tsuka, el mango encordado de piel de manta raya, una elegancia y un prestigio de una sobriedad aristocr¨¢tica. ¡°Se la regal¨® la hermana del emperador¡±. A esas alturas estaba la audiencia, marinada en gin-tonic, como para evocarles la casa imperial del Jap¨®n, ni que fuera la dinast¨ªa sake. Pero yo escuch¨¦ muy atentamente a Laura. Su padre hab¨ªa conocido a la princesa Takako (1939), la hija peque?a de Hirohito y hermana de Akihito, y hab¨ªa pintado su retrato. Eso explicaba la calidad de la espada que le regal¨®. Me estremec¨ª. Pens¨¦ si no ser¨ªa la katana que llevaba el t¨ªo abuelo Asaka en la Violaci¨®n de Nank¨ªn. La espada es lo que se conoce como una Handachi, un tipo de katana del periodo Edo, y probablemente data de mediados del XIX.
El padre de Laura, fallecido en 2014, era Gerard Henderson, un pintor y muralista aclamado internacionalmente con obra en numerosos pa¨ªses y colecciones. Suyos son algunos de los murales del Raffles de Singapur, del Savoy de Londres y del Mandarin de Hong Kong. Hijo de Laurence Henderson, un brit¨¢nico due?o de una plantaci¨®n en Johore, Malasia, y de una bella artista china, Eileen Lim, Gerard naci¨® en Kuala Lumpur en 1928 y tuvo una privilegiada educaci¨®n en Singapur con lo mejor de Oriente y Occidente. Antes de iniciar su carrera como pintor fue primer viol¨ªn de la Orquesta Sinf¨®nica de Malasia. Hombre de un cosmopolitismo, una cultura y una vitalidad portentosos, desbordantes, asombrosos, se code¨® ¡ªcomo muestran sus fotos¡ª con gente tan variada como Gina Lolobrigida, Pearl S. Buck o Steve McQueen. Encontr¨® inspiraci¨®n en los lugares m¨¢s diversos, desde Hong Kong y Par¨ªs a las llanuras afganas ¡ªle fascinaban los caballos galopantes y los jinetes de las estepas, y el buzkashi¡ª, But¨¢n, Australia, Per¨². En 1956 apareci¨® en Barcelona para estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Jordi y realizar algunas obras (Cirlot lo cita, alab¨¢ndolo). Y aqu¨ª aparece ese lado inesperado de la historia, que hace que exista Laura (de lo que no podemos estar m¨¢s a favor) y que el otro d¨ªa pusiera en mis manos, provisionalmente, la espada de su padre.
Reci¨¦n llegado a Barcelona, Henderson asisti¨® a las fiestas de Gr¨¤cia, donde encontr¨® a una bella joven desconocida con la que bail¨®, enamor¨¢ndose perdidamente, hasta que ella se march¨® amedrentada por el despliegue bohemio y mundano del aquel artista exuberante y sus amigos. Sin sus se?as ni otra informaci¨®n, ni siquiera un zapato, que su memoria del rostro amado, Gerard hizo un dibujo de la chica y recorri¨® el barrio ense?¨¢ndolo a los vecinos para averiguar su nombre y su paradero. Tras una larga b¨²squeda, un portero la reconoci¨®: era Mar¨ªa Baltasar, la Mar¨ªa del 36 de Torrent de l'Olla, la futura madre de Laura y de su hermano m¨²sico Ignasi. Ante una historia as¨ª incluso el mejor acero de Masamune palidece de envidia. Dichosa la espada que en vez de cuentos de sangre te lleva a una historia de amor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.