Ignorancia e indiferencia
La perplejidad y la consternaci¨®n de los perdedores no impedir¨¢n que el PP perciba el resultado electoral como una absoluci¨®n
En un reciente espacio radiof¨®nico, ?ngel Gabilondo, con su humor sutil, contaba un cuento filos¨®fico, como si fuera un chiste de fil¨®sofos. Un fil¨®sofo pregunta a otro qu¨¦ pecado es peor, si el de la ignorancia o el de la indiferencia, y el otro le contesta ¡°ni lo s¨¦, ni me importa¡±. El pecado de la ignorancia voluntaria consiste en negarse a conocer una verdad dolorosa o reprobable. El pecado de la indiferencia reprochable consiste en conocer esa verdad, sin experimentar reproche alguno frente a ella. El 26 de junio los espa?oles tuvimos ocasi¨®n de poner de manifiesto c¨®mo nos parecemos al segundo fil¨®sofo. El triunfo incontestable del PP aglutina sentimientos, deseos y temores dispares, y expresa los errores o pecados de la ignorancia voluntaria y de la indiferencia reprochable.
La noche del 26-J vimos l¨¢grimas entre el p¨²blico, mayoritariamente joven, que aguardaba unos resultados electorales esperanzadores en una plaza de Madrid. Con perplejidad percib¨ªan que eran desbordados por todo lo que significan B¨¢rcenas, la G¨¹rtel, la P¨²nica, Aguirre, los recortes, el paro, los trabajos basura y a?os de compadreo turbio en la gesti¨®n p¨²blica madrile?a y espa?ola. La estupefacci¨®n de much¨ªsimos televidentes se desbord¨® al percatarse de que en Valencia el PP hab¨ªa aumentado sus votos. Todos los asuntos relacionados con la corrupci¨®n son, al parecer, pecata minuta para ese creciente electorado. Que aquellas evidencias de gesti¨®n delictiva signifiquen necesariamente una gesti¨®n gravemente perjudicial para los electores, al parecer, es una realidad encuadrable en el cap¨ªtulo de las ignorancias voluntarias.
El pecado de la indiferencia reprochable ha hincado profundamente sus ra¨ªces en nuestra convivencia. Y as¨ª, ma?ana seguir¨¢n vivas, y electoralmente absueltas, las artima?as de los protagonistas de los sobres de 500 euros, las obras estrafalarias, las mordidas cutres, las alcaldesas bochornosas, los para¨ªsos fiscales, las prostitutas de confianza y los aeropuertos del abuelito. Todo ese bochorno quedar¨¢ oculto bajo un manto de ignorancia voluntaria, expedito para proseguir su din¨¢mica lucrativa al amparo de una indiferencia reprochable, al borde del cinismo, que, seg¨²n la RAE es desverg¨¹enza en la defensa de acciones vituperables.
A la estupefacci¨®n de unos y la perplejidad de otros, se a?ade la consternaci¨®n al comprobar que el ministro del Interior, Fern¨¢ndez D¨ªaz, ha sido premiado en Catalu?a con 45.000 votos m¨¢s, y en Espa?a con la parte al¨ªcuota del triunfo de los suyos. Sus electores han premiado la ley mordaza, las concertinas sanguinarias y las devoluciones en caliente, las condecoraciones de v¨ªrgenes y los irregulares pelotones secretos de polic¨ªa patri¨®tica, la insolidaridad cruel ante el drama de los refugiados y el populismo punitivo sin complejos. Sobrecogedoramente, han premiado las maquinaciones que urd¨ªa con el director de la Oficina Antifraude de Catalu?a (OAC) para desprestigiar a adversarios pol¨ªticos independentistas. Ese director infring¨ªa su obligaci¨®n legal de guardar el secreto de sus actuaciones, y quebrant¨® ese mandato legal susurr¨¢ndole los secretos al ministro. En su m¨¢s que discutible cooperaci¨®n con Interior estaba legalmente obligado a atenerse al ordenamiento jur¨ªdico, y lo quebrant¨® proponiendo tr¨¢mites irregulares para fingir unas actuaciones falsas o instrumentalizadas.
La ley establece que depende ¨²nicamente del Parlament de Catalunya y le ordena no recibir instrucciones de ninguna autoridad. Quebrant¨® ese mandato poni¨¦ndose a las ¨®rdenes del ministro, con expresi¨®n servil y cuartelera. La ley le prohib¨ªa usar en beneficio privado informaciones derivadas de su funci¨®n, y la quebrant¨® concert¨¢ndose con el ministro para, en beneficio del PP, acometer investigaciones prospectivas, que son verdaderas causas generales, en plan ¡°a ver a qui¨¦n o qu¨¦ pillamos¡±, rigurosamente prohibidas por el Tribunal Constitucional. El director de la OAC, de profesi¨®n magistrado, lo sab¨ªa. El ministro, jefe org¨¢nico de la polic¨ªa judicial, deber¨ªa saberlo. El director de la OAC se merece que le hayan echado. (Aunque tambi¨¦n es preocupante que vuelva a su cargo anterior para juzgar a la gente, con semejante historial de dependencia compulsiva).
La estupefacci¨®n, la perplejidad y la consternaci¨®n de los perdedores no impedir¨¢n que los favorecidos por la recompensa electoral la perciban como una absoluci¨®n, como una puerta abierta a continuar como hasta ahora. Y si les preguntan por qu¨¦ contin¨²a habiendo corrupci¨®n contestar¨¢n como el fil¨®sofo del cuento de Gabilondo: ni lo s¨¦, ni me importa.
Jos¨¦ Mar¨ªa Mena fue fiscal jefe del TSJC.
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