La villa de los melones
Villaconejos produce las mejores cosechas y alberga un ins¨®lito museo dedicado este fruto
Hay pueblos en los que uno se apea del autob¨²s con mayor prudencia. Existen dos indicadores fundamentales para reconocer la sensaci¨®n de orfandad, de lejan¨ªa del mundo. El primero ocurre cuando el visitante, ingenuo, quiz¨¢s ilusionado, va observando el paisaje por el que viaja. Desde Villaverde Bajo-Cruce a Villaconejos el panorama se compone de extensas estepas amarillas como el sol. La segunda se?al suele llegar cuando el autocar se va quedando vac¨ªo. Llegados a la ¨²ltima parada, el turista echa la vista atr¨¢s y solo advierte a un se?or con un botijo y una maleta en el regazo en los ¨²ltimos asientos.
Ocurre cuando el autocar frena en Villaconejos. Solo que aqu¨ª hay algo que llama poderosamente la atenci¨®n desde la entrada al pueblo: los melones. Melones expuestos en algunas casetas que los venden al kilo en la linde de la carretera. El pueblo tiene una bonita Plaza Mayor, junto a la Iglesia de San Nicol¨¢s de Bari, el inmueble m¨¢s antiguo del pueblo, de estilos renacentista y barroco e influencia herreriana.
La arquitectura Villaconejos es irregular y mezcla edificios nuevos de ladrillo visto con casas m¨¢s viejas y diferentes alturas, entre las que destacan sin discusi¨®n ni competencia la iglesia y la linda ermita de Santa Ana. Tambi¨¦n hay un bar, La Parada, donde sirven desde mojitos a paella, y preparan una tortilla de patatas notable.
Pero por lo que merece realmente la pena bajar desde Madrid hasta Villaconejos es para comprar melones y descubrir sus secretos y escuchar los relatos que han sembrado de historia este municipio. Y por supuesto, visitar el?Museo del Mel¨®n, (el mel¨®n de marras), inaugurado en 2003 (anteriormente era el museo del melonero) y el ¨²nico probablemente del mundo de esta tem¨¢tica. El centro recoge recuerdos, fotos y utensilios muy entra?ables de las familias del pueblo que hac¨ªan las maletas para buscar una tierra id¨®nea para sembrar. Entonces se llevaban la puerta y el ventanuco de su casa y la tapiaban con cemento o con madera y chapa. Y las utilizaban para construir la casa de adobe y paja frente al terreno que arrendaban para cultivar los melones que les dar¨ªan de comer el resto del a?o.
La historia de la localidad es la historia de este fruto. Esta peque?a aldea fue tradicionalmente un t¨¦rmino agr¨ªcola y ganadero. Pero, debido a la falta de regad¨ªo, no todas lo hac¨ªan en Villaconejos, donde el cultivo era de secano y las parcelas apenas produc¨ªan 3.000 o 4.000 kilos por campa?a. La gran mayor¨ªa emigraba en busca de tierra durante seis meses (entre primavera y oto?o) a Toledo, Guadalajara o Almer¨ªa.
Eran los llamados meloneros. La figura m¨¢s importante de la aldea y que se encargaba exclusivamente de la siembra y la comercializaci¨®n de melones en los mercados de Madrid. Algo m¨¢s de la mitad de las familias de Villaconejos (que hoy tiene un censo de 3.500 vecinos) se dedican a la siembra del mel¨®n.
La potasa m¨¢gica
Pero ?por qu¨¦ melones y no cebollas o cacahuetes? La tierra de Villaconejos, que naci¨® gracias a la donaci¨®n de terreno de Chinch¨®n, Aranjuez y Colmenar de Oreja, es rica en potasa, un mineral que le confiere dulzor a sus frutos. Y la historia arranca con el mel¨®n negro, una variedad que trajo un soldado del norte de ?frica hacia 1.900 y que le dio fama a Villaconejos. Hoy, con esa simiente abandonada, los melones de ¨¦xito son el Mochuelo, Piel de Sapo y el Tendral. Un fruto que posee en torno a un 90% de agua y que es rico en todas esas vitaminas buenas que conocemos.
Vianor Ruiz, vecino del pueblo, fue melonero cuando todav¨ªa se hac¨ªa las cosas a mano y la maquinaria no hab¨ªa invadido el campo. Los de su quinta eran expertos en la tierra; solo con verla, olerla o tocarla sab¨ªan si era la adecuada para la siembra. Y para conocer su calidad les bastaba el tacto. Los meloneros, que abandonaban su hogar para trabajar la mitad del a?o recogidos en una choza, aguantaban esas condiciones porque no les quedaban remedio. ¡°Era una experiencia dur¨ªsima¡±, relata Ruiz. Y para transportar los melones no todo el mundo ten¨ªa mulas. ¡°El que no ten¨ªa los sacaba a cuestas¡±. Ahora se trabaja menos y la producci¨®n, con las m¨¢quinas, es m¨¢s eficiente. Entonces sacaban unos 40.000 kilos en una campa?a. Hoy, pueden sacar en torno a cuatro millones y la siembra se realiza en lugares tan dispares como Almer¨ªa, Brasil o Senegal.
De pueblo agricultor a rey de la fiesta
Durante unos a?os, a finales de los ochenta, Villaconejos no solo fue conocido por sus ricos melones. La fiesta se convirti¨® en s¨ªmbolo de esta peque?a aldea. Las discotecas Don Mel¨®n e Ibiza consagraron a Villaconejos cuando miles de j¨®venes de Aranjuez, Chinch¨®n, Madrid, Toledo o Guadalajara llegaban al municipio en coche o autob¨²s para salir por la noche. El municipio lleg¨® a tener cinco discotecas de ¨¦xito (Carballo, Caballo Blanco, Don Mel¨®n, Infarto e Ibiza) y en la calle de Los Huertos los bares se suced¨ªan hasta llegar a La Nuit y al tablao flamenco Jarana. Tal fue el ¨¦xito que en la discoteca Don Mel¨®n se lleg¨® a celebrar el certamen de Miss Madrid.
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