Garant¨ªa de sudor
La banda de Kiedis y Flea renueva su fe en el m¨²sculo. Y, a juzgar por el entusiasta llenazo en el Barclaycard, el invento sigue funcionado
Luego entraremos en matices, pero alg¨²n predicamento ha de conservar una banda que pulveriza en un par de horas las 32.000 entradas correspondientes a dos noches (martes y mi¨¦rcoles) en el Barclaycard Center.
Es probable que el discurso de Red Hot Chili Peppers tienda al agotamiento y que ninguno de sus tres o cuatro ¨²ltimos ¨¢lbumes hayan aportado gran cosa al canon estil¨ªstico definido a fuego durante los noventa. Parece evidente que el jovenzuelo Josh Klinghoffer nunca gozar¨¢ como guitarrista del predicamento de John Frusciante. Y hasta sospechamos que Anthony Kiedis puede afinar mejor de lo que en alg¨²n momento lo hizo anoche. Pero los cien minutos exactos de espect¨¢culo fueron una exaltaci¨®n del m¨²sculo y la furia, el refrendo del rock como sublimaci¨®n sonora de la catarsis y, para no escatimar detalles, una pasmosa virguer¨ªa luminot¨¦cnica y visual. Habremos visto casi de todo, pero pocas cosas tan endemoniadamente bonitas como el envoltorio de esta gira de The getaway.
La estrategia parece clara. Los peppers se proponen agotar al espectador antes de que ellos mismos evidencien los primeros s¨ªntomas de fatiga. As¨ª, el concierto acaba plante¨¢ndose como una hermosa confrontaci¨®n de adrenalinas entre el gallinero y el escenario. Es dif¨ªcil dirimir qui¨¦n sale victorioso del duelo, pero no podremos jam¨¢s negarles a RHCP su compromiso y efervescencia, la condici¨®n de grupo que ofrece una garant¨ªa absoluta de sudor. Quiz¨¢ est¨¦ de m¨¢s el alarde innecesario de inaugurar la fiesta con un arrebato improvisado entre guitarra, bajo y bater¨ªa, un duelo de testosterona que ser¨¢ ampl¨ªsimamente superado durante la noche. En todo caso, asistimos a una secci¨®n r¨ªtmica que opera como una avalancha y se asegura de que sintamos en la boca del est¨®mago el p¨¢lpito de cada semicorchea. Y de ah¨ª, con seguridad, la vigencia de estos tipos, incluso tanto tiempo despu¨¦s de que se les acabaran las ocurrencias. Ya se sabe: algo tendr¨¢ el agua.
El cuarteto es muy h¨¢bil a la hora de conservar su idiosincrasia. Ah¨ª est¨¢n el movimiento perpetuo y ese encorvamiento simiesco de Flea, un bajista sencillamente brutal que a veces parece disponer de tantas manos como un shiva budista. Solo un tipo tan vigoroso como Chad Smith puede aproxim¨¢rsele en pegada. Klinghoffer parece el sobrinito bakala de alguno de ellos y Kiedis irrumpe con aspecto intencionadamente infame, cual prejubilado en su chiringuito marbell¨ª: visera de guiri, camiseta gualdrapa, bermudas estampados en mil colores y canillas al aire. Y luego est¨¢n los cilindros luminosos, esos cientos de tubitos colgados del cielo que suben y bajan para esbozar millares de geometr¨ªas, a veces inspiradas en la cadena gigante del ADN. No solo cuentan nuestros t¨ªmpanos, que en estos casos resultan castigados con severidad. En el caso de RHCP, la m¨²sica tambi¨¦n entra por los ojos.
Al reciente The getaway se le reserva un protagonismo muy discreto, por mucho que Flea aproveche el tema central (mucho m¨¢s vitam¨ªnico sobre el escenario que en el est¨¦reo del sal¨®n) para descamisarse y exacerbar su perfil de brincador. Su virtuosismo con las dobles cuerdas es pasmoso, y no digamos ya la introducci¨®n instrumental, con Klinghoffer como escudero, para Californication. Al muchacho hay que agradecerle tambi¨¦n sus segundas voces, de un inesperado y agradable toque andr¨®gino. Agachado frente al micr¨®fono cada vez que canta, con el pelo enmara?ado sobre la cara, Josh parece el t¨ªpico chiquillo malote al que le pillaron fumando en el ascensor.
Californication fue ese punto de inflexi¨®n en mitad del recital, el momento en que del calor se pasa al fervor entre las masas. As¨ª dicho puede sonar a jerga de r¨¦gimen totalitario, pero es una descripci¨®n ajustada. Hay alg¨²n momento macarra, chulesco y muy bien armado, como Suck my kiss. O la contrapartida sosegada de Soul to squeeze, enriquecida por un ¨®rgano sabroso que aporta uno de los hasta tres m¨²sicos de refuerzo. Nada inventan ya estos cuatro caballeros, pero al menos les renuevan la fe a quienes a¨²n crean en el (inmenso) poder sanador de unos buenos guitarrazos. Una vieja historia, pero una historia que sigue haciendo m¨¦ritos para ser contada.
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