Vuelve el hombre
Br¨ªo, testosterona, rock-funk y piruetas apoyan la candidatura de Red Hot Chili Peppers al Olimpo de la masculinidad
Dicen que la masculinidad est¨¢ en crisis, que los hombres ya no saben cu¨¢l es su papel, arrinconados por el dinamismo de unas mujeres que ya no solo cr¨ªan beb¨¦s y sirven la cena en casa, sol¨ªcitas. Desubicado, el hombre ha perdido su propio manual de uso, y sin libro de instrucciones pena at¨®nito. Por supuesto que hay excepciones, y una de ellas pas¨® en la noche del s¨¢bado por el Sant Jordi, atizando a la concurrencia con un concierto fibroso tan sutil como las guindillas. Eran los Red Hot Chili Peppers, nombre de notables evocaciones po¨¦ticas, y en hora y media reflotaron el principal argumento que los hombres han exhibido a lo largo de la historia de la humanidad: el m¨²sculo.
Que nadie se ofenda, el cerebro masculino tambi¨¦n cuenta, de otra manera es dif¨ªcil comprender la prevalencia de una f¨®rmula musical tan box¨ªstica como la del grupo de Los ?ngeles, que algo habr¨¢ de haber usado la cabeza para mantenerse en la cumbre tanto tiempo. Dicho esto, no es menos cierto que a lo largo de su concierto del s¨¢bado, lo ¨²nico perceptible era un potente y por momentos cazurro sonido de bajo y bater¨ªa pellizcando con fruici¨®n roquera la fibra del funk. Eso y cuatro tipos que parec¨ªan afectados por el s¨ªndrome de Peter Pan, seg¨²n bastantes f¨¦minas, otra constante de la masculinidad contempor¨¢nea. Torsos desnudos y tatuados, pantalones de colorido imposible que parec¨ªan un test para dalt¨®nicos, gorras de chavalillos y una actitud general que ser¨¢ preocupante si el grupo sigue activo diez a?os. De momento estos cincuentones hacen gracia.
Con esos mimbres la banda renov¨® su compromiso roquero con el funk a?ejo, pero m¨¢s musculoso que con groove, genuinamente blanco por ello, sin v¨¦rtigo y sin funcionar por sedimentaci¨®n, como el negro, que empapa al atrapar en su espiral, no a ladrillazos. Pero lo que no hab¨ªa de hipnosis lo supl¨ªa el m¨²sculo y la digitaci¨®n fren¨¦tica de Flea al bajo, cuya admiraci¨®n por Jaco Pastorius, su ¨ªdolo cabe recordar, le llev¨® a financiar un documental sobre su figura. Pero Jaco tocaba mientras que Flea hace pirotecnia de primera mientras se mueve como un primate que disfruta con la rama de cuatro cuerdas que ha convertido en su juguete. Uno era elegante, el otro hace animaladas con su instrumento. Pero resultan ¨²tiles en el contexto de un concierto que pretende noquear, algo que por otra parte jam¨¢s busca el funk, cuya misi¨®n es m¨¢s carnal, despertar la lubricidad.
En aquel mar de sudor, brincos y testosterona de sonido tosco llam¨® poderosamente la atenci¨®n el apartado de iluminaci¨®n, fundamentado en multitud de peque?as l¨¢mparas cil¨ªndricas de altura regulable que sembraron el recinto de color. Ese detalle sutil, puntillismo crom¨¢tico, remiti¨® al cerebro y a la sensibilidad. Como que en el repertorio las cinco canciones de su nuevo disco interpretadas estuviesen bien separadas entre s¨ª, medida que permiti¨® a la banda mantener razonablemente la tensi¨®n de un concierto que apison¨® dejando claro que el hombre ha vuelto. El de siempre, el que tiene fuerza y detesta envejecer porque precisamente la edad resta tensi¨®n a la fibra muscular.
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