Viaje espacial de la Sinf¨®nica hacia sus bodas de plata
Soberbias versiones del ¡®Concierto para viol¨ªn¡¯ de Bart¨®k junto a Zimmermann y de ¡®Los planetas¡¯ de Holst
La Orquesta Sinf¨®nica de Galicia ha dado comienzo a los conciertos de abono de la temporada en que cumplir¨¢ veinticinco a?os con dos conciertos que llevaban inserto en su programa el ADN de lo extraordinario. Su realizaci¨®n fue m¨¢s all¨¢ de la mera materializaci¨®n en sonido de lo que, por lo espectacular de las obras, podr¨ªamos llamar m¨²sica monumental y dio cauce a todo el caudal de emociones y sentimientos contenidos en sus partituras.
Frank Peter Zimmermann fue protagonista casi absoluto en la primera parte. El m¨²sico alem¨¢n est¨¢ a punto de recuperar su querido ¡°Lady Inchiquin¡± -un Stradivarius de 1711 que ha sido su compa?ero en los escenarios¨C su voz, como dice el m¨²sico alem¨¢n, durante trece largos y fruct¨ªferos a?os. Con o sin ¨¦l ¨Cactualmente est¨¢ usando otros Stradivarius- su calidad musical y art¨ªstica hacen de sus interpretaciones verdaderas versiones de referencia. As¨ª fue en la noche del viernes la que Zimmermann hizo del Concierto para viol¨ªn y orquesta n? 2, BB 117 de B¨¦la Bart¨®k.
La partitura de Bart¨®k viaja al principio del concierto del murmullo inicial del viol¨ªn y el arpa a la estridencia perfectamente calculada de algunos de sus tutti. En este recorrido, Zimmermann regal¨® al auditorio con la calidez aterciopelada de los registros grave y medio y el brillo argentino de los agudos. M¨¢s all¨¢ de la t¨¦cnica, el resumen de su actuaci¨®n se podr¨ªa centrar en la intensidad y fuerza interior de dos glissandi de una cadenza llena, como aquellos, de poder¨ªo y sensibilidad.
El Andante tranquilo el sonido tuvo gran belleza, especialmente en los momentos de suspensi¨®n del canto del viol¨ªn sobre delicados acordes de las maderas. El estallido de alegr¨ªa del Allegro molto final y el virtuosismo lleno de musicalidad de Zimmermmann remataron la extraordinaria versi¨®n de este enorme violinista.
La orquesta, una vez m¨¢s, estuvo espl¨¦ndida a lo largo de toda la obra en manos de Slobodeniouk. Hicieron un cuidad¨ªsimo acompa?amiento del solista , con gran ductilidad din¨¢mica y r¨ªtmica en todo momento.Como detalle definitorio del buen hacer conjunto de maestro y profesores, la respiraci¨®n final del Allegro non troppo inicial, uno de esos momentos que justifican todo un movimiento y precisan de una escucha activa; en absoluto silencio, claro, como el maestro ruso logra cada vez mejos del p¨²blico coru?¨¦s.
Y en la segunda parte Los planetas, obra maestra de Gustav Holst. Otro monumento a la gran m¨²sica y no solo por su monumentalidad. Aunque el propio autor negaba cualquier programa m¨¢s all¨¢ de lo indicado en los t¨ªtulos, desde su estreno, el p¨²blico fue asociando cada pieza a sus propias vivencias de los acontecimientos hist¨®ricos del s. XX. Esto contribuy¨® haya sido siempre la creaci¨®n m¨¢s popular de Holst.
Sin embargo, la mayor grandeza de la obra radica en su gran capacidad de proyecci¨®n de lo humano sobre el Cosmos, su aproximaci¨®n al contraste de humores y la presentaci¨®n ¡°astrol¨®gica'¡± de los distintos caracteres humanos. Algo que se siente mucho mejor si atendemos a la gran capacidad de sugesti¨®n visual de esta obra maestra, en gran medida vampirizada por el cine y la televisi¨®n durante el pasado siglo.
En ese sentido, cualquier mel¨®mano aficionado al cine puede advertir la influencia de esta obra sobre algunos de los m¨¢s notables compositores cinematogr¨¢ficos de los ¨²ltimos cuarenta a?os. La versi¨®n de Slobodeniouk con la OSG dej¨® clara esta especie de ¡°paternidad subrogada¡± con un Marte gal¨¢ctico y poderoso como solo la guerra puede serlo yJohn Williams tambi¨¦n sabe mostrar .
O con un J¨²piter tan ¡°joviano¡± como jovial: jupiterino como el director general de un ¡°holding¡± financiero presentando resultados o alegre como el segundo desayuno de un ¡°hobbit¡± en d¨ªa festivo. Que escuchando el tema de los chelos y las trompas tampoco tampoco parece que la m¨²sica de Howard Shore sea hu¨¦rfana de Holst. La clase de m¨²sicos de Jos¨¦ Trigueros y Jos¨¦ Belmonte hizo grande el canto de los timbales por su precisi¨®n r¨ªtmica y su sentido mel¨®dico..
La secci¨®n de trompas mostr¨® una vez m¨¢s su calidad tanto en esta pieza como antes en el solo de Nicol¨¢s G¨®mez Naval en Venus. Solo que dio paso a la dulzura y voluptuosidad de los apenas motivos esbozados del viol¨ªn de Maaria Leino, el chelo de Russlana Prokopenko, el clarinete de Iv¨¢n Mar¨ªn o la flauta de Claudia Walker Moore.
El juguet¨®n Mercurio brill¨® en los reflejos de cristal de la celesta de Alicia Gonz¨¢lez Permuy. En Saturno, la media luz de los violines surgiendo de los colores oscuros del resto fue como la visi¨®n de los anillos del planeta en alguna de las fotos de la NASA. Saturno trajo la vejez m¨¢s se?era: la que muestra sus grandezas pasadas y se va apagando llena de serena dignidad.
Los sttacati mostraron Urano como en un truco de cercan¨ªa con naipes que las trompas y los tutti orquestales tranformaron en la magia espectacular de los grandes aparatos. Toda la obra fue una exhibici¨®n de la capacidad y grandeza de las secciones de la Sinf¨®nica y sus solistas, incluido aqu¨ª el aporte de color de Ludmila Orlova al ¨®rgano.
Finalmente, la visi¨®n de Neptuno fue como velada por la lejan¨ªa: el arpa de Celine Landelle ¨Cgrande toda la noche junto a Miguel ?ngel S¨¢nchez Miranda-, el color de dos oboes y dos cornos ingleses y la delicadeza de los coros femeninos de la OSG remataron la obra en su viaje, como alej¨¢ndose por la inmensidad del espacio. Como dir¨ªa el personaje de Toy story, ¡°hasta el infinito y m¨¢s all¨¢¡±. Y es que con calidad, humildad y trabajo todos los l¨ªmites son superables; en el espacio y en el arte.
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