Provocaciones necesarias
La memoria colectiva es la de toda la gente. La del poder nunca es toda la memoria de la gente
¡°Se hizo en el Born por oportunidad medi¨¢tica. En realidad, es una invitaci¨®n a reflexionar sobre el espacio p¨²blico¡±. Esas palabras son de hace dos a?os y con ellas se explicaban en este diario los artistas que colocaron el cond¨®n de 17,14 m sobre la descomunal bandera que preside la entrada del Born.
Apenas dur¨® dos minutos aquella acci¨®n art¨ªstica de ?lex Gim¨¦nez y Jorge Rodr¨ªguez-Gerardo, pues al instante mand¨® retirarla Quim Torra, el director del Born Centre Cultural. El arte siempre va por delante de la cultura. Se trataba de una acci¨®n inscrita en el proyecto Nonument, del Macba.
Entonces mandaba CiU en el Ayuntamiento y el alcalde Xavier Trias llamaba en aquellos mismos d¨ªas de setiembre a participar c¨ªvicamente en la manifestaci¨®n de la Diada, que iba a tener forma de V gigante de dos colores. Otra acci¨®n art¨ªstica, en este caso protegida por las autoridades, es decir, el poder.
El fulminante gesto de censura por parte de Torra manifest¨® que el poder hab¨ªa sacralizado ese espacio p¨²blico, y que as¨ª se adue?aba de un lugar que pertenec¨ªa a todos (pero eso es normal, pues el poder se apodera), esta vez en nombre de la memoria. ?Existe la memoria colectiva? Por supuesto, es la de toda la gente. Pero la memoria del poder nunca es toda la memoria de la gente. Para sacralizar el suelo del Born se hab¨ªa tomado como pretexto unas ruinas datadas hacia 1714. Al lado, hab¨ªan descubierto enterrada la Barcelona musulmana durante la construcci¨®n del aparcamiento de enfrente; sin embargo estas ruinas no acabaron formando parte de nuestra memoria oficial. Son nuestras pero no respetables, igual que los preservativos.
Estos d¨ªas, los incidentes con la estatua decapitada de Franco y el monumento a la Victoria franquista, a ra¨ªz de la exposici¨®n sobre ¡°Impunidad y espacio urbano¡± organizada por el ayuntamiento de Ada Colau, han apuntado que no basta con democratizar los espacios p¨²blicos sino que adem¨¢s hay que laicizarlos. La memoria sagrada es religi¨®n, la memoria laica es civilizaci¨®n en el profundo sentido de lo civil.
Y precisamente el arte, voluntaria y tambi¨¦n involuntariamente, tiene la capacidad de profanar lo sagrado, de convertirlo en normal. Lo ha hecho siempre. Le pas¨® a Flaubert cuando public¨® Madame Bovary, y a Verdi cuando estren¨® La Traviata, por poner dos ejemplos que ahora forman parte de la gran cultura burguesa. Le pasa a Franco, jinete sin cabeza, convirtiendo el sacrosanto Born en nuestro Sleepy Hollow. La estatua de Franco descabezado y desliz¨¢ndose sobre rieles es a la estatua de Franco lo que el urinario de Duchamp a un urinario.
El expresidente y exconvergente Artur Mas ha calificado el emplazamiento de esos monumentos en la puerta de la exposici¨®n de ¡°provocaci¨®n innecesaria¡±, que es la traducci¨®n al lenguaje reglamentario del ¡°ara no toca¡±. Esta vez, el censurado ha sido el Ayuntamiento, el poder, que ha acabado claudicando ante los sacerdotes. Las esculturas ofend¨ªan a los guardianes de lo sagrado. Hasta tal punto que, en nombre de su exclusiva sensibilidad, agredieron e insultaron llam¨¢ndoles ¡°fascistas¡± e ¡°hijos de puta¡± a unos antiguos luchadores que visitaban la exposici¨®n, muchos de los cuales hab¨ªan pagado con la tortura, la c¨¢rcel y el exilio su antifranquismo.
Una pancarta de las juventudes de Converg¨¨ncia exhibida en los altercados dec¨ªa: ¡°Franco, ni al Born ni enlloc¡±. Hay un lugar en el que Franco ha estado siempre y nunca miran: su propio ¨¢rbol geneal¨®gico. Incluso uno de sus pintorescos alcaldes franquistas lleg¨® a consejero de Gobernaci¨®n durante el pujolismo maduro de finales de los a?os ochenta.
Y el interior de la exposici¨®n va de eso en parte. Muestra la representativa historia de c¨®mo dos artistas, Josep Viladomat y Frederic Mar¨¨s (los de los monumentos censurados), estuvieron al calor de la Rep¨²blica, c¨®mo luego se pusieron al servicio del franquismo (el segundo con m¨¢s alegr¨ªa que el primero) y c¨®mo la democracia hizo la vista gorda con sus obras, y as¨ª perduraron hasta hace poco evit¨¢ndose toda ¡°provocaci¨®n innecesaria¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.