Caricaturizar a Tarradellas
El presidente de la Generalitat recuperada fue mucho m¨¢s que las cr¨ªticas contra Pujol o la aceptaci¨®n del marquesado
Vaya sino infausto, el de Josep Tarradellas! Primero, desde su jubilaci¨®n institucional en 1980 hasta su fallecimiento en 1988 e incluso por alg¨²n tiempo m¨¢s, le toc¨® ser el anti-Pujol: el estandarte de quienes no soportaban la hegemon¨ªa convergente sobre la Generalitat recuperada, el contramodelo de aquellos que culparon a Jordi Pujol de haberles usurpado su derecho natural a gobernar Catalu?a; en suma, el m¨¢s ilustre proveedor de munici¨®n contra el denostado banquero-botiguer. Y, si atendemos a la doctrina formulada por el se?or Joaquim Coll en su art¨ªculo M¨¢s Tarradellas, menos Companys (EL PA?S, 2 de diciembre), ahora tiene que ser la alternativa memorial, el recambio positivo al Companys ¡°manoseado¡± por ¡°los separatistas¡±.
La reivindicaci¨®n de Tarradellas por parte del fundador y exvicepresidente de Societat Civil Catalana ni sorprende ni innova; de hecho, ya hicieron lo mismo, una d¨¦cada atr¨¢s, los promotores del partido Ciutadans. En ambos casos, la operaci¨®n consiste en tomar al ¨²ltimo Tarradellas, aislarlo de su biograf¨ªa pol¨ªtica previa (que queda despachada con dos t¨®picos sobre el ¡°gran inter¨¦s¡± y ¡°los claroscuros¡± de esa trayectoria), descontextualizarlo y erigirlo en t¨®tem de un catalanismo espa?olista y antiindependentista, alternativo a los actuales desvar¨ªos de la secesi¨®n. Es un juego antiguo, pero poco digno de quienes llevan a?os acusando a sus adversarios ideol¨®gicos de tergiversar la historia.
El se?or Coll debe de haber le¨ªdo libros y visto exposiciones sobre Tarradellas. Yo, por mi parte, conoc¨ª a Tarradellas (concretamente, a primeros de septiembre de 1975, a lo largo de una jornada entera, todav¨ªa en Saint-Martin-le-Beau) y lo frecuent¨¦ en su piso de la Via Augusta durante a?os, hasta unos meses antes de su muerte, acumulando con ¨¦l bastantes decenas de horas de conversaci¨®n, generalmente centrada en la historia catalana del siglo XX. Esto no me erige en legatario de nada ni en sacerdote de ning¨²n culto, pero s¨ª me permiti¨® conocer de cerca su psicolog¨ªa y me autoriza a subrayar la complejidad del personaje.
Tarradellas fue mucho m¨¢s que las cr¨ªticas contra Pujol, las enf¨¢ticas condenas del Sis d¡¯Octubre y la aceptaci¨®n del marquesado. Much¨ªsimo m¨¢s.
Joaquim Coll i Amarg¨®s nos conmina a ¡°acercarnos al legado de Tarradellas¡±. De acuerdo, pero ?a cu¨¢l? ?Al del joven nacionalista radical admirador del Sinn F¨¦in irland¨¦s que en 1920, durante los actos de la visita del mariscal Joffre, gritaba en plena plaza de Sant Jaume ¡°Mori Espanya!¡±? ?Al ya treinta?ero dirigente de la Joventut Nacionalista La Fal?, uno de los bastiones del separatismo macianista? ?Al pol¨ªtico que, desde 1936, decidi¨® subirse a lomos del tigre de la revoluci¨®n y cogobernar junto a grupos e individuos comparada con los cuales la CUP parece una colla de puntaires? ?Al presidente exiliado que, en 1957, tach¨® de ¡°traidores¡± y ¡°botiflers¡± a los catalanes signatarios del llamado Pacto de Par¨ªs porque, seg¨²n ¨¦l, subordinaban los intereses nacionales a la pol¨ªtica espa?ola...?
S¨ª, claro que en 1976-77, cuando empezaron a aparecer por la Turena los enviados del franquismo transicionista (el teniente coronel Casinello, los emisarios de Fraga, Carlos Sent¨ªs en nombre de Su¨¢rez...), Tarradellas se mostr¨® conciliador, y dispuesto a aceptar la monarqu¨ªa, y a acatar la legalidad preconstitucional, e incluso a dejarse utilizar por la UCD... Haber estado en el Clos Mosny unos meses antes ayuda a entender por qu¨¦. Me refiero al heroico esfuerzo por mantener la dignidad presidencial en medio de la penuria econ¨®mica, al desgaste acumulado tras casi cuatro d¨¦cadas de exilio, al irresistible se?uelo de volver a Barcelona como President con todos los honores... En definitiva, hablo del human¨ªsimo anhelo de dar sentido a toda una vida que, durante decenios, hab¨ªa parecido consagrada a una pol¨ªtica ficticia y a un cargo fantasmal.
El se?or Coll, ampar¨¢ndose en consideraciones acerca de la Ley de la Memoria Hist¨®rica que no tengo espacio ¡ªpero s¨ª datos y argumentos¡ª para rebatir, viene a propugnar que nos olvidemos de una vez de Llu¨ªs Companys. Trato hecho. Nos olvidaremos con mucho gusto del ¨²nico presidente europeo democr¨¢ticamente elegido que cay¨® asesinado por el fascismo..., el mismo d¨ªa que la sociedad francesa deje de recordar y homenajear a Jean Moulin, y la sociedad alemana a Sophie Scholl, y la democracia portuguesa al general Humberto Delgado. El mismo d¨ªa que, en Espa?a, terminen definitivamente los homenajes a las v¨ªctimas del terrorismo. ?O acaso Companys no fue una v¨ªctima entre miles del terrorismo franquista?
Joan B. Culla i Clar¨¤ es historiador.
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