Un Rigoletto con alma

No mejora mucho con el paso de los a?os el montaje de Rigoletto firmado por la directora de escena holandesa Monique Wagemakers, una coproducci¨®n del Liceo y el Teatro Real que hizo historia en 2009 en el coliseo madrile?o no por su fuerza teatral, sino por el bis del d¨²o de la vendetta a mayor gloria de Leo Nucci y Patrizia Ciofi. Por cierto, el veterano bar¨ªtono italiano regresar¨¢ al Liceo el 25 de marzo para actuar en una ¨²nica funci¨®n de este minimalista y fr¨ªo montaje que gana emoci¨®n por las voces y la inspirada y detallista direcci¨®n musical del italiano Riccardo Frizza.

Giuseppe Verdi exige en el foso variedad de acentos, cuidado en las din¨¢micas, brillo y potencia, y tambi¨¦n matices camer¨ªsticos en los acompa?amientos m¨¢s delicados. A esa tarea se consagr¨® Frizza en una lectura sostenida con pulso dram¨¢tico firme y certero sentido del estilo, el color orquestal y el temperamento verdiano.

Visualmente, el espect¨¢culo tiene escenas bellas y un elegante vestuario de Sandy Powell, ganadora de tres Oscar, pero la est¨¦tica minimalista, por muy fashion que sea, resulta distante, tan contemplativa que ahoga las emociones. T¨¦cnicamente, es una producci¨®n compleja, no por lo que se ve, sino por el uso de una plataforma hidr¨¢ulica rectangular que ofrece impresionantes perspectivas. Teatralmente es m¨¢s un Rigoletto para ver que para emocionarse, ya que sus espacios abiertos limitan por desgracia la proyecci¨®n de las voces.

Por fortuna, en el t¨ªtulo que abre la trilog¨ªa rom¨¢ntica verdiana la emoci¨®n est¨¢ en las voces y en la orquesta, y en este espect¨¢culo, adem¨¢s del esperado debut del tenor mexicano Javier Camarena en un papel tan cargado de leyenda como el Duque de Mantua y la musical Gilda de la soprano italiana D¨¦sir¨¦e Rancatori, quien marca la diferencia y eleva el list¨®n de calidad interpretativa a lo m¨¢s alto es el gran bar¨ªtono espa?ol Carlos ?lvarez en un papel que convierte en una lecci¨®n vocal y teatral y desde que sale hasta que grita maledizione por ¨²ltima vez.

Ya que en escena no hay nada aparte de la plataforma y sus bordes de ne¨®n, dos escaleras y una trampilla, Wagemakers propone una mirada alejada de la tradici¨®n que convierte al buf¨®n de la corte del Duque de Mantua -que en este montaje ha perdido su joroba- en un padre maltratador con pulsiones incestuosas. Salvo en algunos gestos violentos y un punto libidinosos que apunta ?lvarez, si no te informan antes de entrar al teatro ni te enteras de esta ocurrencia, dif¨ªcil de sostener ante la grandeza del personaje que inspira a Verdi una m¨²sica de desbordante humanidad.

Con o sin joroba, ?lvarez es un Rigoletto de manual. Lo tiene todo; potencia, brillo y fuerza expresiva, arte en la dicci¨®n y el valor de cada palabra, en la nobleza del fraseo, en la ira del grito y el susurro del dolor. Es un Rigoletto con alma verdiana que se llev¨®, con toda justicia, los m¨¢s entusiastas aplausos de la velada.

Sali¨® relativamente airoso Camarena en su primer Duque. Con voz preciosa, fraseo elegante y agudos luminosos dio brillo a La donna ¨¨ mobile y a la cabaletta Possente amor mi chiama, pero en este repertorio tiene el mismo problema que su colega Juan Diego Fl¨®rez: en las escenas de m¨¢s intensidad l¨ªrica, la debilidad de los graves y el limitado volumen pasan su inevitable factura.

Rancatore es una Gilda de delicados acentos y justa coloratura que alcanza sus mejores momentos en el d¨²o del segundo acto. El rotundo Sparafucile del bajo croata Ante Jerkunica y la sensual Maddalena de la mezzosoprano georgiana Ketevan Kemoklidze aseguraron buenos momentos en una funci¨®n que tuvo como punto negro el decepcionante y poco audible Monterone del bajo italiano Gianfranco Montresor: en el coro del Liceo, que estuvo magn¨ªfico en todas sus intervenciones, hay bajos m¨¢s calificados para este papel.