Bailar pegados o perrear
Ricky Martin devan¨® su concierto en el Sant Jordi entre la balada y la pulsi¨®n bailable
Contin¨²a bien ¡°plantao¡±. Sali¨® por la parte de arriba del escenario, como los dioses que bajan a la tierra, se atrevi¨® con pasos de baile y siempre mantuvo ese aire de seductor convencido de sus poderes, una mirada que derrite, que lo sugiere todo sin decir nada. Es un Ricky Martin ya maduro y seguro de s¨ª mismo, sabedor de lo importante que resulta dejarse mirar para que el p¨²blico inicie su autocombusti¨®n. Probablemente march¨® satisfecho a camerinos tras su hora y media de concierto en el Sant Jordi, pero tambi¨¦n pudo pensar que su p¨²blico siempre se rinde, casi nunca hay partido, s¨®lo juega ¨¦l, y que ya no llena como anta?o, cuando era el m¨¢s grande, o de los m¨¢s, en el ¨¢mbito del pop latino. S¨ª, Ricky Martin triunf¨®, aunque no arras¨®.
En el concierto de la estrella de Puerto Rico hubo varios conciertos. Por lo que hace al sonido se di?¨® un inicio cacof¨®nico, algo similar a siete t¨®mbolas anunciando ¡°chochonas¡± entre tres pistas de autos de choque. Hab¨ªa un no s¨¦ qu¨¦ de fiestas de pueblo grande, faltando s¨®lo el olor a chorizo ¨Cimposible entrarlo por su similitud con un artefacto contundente, que adem¨¢s lo es- y a churros. En el escenario un atropello de m¨²sicos y bailarines, luces y pantallas persegu¨ªan aturdir por acumulaci¨®n a un p¨²blico que reaccionaba como mandan los c¨¢nones: gritando. Fue la parte digamos m¨¢s pop, la que Ricky destina al mercado anglosaj¨®n. Ese sonido se fue matizando con el paso del tiempo, y sin llegar a rizar el rizo de nitidez la cosa mejor¨® notablemente. As¨ª, con el sonido, se consumieron dos conciertos. Y por medio que no falte la solidaridad, esta vez la Fundaci¨®n Ricky Martin, encajada como teletienda en las pantallas. Se pod¨ªa pensar en Mateo: que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha.
Hubo m¨¢s conciertos. Quiz¨¢s tres m¨¢s. Uno ya citado, el anglosaj¨®n. Dos, el m¨¢s peliagudo, el Ricky rom¨¢ntico tan ba?ado en sacarosa que su mirada seductora parec¨ªa m¨¢s que complementaria redundante. Y si se piensa en la actual m¨²sica latinoamericana de ¨¦xito, a Ricky le sal¨ªan canas cada vez que abordaba un estribillo. Recordaba un gal¨¢n maduro defendiendo un territorio de conquista menguante. S¨ª, se cambiaba de ropa como si aquello fuese una pasarela, pero el vestuario, cl¨¢sico, poco imaginativo y crom¨¢ticamente conservador, no hac¨ªa sino acentuar la imagen del gal¨¢n acosado por los nuevos ¡°b¨¢rbaros¡± del ritmo, coloristas y deslenguados.
A ellos combati¨® en su tercer concierto, ya en el tramo final. Aqu¨ª Ricky se sac¨® de la manga esas canciones que tambi¨¦n casan con las t¨®mbolas y las fiestas populares, piezas r¨ªtmicas latinas, ocasionalmente perfumadas con reguet¨®n, el nuevo dios, rematadas con estribillos id¨®neos para las clases de zumba: que si ¡°por arriba y por abajo¡±; que si ¡°s¨ª se puede, s¨ª, s¨ª¡±; que si ¡°lleg¨® la fiesta pa tu boquita¡±; que si ¡°vente pa¡¯ca, pa¡¯ca ah¡±¡.en fin, estribillos que se pegan como el chicle a la suela y se mantienen ah¨ª hasta que cambias de zapatos. Aqu¨ª, por fin, Ricky fue el Ricky m¨¢s en l¨ªnea con los tiempos que corren, todo y que sus movimientos en escena ten¨ªan el freno puesto y sus recursos, hacer cantar al Sant Jordi parti¨¦ndolo en dos mitades, est¨¦n un poco, digamos, trasnochados. Tanto como su manera de jalear al p¨²blico, tarea en la que le acompa?aba un animador que berreaba cuando Ricky se cambiaba de ropa. Lo importante es que Ricky dej¨® a su p¨²blico arriba. Cuando vuelva sabremos cu¨¢n arriba lo dej¨®.
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