Fiestas sanguinarias

Hay tradiciones que perpet¨²an costumbres inaceptables para nuestra civilizaci¨®n. Clamar por su pervivencia significa, a veces, un forcejeo retr¨®grado contra la cultura y el progreso.

En la noble e hist¨®rica ciudad de Tordesillas se celebraba, hasta el a?o pasado, la fiesta del toro de La Vega. El toro era perseguido, acosado, torturado y acribillado por una multitud armada con lanzas y otros objetos punzantes, a pie y a caballo. Pretend¨ªan conservar su fiesta como herencia de una vieja tradici¨®n medieval, la de los jinetes alanceando al toro descritos por Fern¨¢ndez de Morat¨ªn en sus famosas quintillas. Pero aquellos idealizados caballeros antiguos sal¨ªan a la plaza con prosopopeya, lujo, solemnidad y valent¨ªa, exponi¨¦ndose a las acometidas del toro. En Tordesillas no era as¨ª. Hasta el a?o pasado, el tropel polvoriento de toscos jinetes y peones persegu¨ªa tumultuosamente al toro, sin orden, riesgo ni opci¨®n alguna de defensa para el astado, ante los aplausos de una multitud enardecida. Pero no les gustaba que se tomaran im¨¢genes de su dudosa haza?a. Algunos periodistas que lo intentaron fueron b¨¢rbaramente insultados y zarandeados, y sus c¨¢maras arrebatadas y destrozadas por los m¨¢s exaltados, ante la pl¨¢cida condescendencia de la mayor¨ªa.

Una sociedad moderna, civilizada y culta no deber¨ªa tolerar ning¨²n espect¨¢culo de sangre, sufrimiento y muerte de un ser vivo. Los poderes p¨²blicos democr¨¢ticos, tampoco. Por eso, en Mayo de 2015, la Junta de Castilla y Le¨®n prohibi¨® la tortura y muerte p¨²blica del toro de Tordesillas. El Ayuntamiento recurri¨® la prohibici¨®n ante el Tribunal Constitucional, pero sin ¨¦xito. Finalmente, con minoritarias resistencias recalcitrantes, a rega?adientes, se acat¨® la legalidad. En las fiestas de 2016 de Tordesillas el toro Pelado fue corrido sin sangre y con desgana, y sacrificado ¡°en la intimidad¡±. Aunque, en esa y otras muchas Autonom¨ªas, seguir¨¢n celebr¨¢ndose las corridas de toros oficiales con sus disfraces dieciochescos, sus arcaicas pretensiones est¨¦ticas y sus reglamentos sanguinarios de puyazos, banderillas y estocadas.

En Catalu?a es al rev¨¦s. Est¨¢n prohibidas esas corridas de toros oficiales, por ser un espect¨¢culo b¨¢rbaro de maltrato animal. Esta prohibici¨®n es el resultado de una ampl¨ªsima presi¨®n social encabezada por grupos y asociaciones autodenominadas animalistas, opuestas a las festividades taurinas sanguinarias. Sin embargo, no est¨¢n abarcados por la culta prohibici¨®n los correbous, fiesta taurina popular tradicional de algunas comarcas de Tarragona. La presi¨®n social, obviamente, ahora se centra en la vigilancia del posible maltrato en los correbous autorizados.

En Mas de Barberans, poblaci¨®n agr¨ªcola de 600 habitantes, se celebraba el correbou, en las fiestas de 2016. Dos mujeres animalistas grababan im¨¢genes para documentar los eventuales malos tratos al toro. Esto disgust¨® a los lugare?os porque esa observaci¨®n vigilante era, para ellos, una ofensa insoportable. Su reacci¨®n fue similar a la de Tordesillas, ya que, desdichadamente, esas tradiciones b¨¢rbaras generan reacciones tan irracionales e impulsivas en una aldea como en una noble ciudad hist¨®rica. En un v¨ªdeo se ve¨ªa c¨®mo cuatro personas, m¨¢s exaltadas que los dem¨¢s, las empujaban, golpeaban, arrastraban por los pelos, destroz¨¢ndoles las c¨¢maras. Lo m¨¢s sorprendente del v¨ªdeo era el p¨²blico que ocupaba las gradas de la peque?a e improvisada plaza, al lado de las agredidas. Nadie intervino para impedir el atropello. Nadie auxili¨® a las maltratadas. Varios hombres sonre¨ªan condescendientes. Eran la Fuenteovejuna de la tauromaquia aldeana. Pero como ya no son los tiempos de Lope de Vega, las c¨¢maras permitieron identificar a los energ¨²menos. Ahora, casi un a?o despu¨¦s, iban a ser juzgados. Lo evitaron, posiblemente para ahorrarse el bochorno medi¨¢tico, conform¨¢ndose con la acusaci¨®n, con la indemnizaci¨®n a las v¨ªctimas, y con una pena de multa. Igual que los de Tordesillas, tuvieron que acatar a rega?adientes la decisi¨®n de la justicia, aunque les llene de melancol¨ªa o indignaci¨®n a ellos y a todos los que impulsaron impunemente sus excesos violentos con sus condenables aplausos, sonrisas o condescendencias.

Todos ellos, diletantes de los ruedos y los trajes de luces, o iracundos aldeanos, pretenden que pervivan sus ancestrales tradiciones sanguinarias, zafias, polvorientas y tumultuarias o de pretendida est¨¦tica carnicera reglamentada. Los poderes p¨²blicos no deber¨ªan guiarse por exigencias de minor¨ªas nost¨¢lgicas y quejumbrosas. Sin distingos ni excepciones, les corresponde limpiar el rostro de nuestra sociedad de esas bochornosas tradiciones. Porque estas son una triste herencia de aquel pueblo harapiento, analfabeto y fan¨¢tico del que Carlos III, hace 250 a?os, dec¨ªa que es como un ni?o, que llora cuando le lavan la cara.

Jos¨¦ Mar¨ªa Mena fue fiscal jefe del TSJC