El fascinante 'tablau vivant' de Dimitris Papaioannou
El creador griego se revela un maestro en vender la est¨¦tica como un todo absoluto
El espectacular tablau vivant de Dimitris Papaiaonnou es exquisito alimento para los sentidos. The Great Tamer (El gran domador) es una ingesta muy gratificante; adictiva para los ojos hasta alcanzar el umbral de la saturaci¨®n. S¨ª, tambi¨¦n perturba, pero erradicando toda acepci¨®n negativa del despertar de la inquietud. Como ante los cuadros vivientes que serv¨ªan de pl¨¢cido entretenimiento al p¨²blico del siglo XIX, s¨®lo hay que sentarse y esperar a que la corriente on¨ªrica -como una Ofelia prerrafaelita- te arrastre sumergido en un desfile de im¨¢genes surrealistas. La ausencia de narrativa y trascendencia dram¨¢tica en la refinada est¨¦tica empleada podr¨ªa ser incluso un valor positivo, si la propuesta tuviera una cierta personalidad disruptiva o iconoclasta. No parecen ser ¨¦stas las aspiraciones de Papaioannou, de alguna manera convencido que el espectador ha asimilado el concepto kantiano de la est¨¦tica igual que un bote de sopa serigrafiado. Al menos, ¨¦l parece rehuir el plausible conflicto. Prefiere la catarsis controlada.
THE GREAT TAMMER
De Dimitris Papaioannou. Direcci¨®n: Dimitris Papaioannou. Int¨¦rpretes: Pavlina Andriopoulou, Costas Chrysafidis, Ektor Liatsos, Ioannis Michos, Evangelia Randou, Kalliopi Simou, Drossos Skotis, Christos Strinopoulos, Yorgos Tsiantoulas, Alex Vangelis. Mercat de les Flors, 2 de julio, Grec¡¯17.
El creador griego -de una teatralidad dominada por su formaci¨®n pl¨¢stica- es un maestro en vender la est¨¦tica como un todo absoluto. ?Pero es de verdad suficiente? ?Qu¨¦ ocurre cuando la belleza muestra sus l¨ªmites, entrando en un bucle infinito? ?Qu¨¦ pasa cuando se agota el juego de identificar cuadros de la Historia del Arte o personajes de la mitolog¨ªa griego-romana (Ceres, Atlas, Saturno, Deucali¨®n y Pirra)? Mientras el espectador est¨¢ entretenido y funciona el efecto sorpresa se pasa por el alto que el movimiento es en muchos momentos un mero elegante gesto de transici¨®n hacia otra composici¨®n esc¨¦nica. Hay excepciones, como la fuerza f¨ªsica aplicada sobre una coraza de yeso o la levedad de un soplo sobre un cuerpo flexible como un tallo, pero es un recurso en minor¨ªa.
El objetivo ¨²ltimo es generar fascinaci¨®n y rendici¨®n del esp¨ªritu cr¨ªtico. Eclosi¨®n de los iconos. A veces previsibles, como la Lecci¨®n de anatom¨ªa de Rembrandt y otras de una genial reinterpretaci¨®n de una perspectiva o de la manipulaci¨®n que revolucionarias corrientes art¨ªsticas hicieron del cuerpo humano. Maravilloso el protagonismo, no exento de iron¨ªa, que cobra el desnudo yacente inspirado en el Cristo de Mantegna -una imagen utilizada con m¨¢s intencionalidad por Pasolini- y, sobre todo, la alienaci¨®n er¨®tica que el surrealismo aport¨® con sus cuerpos desmembrados. Es la visi¨®n -esta vez s¨ª inquietante- de los brazos y piernas desperdigados como en Intermission de Magritte, el descuido anat¨®mico de Dal¨ª, o el torso de Venus objetivado por Man Ray. Es tambi¨¦n la sutileza de llevar al escenario el trazo dram¨¢tico de un ropaje renacentista o cambiarle el g¨¦nero -y de paso multiplicarlo- a El origen del mundo de Courbet.
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