La antesala del cielo
La voz principal de Supertramp recupera un repertorio imperecedero, pero con mucho menos vigor que cuando la banda original hizo historia
Una estad¨ªstica imaginaria, pero veros¨ªmil: uno de cada dos lectores de este peri¨®dico tendr¨¢ todav¨ªa por casa alg¨²n ejemplar de Paris, aquel apote¨®sico doble disco en directo de Supertramp con el que aprendimos a decir ¡°Bonne soir¨¦e¡± y a estremecernos con la arm¨®nica quejumbrosa de School, imitada luego hasta el infinito. Aquel invierno parisino hace mucho que se antoja irrepetible, toda vez que Roger Hodgson y Rick Davies, t¨¢ndem tan prodigioso como dispar, se resquebraj¨® all¨¢ por 1984 y no ha habido manera de recomponerlo. Este martes, en unas Noches del Bot¨¢nico plet¨®ricas (3.200 espectadores y una deliciosa sensaci¨®n de hermandad), recuperamos la parte que de aquella alquimia a?orada se puede ahora mismo recuperar. No el todo, como tanto nos habr¨ªa gustado y nos quedaremos ya con las ganas. Pero c¨®mo resistirse a la tentaci¨®n de un pedacito de ambros¨ªa, a falta de hincarle el diente a la tarta completa.
El divorcio entre Davies y Hodgson era seguramente tan inevitable como previsibles las consecuencias. Roger no consigue sonar ni de lejos, ya quisi¨¦ramos, con el empaque de Supertramp. Lo que pervive de Supertramp pierde el pop instant¨¢neo, acaramelado y encantador de su compositor m¨¢s contagioso. Y, por supuesto, los cuatro discos bajo la marca Supertramp posteriores a la marcha de Hodgson resultan tan poco relevantes como los cuatro de este sin sus viejos camaradas. Un caso de libro: perdieron los unos y los otros; perdimos, sobre todo, nosotros. O quiz¨¢ ya no quedaba margen para el entendimiento, pero duele pensarlo. Y asumirlo.
Anoche, por ejemplo, nos quedamos (?ay!) sin aquella arm¨®nica inaugural de School. Y cualquier parecido entre John Helliwell, con ese saxo de efervescencia inconfundible, y el muchacho que acompa?a ahora a Charles Roger Pomfret Hodgson es meramente nominal. Est¨¢n las canciones, impresionantes (Hide in your shell, Take the long way home, Lord is it mine), pero ni por asomo aquel swing brutal de Davies cuando se reventaba las yemas de los dedos sobre el piano. Es lo que hay. Y, habiendo llamado a las puertas del cielo, cuesta conformarse con los encantos de su antesala.
Hodgson es, desde luego, mucho m¨¢s emp¨¢tico que su adusto contrapunto hist¨®rico, que aportaba el sarcasmo y la pimienta. Cada vez m¨¢s beat¨ªfico en su porte, nuestro protagonista de ayer nos habl¨® de amor, perd¨®n y redenci¨®n, de animalillos que no merecen el cautiverio de los zool¨®gicos, de orillar los problemas mientras suene la m¨²sica. Se muestra tan encantador que sobre Breakfast in America advirti¨®: ¡°La escrib¨ª a los 19 a?os, cuando so?aba con viajar a California y conocer chicas estupendas. Fue un error no haberla titulado Breakfast in Spain¡±. Era imposible no sonre¨ªr, asentir, recordar. Pero ?qui¨¦n no habr¨ªa firmado un contrato vitalicio con el mism¨ªsimo Belceb¨² por escuchar entre medias Asylum, Rudy, From now on? ?Qui¨¦n?
En un razonable esfuerzo de reafirmaci¨®n, Hodgson entreg¨® incluso dos piezas in¨¦ditas, la muy almibarada Teach me to love again y la h¨¢bil y prometedora The awakening. Y dej¨® para la media hora final un arsenal insuperable, de los que acallar¨ªan a cualquier disidente: Dreamer, Fool¡¯s overture, Give a little it e It¡¯s raining again. Las sonrisas se tornaron un¨¢nimes. La noche se asent¨® gentil, amable, hermosa. Todo lo que quieran. Pero alguien deber¨ªa proponer una ¨²ltima tentativa, si es que Rick Davies anda ya recuperado de sus ¨²ltimos achuchones de salud. Los Eagles lograron que el infierno se congelara. Guns ¡®n¡¯ Roses se han reencontrado en esta vida, aunque sea sin muchas caranto?as. Los hermanos Davies andan eternamente en ello. ?Por qu¨¦ no una ¨²ltima oportunidad de que las canciones de Supertramp volvieran a sonar por cuenta de Supertramp? ?Se imaginan c¨®mo quedar¨ªa la noche?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.