¡®Mandanga¡¯
Viaje a los restos de La Criolla, coraz¨®n del Barrio Chino y 'dancing' de culto internacional de los 20 y 30, donde hab¨ªa de todo: anarquistas, armas, prostitutas, travestis, coca¨ªna...
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
La culpa es de McNulty. Apurando su et¨ªlica micci¨®n en las v¨ªas del tren a escasos segundos del paso del convoy, asegura el polic¨ªa de The Wire que ir¨¢ hasta el final en un caso que el espectador sabe que perder¨¢. ?l, tambi¨¦n. Maldita ¨¦tica de la convicci¨®n weberiana... En fin. Pues yo, lo mismo: solo dos billetes de cinco euros en un bolsillo del ra¨ªdo tejano, el DNI a pelo en el otro, fuera medalla de oro de nacimiento del cuello, reloj de baratija, libreta min¨²scula, rotulador de tinta l¨ªquida y 50 euros, por si acaso, en el mocas¨ªn.
Con la vida a media asta (as¨ª en lo personal como en el oficio), me dirig¨ªa a la calle m¨¢s peligrosa de Barcelona; al menos, en los a?os 20 y 30 del siglo pasado. Donde hubo la primera central el¨¦ctrica de la ciudad para dar luz p¨²blica en 1882 al cercano paseo de Col¨®n, en la angosta y corta calle del Cid, las f¨¢bricas dejaron su sitio a cuatro burdeles en apenas 10 a?os, los de 1890 a 1900. Desde las 10 de la ma?ana, trasiego continuo. Larga jornada para las chicas: de 4 de la tarde a 4 de la madrugada; dos horas para cenar; 5 pesetas al d¨ªa y el 50% de las consumiciones que arranquen. Hay de todo: drogas, travestis, chulos, hampones nacionales y de reciente importaci¨®n, hasta matones huidos del presidio de la Isla del Diablo¡
Mejor ir armado. Y ah¨ª, en plena calle, en medio del Barrio Chino, como bautiz¨® esa zona el periodista Francesc Madrid en dos reportajes para El Esc¨¢ndalo, La Criolla. Mucho m¨¦rito ser el antro m¨¢s rutilante ante tan pr¨®xima competencia: en Cal Manco triunfan porque abundan las chicas extranjeras que practican muy bien el franc¨¦s; hasta el revoltoso proletariado hace respetuosa cola de feligr¨¦s los fines de semana. Hablan de 5.000 personas. Son solo tres pesetas. Hay una chica que en un d¨ªa, alardea, ha llegado al medio millar de felaciones. Para entrenarlas, les untan las enc¨ªas de coca¨ªna o sus chulos se pringan el pene con miel en cantidades que ir¨¢n menguando¡ En Can Sacrist¨¢n, en la acera de enfrente de La Criolla, los travestis, competencia al alza, ofrecen, am¨¦n de prostituci¨®n pura y dura, m¨¦nages ¨¤ trois o lo que llaman ¡°cuadros en vivo¡±, escenas porno donde recrean la actualidad sociopol¨ªtica en una Barcelona en ebullici¨®n y desmadrada, acelerada entre los beneficios de la neutralidad de la Primera Guerra Mundial y la Exposici¨®n Internacional de 1929 y, luego, enfebrecida por la Rep¨²blica.
En Cal Manco, la competencia, triunfan porque abundan las chicas extranjeras que practican muy bien el franc¨¦s. Para entrenarlas, les untan las enc¨ªas de coca¨ªna o sus chulos se pringan el pene con miel
Pero La Criolla es un dancing especial porque tiene todo eso y m¨¢s. Hay adolescentes; anarquistas que conspiran e intercambian bombas, entre ellos Flor de Oto?o, mito transgresor, cocain¨®mano y homosexual; tambi¨¦n se pueden comprar pistolas y la coca¨ªna (¡°mandanga¡±, la llaman) es de las m¨¢s puras (¡°mandanga chachi¡±): a 12,50 pesetas el gramo. En Can Sacrist¨¢n, te la venden en cajas de cerillas¡
¡°La Criolla y Cal Sagrist¨¢ han dado m¨¢s fama internacional a Barcelona que la pasada Exposici¨®n Internacional y m¨¢s que su magn¨ªfico Museo Rom¨¢nico¡±, escribe Madrid en 1934. La Criolla es una atracci¨®n mundial: Simone Weil, Jean Genet, el Nobel Jacinto Benavente, el ¡°desatado y entregado a todos los des¨®rdenes¡± Joseph Kessel o George Bataille visitan y escriben de ¨¦l. ¡°Ens fa quedar molt b¨¦¡±, dir¨¢, socarr¨®n, Josep Pla. Pierre Mac Orlan ser¨¢ el m¨¢s certero: ¡°La locura de la noche empujada hasta la desesperaci¨®n¡±.
Estaba yo en medio de ese ambiente, desde el mullido sof¨¢ de casa y con el aire acondicionado, gracias a la lectura envolvente de La Criolla. La puerta dorada del Barrio Chino (Comanegra), de Paco Villar, tambi¨¦n riguroso autor de la historia de los caf¨¦s de Barcelona o del propio Barrio Chino. Pero ah¨ª se cruz¨® el recuerdo del maldito McNulty y el prurito period¨ªstico y Vida privada, de Josep Maria de Sagarra, donde sus personajes, locales o for¨¢neos, copiando a los de la vida real, salen del Liceo y abordan la Tourn¨¦e des Grands Ducs: Villa Rosa y Can Sacrist¨¢n. Y La Criolla, claro, puente entre los palacios y las caba?as de la ciudad cuando el turismo se entend¨ªa como prestigio y modernidad.
Varado a la altura de la mitad de la calle, esqueleto de ballena met¨¢lica, hoy hay un edificio de la Seguridad Social, inmenso. Est¨¢ alfombrado de cartones, donde dormitan seis sintecho
¡°Uno no pierde si no juega¡±, me repet¨ªa la frase tambi¨¦n de The Wire, que alternaba con una de David Bowie: ¡°No s¨¦ hacia d¨®nde me dirijo, pero prometo que no ser¨¢ aburrido¡±. Iba tenso, digamos: el billete de 50 euros estaba pegad¨ªsimo, me sudaba el pie una barbaridad mientras me adentraba en la calle del Cid a la hora de las brujas. Pero de lo de ¡°callejuela maloliente¡± con que la criticaba Solidaridad Obrera, que reclamaba la ¡°piqueta revolucionaria¡± para el barrio, s¨®lo quedaba lo segundo: quiz¨¢ la bomba de la aviaci¨®n italiana que cay¨® el 24 de septiembre de 1938 justo encima de La Criolla ayud¨® ya entonces a esponjar la calle. Ese solar, el del n¨²mero 10, es hoy un edificio oscuro de tres plantas y unos bajos que ocupa una Escuela Internacional de Teatro. Todo silencioso y cerrado. Justo enfrente, el bar Touareg, bajos de un bloque de seis pisos. Apenas una mesa ocupada por individuos ¨¢rabes, mucho trasto acumulado, alg¨²n cable colgando y una pantalla de plasma grande en la que uno, mit¨®mano, quiere ver un gui?o al espejo transparente, el primero que hubo en Barcelona, dicen, y que permit¨ªa a los visitantes ilustres de La Criolla ver sin ser vistos desde el reservado de la casa.
Varado a la altura de la mitad de la calle, esqueleto de ballena met¨¢lica, un edificio de la Seguridad Social, inmenso. Est¨¢ alfombrado de cartones, donde dormitan seis sintecho; otros dos miccionan a la vez arm¨®nicamente en cada uno de los extremos. Otro disloque burlesco: ahora, con el que seguramente justo ah¨ª, en 1904, fue el primer albergue nocturno costeado por el Ayuntamiento, exclusivamente para hombres: 75 camas, 15 c¨¦ntimos la noche. La misma insalubridad.
Un joven, abultada mochila, pasea dos perros con correa ¨²nica: demasiadas vueltas al barrio ya para no haber regresado a casa. ?No la hay? Una mujer sudamericana juega una imposible partida a oscuras con su hijo en una de las cinco mesas de ping-pong del descampado-plaza triangular que dejan la calle del Cid y el Portal de Santa Madrona. Alg¨²n turista despistado pasa raudo y alerta para acortar entre La Rambla y el Paral¡¤lel. Hace rato que no sudo ni temo, me impregna el esp¨ªritu del poema de Sagarra estampado en el in¨¦dito libro de firmas de La Criolla de 1930-1931 que incorpora Villar: ¡°Barreja de tristessa i d¡¯alegria / i sobre tot de molta olla, / no es pot negar que La Criolla / t¨¦ un cent per cent de poesia¡±. La otrora ropa tendida en los balcones, ahora son media docena de s¨¢banas: ¡°Salvem Drassanes. Cap m¨¦s hotel¡±. La protesta es el ¨²ltimo gui?o de la noche y de la Historia: mandanga chachi.
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