Una fiebre incurable
El marat¨®n de Barcelona 92 dio el pistoletazo de salida a la creciente pasi¨®n de la ciudad por las pruebas atl¨¦ticas
Si a Barcelona la inspeccionara un m¨¦dico, dir¨ªa que sufre un trastorno atl¨¦tico. O una fiebre incurable, presente todos los d¨ªas del a?o. La ciudad sufre la fiebre del running, quiz¨¢s la dolencia m¨¢s sana de todos los males. Y nadie pretende remediarlo. La cuesti¨®n es correr con quien sea y donde sea, sobre el tart¨¢n, el asfalto o la arena de la Barceloneta; o en el Marat¨®n, la Cursa de la Dona o la Vertical Runnning de Montju?c. Barcelona no descansa. Calienta y corre. Y no para.
La ciudad catalana se ha convertido en una de las capitales europeas del atletismo popular y acoge diariamente a miles de deportistas an¨®nimos que ocupan sus ratos libres en recorrer de arriba abajo la ciudad lo m¨¢s r¨¢pido posible. Desde la orilla del mar hasta la privilegiada y concurrida Carretera de les Aig¨¹es de Collserola.
Pocos deportes pueden practicarse en el mismo escenario que compiten los grandes campeones de la especialidad. El atletismo, en cambio, no tiene fronteras. Los runners, los corredores, no necesitan permiso para pisar el mismo recorrido que encumbr¨® al coreano Hwang Young-cho y a la rusa Valentina Yegorova, ganadores en Montju?c del marat¨®n de los Juegos de 1992.
Su llegada al estadio tras superar la ascensi¨®n final a la monta?a fue uno de los momentos m¨¢s esperados y ¨¦picos de los Juegos. M¨¢s de un centenar de atletas combatieron agotados un recorrido habitual de ciclistas. La imagen de los corredores exhaustos y tumbados sobre el tart¨¢n tras cruzar la meta pareci¨® un homenaje al mito de Fil¨ªpides, el h¨¦roe de la antigua Grecia de qui¨¦n se dice cay¨® muerto al llegar a Esparta para alertar del desembarco persa en la ciudad de Marat¨®n.
Nadie, sin embargo, sufri¨® tanto aquella tarde como Pyambuu Tuul, el ¨²ltimo clasificado de la carrera masculina. El atleta no pudo subir al escenario de Montju?c porque cuando lleg¨®, casi una hora despu¨¦s del pen¨²ltimo clasificado, en el estadio ya desfilaban las banderas de todos los pa¨ªses en plena ceremonia de clausura. Los jueces le desviaron a unas pistas anexas en uno de los finales m¨¢s tristes y solitarios de la competici¨®n ol¨ªmpica.
El marat¨®n masculino cerr¨® unos Juegos brillantes. Lo supo el mundo y lo supo Barcelona. Tambi¨¦n la prensa, que alab¨® el nivel organizativo y la gran madurez colectiva. ¡°La ciudad ha demostrado que es capaz de organizar con ¨¦xito el mayor espect¨¢culo del mundo. De hacerlo con frialdad n¨®rdica, puntualidad germ¨¢nica, y el apasionado entusiasmo latino¡±, public¨® EL PAIS en su edici¨®n del 5 de agosto de 1992. La misma cr¨®nica incluye uno de los escasos contratiempos que acompa?¨® a los Juegos: ¡°Solo el servicio de cercan¨ªas ¡ªinsuficiente para absorber la demanda¡ª ha provocado quejas¡±. Alguien qued¨® atrapado en el tiempo.
Quiz¨¢s para evitar el desvar¨ªo ferroviario, Barcelona prefiere correr una carrera popular colectiva que ya dura 25 a?os. La ciudad ampli¨® a partir de 1992 la colecci¨®n de pruebas atl¨¦ticas que se reparten por las calles durante el curso: a finales de 2017 se habr¨¢n disputado medio centenar de carreras. Lejos quedan los a?os en que la Cursa del Corte Ingl¨¦s y la Cursa de la Merc¨¨ monopolizaban la oferta deportiva de Barcelona.
Ninguna prueba refleja mejor la fiebre del running que la propia Marat¨®n de Barcelona. La competici¨®n, que en su ¨²ltima edici¨®n homenaje¨® el recorrido del 92, pas¨® de los 2.150 participantes de 1999 a los m¨¢s de 20.000 de 2017. El esp¨ªritu competitivo se reduce a aquellos pocos que pretenden emular a Hwang Young-cho y luchan por la victoria. La mayor¨ªa de corredores, en cambio, se reflejan en Puul y ¨²nicamente aspiran a terminar la prueba. La carrera ya es una referencia en Europa y la mitad de sus corredores provienen de todo el mundo atra¨ªdos por la ciudad y su estigma deportivo, quiz¨¢s tambi¨¦n por su legado ol¨ªmpico. Barcelona transmite magia. Y una fiebre incurable.
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