La valent¨ªa de dudar
Gobierno e independentistas son conscientes de que han llegado al borde del precipicio. En ambas partes hay voces sensatas que llaman a evitar lo irreparable
El conflicto catal¨¢n ha llegado a un punto crucial. Desde la jornada del 1-O ya no es un conflicto local: los grandes medios lo destacan en sus portadas y las canciller¨ªas han comenzado a pedir informes detallados a sus embajadas de lo ocurre. Muchos de los analistas extranjeros se preguntan c¨®mo es posible que el Gobierno de Mariano Rajoy no haya sido capaz de articular una soluci¨®n pol¨ªtica que evitara el escenario de ruptura/represi¨®n que ahora afronta.
Lo que hace dif¨ªcil abordar una salida es la forma que el conflicto ha adoptado: una ruptura del sistema desde dentro del propio sistema, combinado con una amplia movilizaci¨®n de corte popular protagonizada y dirigida fundamentalmente por las ¨¦lites y las clases medias. Esa doble naturaleza hace que el Gobierno tenga serias dificultades para encontrar una f¨®rmula capaz de controlar la situaci¨®n sin provocar m¨¢s da?os de los que intenta evitar. Eso explica la extra?a situaci¨®n en la que nos encontramos: ni el poder central ha sido capaz de restablecer el orden constitucional ni los independentistas han logrado la fuerza suficiente para materializar la ruptura con una declaraci¨®n unilateral de independencia.
Muchos observadores, comenzando por los empresarios y banqueros que ahora deciden trasladar precipitadamente sus sedes fuera de Catalu?a, creyeron que el bloque soberanista no se atrever¨ªa a llevar su hoja de ruta hasta sus ¨²ltimas consecuencias. Lo reconoci¨® el viernes el presidente de Freixenet, Jos¨¦ Luis Bonet. Pensaban que era, sobre todo, una forma de obligar al Gobierno del PP a negociar. Tampoco el PP tom¨® en serio el desaf¨ªo. Pensaba que a la hora de la verdad, el bloque soberanista se romper¨ªa. Un partido de orden como el PDeCAT, heredero de la antigua Converg¨¨ncia, no pod¨ªa dejarse arrastrar por la estrategia antisistema de la CUP. Cre¨ªa que una alianza tan oportunista saltar¨ªa por los aires antes de llegar a la fase de ruptura.
Ahora, ambas partes son conscientes de que han llegado al borde del precipicio.Y en ambas partes hay gente sensata que duda.
Quienes dudan en el bloque constitucionalista saben que el Estado, representado por el Gobierno central, ha de actuar contra la parte de s¨ª mismo que ha recurrido a la v¨ªa de los hechos consumados vulnerando la legalidad. Pero tambi¨¦n sabe que, si no quiere salir malparado, debe evitar una resistencia popular que le obligue a aplicar medidas violentas de represi¨®n. La experiencia del 1-O aconseja la m¨¢xima prudencia. Dentro de este bloque los hay tambi¨¦n que temen que la aplicaci¨®n de medidas excepcionales contra Catalu?a pueda derivar en una erosi¨®n grave de la calidad de la democracia en Espa?a.
En el bloque independentista tambi¨¦n hay dudas. En un solo d¨ªa se puede perder el capital pol¨ªtico acumulado. Consigui¨® hacer el refer¨¦ndum, pero en unas condiciones que no le permiten invocar su resultado ante la opini¨®n p¨²blica internacional. Seguir adelante con una declaraci¨®n unilateral de independencia supone no solo consumar la ruptura con el orden constitucional espa?ol, sino tambi¨¦n vulnerar las leyes aprobadas con f¨®rceps en el Parlamento catal¨¢n en las que dice basar su legitimidad. La parte m¨¢s decidida del independentismo cree que tiene una ventana de oportunidad y no aprovecharla ser¨¢ un error hist¨®rico que defraudar¨¢ de forma irreparable a sus bases. Dar el paso puede satisfacer las expectativas de quienes se han movilizado por la independencia, pero tambi¨¦n puede desprestigiar al independentismo ante la opini¨®n p¨²blica internacional y anular la corriente de simpat¨ªa que gener¨® el 1-O. Quienes dudan argumentan adem¨¢s que aunque declaren la independencia, esta no ser¨¢ efectiva, porque nadie la reconocer¨¢, y en cambio provocar¨¢ una escalada de medidas que en el mejor de los casos acabar¨¢ con el autogobierno y en el peor nos situar¨¢ en un conflicto potencialmente violento que acabe en un estado de excepci¨®n.
El temor a lo irreparable ha hecho que en los ¨²ltimos d¨ªas proliferaran las iniciativas para impulsar el di¨¢logo y facilitar una salida pac¨ªfica y pactada. No parece que vaya a ser f¨¢cil. En ambas partes hay partidarios del ¡°cuanto peor, mejor¡±. Los unos para provocar la revuelta que permita librarse, de una vez por todas y al precio que sea, de un Estado que consideran opresor, los otros para tener la oportunidad de pisar definitivamente la cabeza de la serpiente independentista y obtener de paso r¨¦ditos electorales en el resto de Espa?a. Si ganan los extremistas de ambos lados, ser¨¢ un desastre. Por eso hoy tenemos que saludar a los que dudan. Dudar, en estas circunstancias, es de valientes. De muy valientes.
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