Salvemos Barcelona
El aislamiento que propugna el 'proc¨¦s' va contra la naturaleza y la esencia de Barcelona, contra su esp¨ªritu y, tambi¨¦n, contra su desarrollo
Con el auge del patriotismo llor¨®n y descontento, los barceloneses ya no nos atrevemos ni a ser quienes somos. Despu¨¦s de siglos de atraer emigrantes de toda Espa?a, de compartir lengua y cultura, no podemos sentirnos espa?oles. Ni un poquito. El expresidente autoexiliado en B¨¦lgica piensa que tampoco debemos ser europe¨ªstas. Ni esta Espa?a ni esta Europa ¡ªdicen¡ª son las nuestras, y, ya puestos, ni ¡°estas¡± personas. Una joven airada me espet¨® hace unos d¨ªas en las redes que si pensaba ¡°as¨ª¡± ¡ªsi no era independentista, claro¡ª deb¨ªa pasar a llamarme Rosa L¨®pez. No me merezco, al parecer, tantas y catalanas ¡°elles¡±.
No deja de preocuparme ese purismo racial de ¨²ltima hora, y ese creciente desprecio a la mestiza Barcelona frente a la pureza de otras esquinas del pa¨ªs, a la que toda Catalu?a debe convertirse. Aqu¨ª, en mi ciudad, cualquier apellido era siempre bienvenido, cualquier idea, cualquier negocio. El aislamiento que propugna el proc¨¦s va contra la naturaleza y la esencia de Barcelona, contra su esp¨ªritu y, tambi¨¦n, contra su desarrollo. Y es, sobre todo, la gran metr¨®poli barcelonesa quien ya est¨¢ sufriendo las heridas producidas por la divisi¨®n en que vivimos.
Mi tatarabuelo franc¨¦s apareci¨® en Barcelona con una tartana cargada de herramientas a mediados del siglo XIX. Se instal¨® en el Poble Nou, puso un taller de soldadura, empez¨® a hacer ra¨ªles para el ferrocarril y, como prosper¨®, se cas¨® con ¡°la chica m¨¢s guapa de la Carretera de Sants¡±. Mis abuelos y bisabuelos fueron emprendedores, emigrantes llegados de todas partes, de Girona, de Arag¨®n, de la Mancha, de Europa... Todos salieron adelante. En Barcelona y en las poblaciones que se fueron construyendo a su alrededor.
Desde los a?os sesenta, el ¨¢rea metropolitana empez¨® a convertirse en lo que hoy es; fueron desapareciendo algunas f¨¢bricas, aumentaron los apartamentos, los restaurantes y los turistas. En ese cintur¨®n anta?o industrial, el 58% de la poblaci¨®n ha nacido en Catalu?a, el 22% en el resto de Espa?a y el 19,2% en el extranjero. Barceloneses y cosmopolitas.
Nuestros antepasados se sintieron orgullosos de albergar las primeras Exposiciones Universales celebradas en Espa?a, en 1888 y 1929. Y, en 1992, el alcalde Pasqual Maragall organiz¨® -¡ªcon el apoyo de Juan Antonio Samaranch y del Gobierno espa?ol¡ª unos Juegos Ol¨ªmpicos de ensue?o. Aquel verano del 92, los catalanes fuimos felices. Camin¨¢bamos por las calles y por el mundo con una sonrisa de oreja a oreja; export¨¢bamos alegr¨ªa, optimismo, amistad para siempre con todos. Fuimos, de verdad, ¡°un sol poble¡±. No solo queda poco de aquella universalidad positiva, sino que, en su 25? aniversario, nos la han querido ocultar; incluso la propia alcaldesa de la ciudad parec¨ªa poco entusiasmada. Tambi¨¦n, en estos extra?os tiempos de renuncia al progreso y a la democracia com¨²n, est¨¢ bien visto menospreciar la transici¨®n por la que los catalanes luchamos. Y la conquista de la autonom¨ªa un d¨ªa no vale para nada y, al d¨ªa siguiente, los mismos, lloran su p¨¦rdida porque llega el muy anunciado 155.
En este esquizofr¨¦nico proceso, quien sufre las consecuencias no es tanto Catalu?a como Barcelona. Se nos quiere hacer creer que da igual que se vayan las sedes de 2.500 grandes empresas; que la p¨¦rdida de la Agencia Europea de Medicamentos es irrelevante y que no importa el par¨®n de la inversi¨®n extranjera. Todo da igual, quiz¨¢s porque el da?o se sufre esencialmente aqu¨ª, en la metr¨®poli menos nacionalista, en Barcelona, motor del 70% de la riqueza de Catalu?a. Cuando se dice que ha bajado un 5% el turismo, en realidad se est¨¢ hablando de nuestra ciudad, y lo mismo ocurre con el comercio.
A los barceloneses les toca decidir qu¨¦ es importante. A los partidos y a sus representantes, hablar claro. Ada Colau lleva alg¨²n tiempo jugando a la ambig¨¹edad, gobernando en Sant Jaume con los socialistas y coqueteando con el independentismo en el Parlament. Pero el doble juego tiene un l¨ªmite y puede acabar perjudicando a esta prodigiosa ciudad. Una alcaldesa de Barcelona debe mirar por el bien de los ciudadanos y no por fines ajenos. Los partidos y, sobre todo, los barceloneses, a¨²n est¨¢n a tiempo de salvar a la ciudad de la inestabilidad y del interminable camino sin salida que se vive hoy.
Rosa Cullell es periodista.
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