La dama del unicornio
El misterio y la fascinanci¨®n unen a los narvales del ?rtico con los c¨¦lebres tapices medievales del Museo de Cluny, en Par¨ªs
Tengo una debilidad por los unicornios. No me interpreten mal: ya s¨¦ que no existen, ni siquiera los de My Little Pony. Aunque una vez, pese a no ser yo, como resulta evidente, una doncella virgen y pura (a las que la leyenda acredita el poder cazarlos), tuve el cuerno de uno en mis manos. Pude acariciar su extra?a textura marfile?a y reseguir con los dedos el surco en espiral que recorre el largo ap¨¦ndice. Fue en casa de Patrick O¡¯Brian, el escritor de novelas marinas, ¨¦l mismo m¨¢s raro que un unicornio, el t¨ªo. Era el cuerno, por supuesto, un espl¨¦ndido colmillo de narval, el fascinante cet¨¢ceo de los mares del ?rtico cuyos machos desarrollan ese extravagante diente helicoidal de dos metros e incluso m¨¢s largos y diez kilos de peso que se proyecta desde el lado izquierdo de su boca (en sorprendente asimetr¨ªa) y que desde luego parece una excentricidad de la naturaleza, pues m¨¢s all¨¢ de ser un rasgo de dimorfismo sexual con el que practicar la esgrima entre varones narvales no parecen servir para nada m¨¢s (todo y que se especula con que tengan una utilidad para percibir informaciones medioambientales como una especie de sexto sentido). Los colmillos ¨²nicos de esos mam¨ªferos marinos (aunque un ejemplar de cada doscientos narvales machos tienen dos), suministrados especialmente por los emprendedores vikingos que sacaban una pasta con ello, aportaron veracidad en el Medioevo al viejo mito del unicornio difundido por los fantasiosos autores cl¨¢sicos. A ver, si ten¨ªas su cuerno, ?no iba a existir el animal? ?Pues claro!
Por qu¨¦ raz¨®n la gente ha sentido la necesidad de creer en la existencia de esos seres con pinta equina, aunque en la Edad Media se les a?ad¨ªan patas de ant¨ªlope y barba de chivo, es un misterio. Se los consideraba s¨ªmbolos de la pureza y la castidad, pero tambi¨¦n ten¨¢n un lado er¨®tico y eran bestias feroces y peligrosas, capaces de vencer al le¨®n e incluso al elefante. Costaba darles caza, para quitarles el cuerno, dotado de propiedades m¨¢gicas como afrodis¨ªaco, paliativo de la epilepsia y ant¨ªdoto contra el veneno. Era indispensable, como dec¨ªa, disponer de una virgen. Lo que generalmente no era tan f¨¢cil de conseguir, como, no s¨¦, una ballesta.
Volviendo a los narvales, que han interesado a gente tan variopinta como Melville, el capit¨¢n Nemo, Neruda (que pose¨ªa un colmillo) y yo, en el libro definitivo sobre ellos, Narwhals, de Todd McLeish (Washington University Press, 2013), se explica que su nombre proviene del antiguo n¨®rdico (el idioma de los vikingos): nar hval, ¡°cad¨¢ver de ballena¡±, por la coloraci¨®n gris¨¢cea de su piel, que les parec¨ªa mortecina, como de un fiambre. En realidad son muy longevos, McLeish menciona una hembra de 115 a?os. Su nombre cient¨ªfico es el sonoro Monodon monoceros, ¡°un diente, un cuerno¡±. McLeish los observ¨®, pasando un fr¨ªo del carajo (¨¦l, no los narvales, que nadaban tan ricamente), en la Pen¨ªnsula Meta Inc¨®gnita (en el extremo sur de la isla de Baffin), que ya me dir¨¢n si no parece un top¨®nimo sacado del Amadis o del Orlando furioso. El nombre a ese salvaje lugar descubierto por Martin Frobisher en 1577 se lo puso la reina Isabel I de Inglaterra, la Reina Virgen, efectivamente (o no tanto), que precisamente adquiri¨® un cuerno de unicornio por 10.000 libras, entonces el precio de un castillo. Todos los reyes y potentados se pirraban por tener un cuerno de unicornio, talismanes de salud y amor. El trono de coronaci¨®n de los reyes de Dinamarca, que data del siglo XVII, se puede ver en Copenhague y es digno de Juego de Tronos, est¨¢ hecho de cuernos de unicornio (en realidad colmillos de narval).
Dicho todo esto, a m¨ª no me seduce tanto el unicornio, b¨ºte redoutable, como la Dama del unicornio. Y no hay lugar en el mundo que me parezca tan lleno de misterio y encanto como el oscuro santuario en el que reside esa enigm¨¢tica y bell¨ªsima mujer, en centro mismo del luminoso Par¨ªs. El castillo de la Dama del unicornio, que visito siempre que voy all¨ª, es el Museo Nacional de la Edad Media, la antigua residencia en la ciudad de los abades de Cluny, un edificio del siglo XV, con capilla g¨®tica incluida (y los restos de las termas galorromanas de la vieja Lutecia). El coraz¨®n del museo, que exhibe otros tesoros como, ?s¨ª!, un colmillo de narval, procedente de la catedral de Sant Denis y que se dice que le regal¨® a Carlomagno el califa Harun al-Rashid, es la ¨ªntima rotonda de la Dame ¨¤ la licorne, el maravilloso espacio circular donde se muestra de manera a la vez ¨ªntima y sobrecogedora, la famosa serie de seis prodigiosos tapices que muestran cada uno a la Dama con el unicornio, en unas escenas cuyo significado ¨²ltimo se desconoce. Ante ellos me recojo como en un bosque de Broc¨¦liande y me someto, como la criatura, al poder omn¨ªmodo e indescifrable de la Dama.
Los tapices fueron descubiertos en el castillo de Boussac y adquiridos por el museo en 1882. Los encarg¨® hacia 1500 a un taller de Flandes, el del denominado Ma?tre d¡¯ Anne de Bretagne (Jean d¡¯Ypres), un miembro, seguramente Antoine II, de la aristocr¨¢tica familia lionesa de Le Viste, y est¨¢n realizados en el estilo denominado de fondo de mille fleurs, que es un primor. M¨¦rim¨¦e, George Sand, Rilke, Tracy Chevalier y yo, por este orden (descendente en mi caso), figuramos entre los muchos rendidos a la fascinaci¨®n del conjunto y de su protagonista, la Dama. Los tapices, su irreductible universo po¨¦tico y su misterio insondable, han dado pie a numerosos estudios y conjeturas: se ha visto en ellos una alegor¨ªa cristiana o moral, un s¨ªmbolo del amor cort¨¦s y la m¨ªstica trovadoresca o una ilustraci¨®n del alg¨²n relato de caballer¨ªas o una leyenda oriental (en la falsa creencia de que las banderas y estandartes con tres medias lunas que aparecen son turcos: en realidad son las armas de los Le Viste). No han faltado tampoco, tal es la conmoci¨®n que causa el conjunto, las interpretaciones m¨ªsticas y esot¨¦ricas y hasta del psicoan¨¢lisis junguiano: la Dama como ¨¢nima, la personificaci¨®n femenina del inconsciente, cruel y amorosa a la vez como solo lo pueden ser una amante o una madre.
Es el sexto tapiz, el m¨¢s grande, el que provoca un estremecimiento especial y te sumerge en las emociones m¨¢s intensas, tales son su poder, su hermosura y su enigma
Los estudiosos est¨¢n de acuerdo en general en que cinco de los tapices, en los que la Dama aparece siempre en una especie de peque?a isla de vegetaci¨®n, como un parterre, flanqueada por el unicornio y un le¨®n y en cuatro de las escenas acompa?ada por otra figura femenina subordinada, la suivante o la demoiselle, representan los sentidos. En el tapiz que se ha dado en llamar el gusto, la Dama alimenta a un periquito, en el tacto acaricia (como un d¨ªa lo hice yo, pero con m¨¢s intenci¨®n) el cuerno del unicornio, en el olfato, confecciona una corona de flores, en el o¨ªdo toca un peque?o ¨®rgano y en la vista sostiene un espejo ante el unicornio, que se refleja en ¨¦l. Son todas escenas hipn¨®ticas, llenas de un encanto extraordinario. Pero es el sexto tapiz, el m¨¢s grande, el que provoca un estremecimiento y te sumerge en las emociones m¨¢s intensas, tales son su poder, su hermosura y su enigma: ah¨ª la Dama, en el c¨¦nit de su belleza, cortesana, princesa y hada, se encuentra ante un pabell¨®n azul con llamas de oro y est¨¢ desprendi¨¦ndose de sus alhajas. Dios me perdone pero a m¨ª siempre me parece que es el paso previo para quitarse todo lo dem¨¢s. ?Para qui¨¦n se estar¨¢ preparando? En la parte alta de la tienda se puede ver una inscripci¨®n que reza: ¡°Mon seul d¨¦sir¡±, ¡°Mi ¨²nico deseo¡±. Nadie ha podido dar una explicaci¨®n completamente satisfactoria de qu¨¦ significan la frase ni la escena. Se ha dicho, visto el tema del resto de tapices, que alude a un sexto sentido ¨Ccomo el que tendr¨ªan los narvales en el colmillo-, un sentido superior, que ser¨ªa m¨¢s espiritual que f¨ªsico. Aunque vaya f¨ªsico el de la Dama. Para m¨ª, sin m¨¢s ciencia que mi intuici¨®n y mis ganas (sin olvidar las viejas lecturas de Panovsky), se refiere a la plenitud del encuentro amoroso, que, hay que convenir, ya es sentido.
Es raro enamorarte de un tapiz medieval, pero me temo que eso es lo que me ha pasado. Cuando ingreso en su castillo me planto ante la Dama como Lancelot ante Ginebra, en muda y reverencial s¨²plica, y trato de escudri?ar en sus ojos claros una respuesta a mi anhelo. No importa lo que tarde, seguir¨¦ esper¨¢ndola, como siempre lo he hecho, fiel como el unicornio, aunque pase toda la vida y ella, la muy pilla, decida no moverse del Medioevo.
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