Las cosas de comer
?Qui¨¦n y cu¨¢ndo decidi¨® que en Catalu?a ya no hac¨ªa falta hacer las cosas bien?
Cuando los hechos cambian, cambio de opini¨®n. ?Y usted?¡± La sentencia de John Maynard Keynes ha quedado para la historia como ejemplo de justificaci¨®n. La que permite aparecer como alguien acomodaticio a las circunstancias sin necesidad de ser m¨ªnimamente coherente. Sucede, no obstante, que el influyente economista la solt¨® en un per¨ªodo tan dif¨ªcil en lo social como escurridizo en lo pol¨ªtico. Cuando le acusaban de ser un veleta sobre la pol¨ªtica a seguir en tiempos de entreguerras y gran depresi¨®n. ?poca para la que pretend¨ªa un criterio moral marcado por la raz¨®n y no por los intereses de grupo o de partido, como ha explicado el profesor Ant¨®n Costas.
Pasados los decenios, la inagotable tendencia a la justificaci¨®n como sin¨®nimo de explicaci¨®n, permite recurrir al aforismo con la misma frivolidad con la que se construyen trincheras ideol¨®gicas y se destruyen lazos fraternales. Y probablemente, como en todo, la cosa est¨¦ en el punto medio que es el que hemos decidido marginar porque buscarse enemigos facilita considerarse coherente o incluso alardear de los bandazos.
Fij¨¦monos en el uso permanente del ¡°pero¡± como argumento falsamente exculpatorio de los propios errores. Lo que empez¨® caricaturizado como el ¡°y t¨² m¨¢s¡± en la constante batalla partidista, se ha sofisticado hasta tal punto que nadie con proyecci¨®n p¨²blica ser¨ªa hoy capaz de soltar su arenga sin la conjunci¨®n adversativa. ?sta y las que la acompa?an. En momentos de arrebato imagino un concurso protagonizado por pol¨ªticos y adl¨¢teres, ¡ªperiodistas incluidos, por supuesto¡ª exponiendo sus argumentos sobre la actualidad sin poder contraponer la propia posici¨®n con la del contrario. Y que sonara una gran fanfarria acompa?ada de gritos reprobatorios al estilo de los Taca?ones del a?orado Un, dos, tres para gozo del divertido p¨²blico cada vez que se cayera en el error. De regreso a la serenidad, lo antojo imposible. Por falta de concursantes con pericia, claro. Una perversa tradici¨®n nos ha situado en el consuelo del oprobio ajeno como justificante de la limitaci¨®n propia. Y as¨ª seguimos los pasos de Lord Keynes inadecuadamente porque pueden m¨¢s los intereses personales o de grupo a las razones econ¨®micas, pol¨ªticas y sociales contra las que ¨¦l luchaba. Ante los ejemplos sobrados que nos acribillan a diario de falta de coherencia ya solo cabe esperar que m¨¢s que practicar lo que se piensa, se piense lo que se hace en l¨ªnea con lo que se dice. Escuchar estos d¨ªas las declaraciones judiciales de los pol¨ªticos imputados a causa del proc¨¦s redunda en la imperiosa exigencia de rigor, otra virtud p¨²blica aparcada. Y claro, la coherencia sin rigor tiende a parecer un pulpo en un garaje. S¨¦ que todo esto tiene r¨¦plica, por supuesto, porque si algo parece inmutable es la capacidad del gobierno espa?ol, con la maquinaria del estado detr¨¢s, de pervertir el sentido m¨¢s profundo de la democracia para insistir en que las cosas sean m¨¢s lo que aparentan que lo que son. Pero esta t¨¢ctica previsible, avalada por cientos de a?os de pr¨¢ctica, no dispensa ni de los errores propios ni de la exigencia inherente que hab¨ªa macado a fuego el ADN catal¨¢n.
Sigue pendiente de respuesta la doble pregunta inexcusable: ?Qui¨¦n y cu¨¢ndo decidi¨® que en Catalu?a ya no hac¨ªa falta hacer las cosas bien? Convertir la leg¨ªtima bandera reivindicativa en la s¨¢bana que todo lo envuelve es tan cansino como ineficaz. A las pruebas no hace falta ya remitirse de tantas y tan constantes como son. A?adir el martirologio a las cuentas del rosario solo hace envalentonar a un contrario que tampoco es capaz de entender que m¨¢s pronto que tarde le espera un inevitable efecto boomerang. Pero sobretodo, sigue manteniendo encarcelados de forma inaceptable a quienes han asumido con coherencia la consecuencia de los hechos que se les imputan.
El riesgo intangible de Puigdemont hoy es que cada d¨ªa que pasa con Junqueras, Forn y los Jordis en prisi¨®n es una jornada favorable a una alta consideraci¨®n hacia ellos por su valor por parte de quienes no votaron independentismo. Es como si la conciencia c¨ªvica y moral de los empujados a subirse a la reivindicaci¨®n m¨¢s para denunciar la abulia espa?ola que por convicci¨®n quisiera reparar lo que consideran error electoral de haber premiado a un huido m¨¢s que a un preso. Todo esto tiene que ver con las palabras. Con las que se usan voluntariamente de manera imprecisa para crear equ¨ªvocos. Con las que configuran una permanente lluvia de propaganda cruzada. Con las que se pretende esconder por parte de todos una realidad ineludible. Y ya deber¨ªamos saber que podemos evadir la realidad pero no podemos evadir las consecuencias de evadir la realidad. Lo escribi¨® Ayn Rand mucho antes de que el Tea Party la convirtiera en su pensadora de cabecera. Y lo hizo porque sab¨ªa que con las cosas de comer no se juega.
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