Pepe Rivero: Fascinante integraci¨®n de lenguajes, partitura in¨¦dita
El pianista y compositor cubano dio anoche un concierto en los Teatros del Canal y sali¨® particularmente bien parado
Ah, los estrenos absolutos. Ese interrogante manifiesto. La inc¨®gnita integral y la excitaci¨®n no mucho m¨¢s peque?a. El pianista y compositor cubano Pepe Rivero se someti¨® anoche en los Teatros del Canal a este ritual infrecuente y sali¨® particularmente bien parado. Su Yoruba Suite era una encomienda del Festival de M¨²sica Sacra que le ha tenido ocupado durante casi un a?o completo, cuentan que rob¨¢ndole el sue?o a ratos. Los cinco movimientos resultantes (que en directo, y sin referencia discogr¨¢fica alguna, pueden parecer hasta ocho) constituyen una fascinante integraci¨®n de lenguajes en la que a nadie se le orilla ni parece un invitado que se col¨® en un despiste del vigilante.
Hay que atesorar mucha m¨²sica, generosidad y sabidur¨ªa para que la m¨²sica latina, la nigeriana, el jazz y el lenguaje sinf¨®nico compartan espacios y elementos, mariden como si jam¨¢s se hubieran dado la espalda. Incluso para que los m¨²sicos orquestales se levanten hacia el final y esbocen unos bailecitos tropicales. Con muy desigual fortuna, aunque la escena, de puro ins¨®lita, merec¨ªa absolutamente la pena.
Obtuvo Rivero el respaldo de la abultada orquesta de la Universidad Alfonso X El Sabio, absolutamente diligente pese a las reticencias que suelen acompa?ar a estas agrupaciones estudiantiles. Y consigui¨® el cubano las incorporaciones sucesivas de artistas c¨¦lebres del circuito jazz¨ªstico, incluso del ilustre trompetista Manuel Blanco. ¡°Gente que se nos anot¨® a la fiesta¡±, anot¨® con una sonrisa Rivero, ofreciendo casi involuntariamente el mejor resumen de la noche: una fiesta sin excluidos.
Quiz¨¢ sobren en parte esos tres minutos de introducci¨®n al tambor bata o algunas invocaciones rituales, pero la entrada del tema principal es un revulsivo espectacular, con un desarrollo que tra¨ªa a la memoria los mejores paisajes de Pat Metheny junto a Lyle Mays. Pero a¨²n mejor es el bell¨ªsimo segundo movimiento, con una introducci¨®n de melod¨ªa cantada, un modelo de llamada y respuesta entre el cantante nigeriano Akin y el tutti orquestal y algunos saltos de comp¨¢s sencillamente maravillosos, con una pomposidad m¨¢s estadounidense (Copland) que latina.
La integraci¨®n, como dec¨ªamos, es una constante y un logro manifiesto. Los m¨²sicos de la orquesta ejercen por momentos de coristas, incluso como el propio p¨²blico, casi a la manera de aquellos conciertos del Paul Winter Consort de un cuarto de siglo atr¨¢s. C¨¢nticos ancestrales en conviven con el movimiento sinuoso y l¨²gubre de las cuerdas, en una puerta abierta a la oscuridad y la disonancia. Los ritmos tribales y participativos sirven como contagio de fe, un trance tan sincr¨¦tico como la partitura en s¨ª misma. Nada de una hora de m¨²sica, como anunciaba el programa. Rivero ha compuesto unos 85 minutos nov¨ªsimos. Ojal¨¢ haya ocasiones de revisarlos pronto.
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