Periodista en guerra
Iban a desalojar la quiz¨¢ ¨²ltima vaquer¨ªa de Barcelona y all¨ª fuimos, con la m¨¢quina de fotos de la familia, en pos de la exclusiva
La sensaci¨®n es que fue simult¨¢neo: la vaca volando hacia arriba a la izquierda, fuera del encuadre, y un dolor punzante clav¨¢ndose en la aleta derecha de la nariz. Un tipo con delantal y botas de lluvia iba a zurrarme por segunda vez al grito de ¡°?Y t¨², qu¨¦ cojones haces!¡± si el guardia urbano no le hubiera agarrado. Qu¨¦ cosas: me dol¨ªa, la calle bamboleaba un poco y notaba cierta flojera de piernas, pero era feliz: me agred¨ªan por vez primera en acto de servicio. Era un periodista en guerra. Hac¨ªa ya un rato que me sent¨ªa un aut¨¦ntico profesional: hab¨ªa vuelto de la facultad y, al poco de sentarme a comer, llamaba un confidente del barrio, a lo Watergate: iban a desalojar la vaquer¨ªa de la calle Torrijos, al parecer, la ¨²ltima de Barcelona, aprovechando la migdiada. ?Noticia bomba! Cog¨ª la c¨¢mara de fotos de mi madre sin mirarla (no quise reencontrar en su rostro el reproche tras rechazar unas pruebas para Caixa Pened¨¨s) y enfil¨¦ la calle pensando ya en la exclusiva que, fotos incluidas, am¨¦n de publicar en mi revista, Carrer Gran, igual podr¨ªa vender tambi¨¦n a un diario. Ten¨ªa incluso el arranque del texto, jugando con las tres grandes diosas vacas egipcias: Hathor, Nut e Isis. ?Dios, qu¨¦ rutilante estrella del periodismo estaba a punto de maravillar al firmamento!
Todo fue menos ¨¦pico, claro. Fui el primero en llegar, pero no el ¨²nico periodista. Y aparte de gritos y llantos y empujones y el cord¨®n de la urbana, el desfile de vacas fue raudo, alg¨²n mugido daba cierto color y alguna defecaci¨®n de los animales, el olor. Y la vaquer¨ªa ech¨® la persiana. Quien me arre¨® era uno de sus propietarios, nervioso. No intu¨ª entonces la po¨¦tica del hombre com¨²n como h¨¦roe, ni que esa tristeza ante la tragedia engarzaba con los grandes del periodismo y la literatura de la I Guerra Mundial: los Barbusse, Dos Passos, Manning, el Remarque de Sin novedad en el frente... Tambi¨¦n me falt¨® la profundidad de campo de Rom¨¤ Jori, Gaziel o Frederic Pujol¨¤¡ Todo eso no lo supe hasta m¨¢s tarde.
Por entonces, s¨®lo llevaba gafas para leer, pero no creo que me hubieran rechazado los del Club Siperita, 13 soldados republicanos catalanes, todos voluntarios, que se encontraron en Belchite cuando la Guerra Civil. Acabaron creando un diario mural humor¨ªstico y una cama colectiva monumental con todas sus mantas para combatir el fr¨ªo de Teruel de 1938, fant¨¢stica tribuna para debatir los discos que deb¨ªan conformar su discoteca de jazz, que conmocion¨® Alca?iz. Como todos llevaban gafas, se les conoc¨ªa por La Brigada del Vidre, como con gancho ha bautizado la profesora de literatura Maria Campillo su ¨²ltimo libro, aguda recopilaci¨®n de las cr¨®nicas de 24 periodistas catalanes durante la Guerra Civil publicada por L¡¯Aven?.
Yo hubiera querido escribir como Guifr¨¦ Bosch, pluma gr¨¢cil que cuenta lo de la brigada y que sabe husmear en las trincheras enemigas cuando toman Belchite. ¡°Mujer: la clave del triunfo es la modestia. Ni escotes. Ni brazos desnudos. Ni vestidos cortos, ni abiertos, ni ce?idos¡±, dice reflejando un cartel fascista en la puerta de una iglesia. ¡°Ni?as buenas: ?si son blancos vuestros pensamientos, porque ha de tener vuestros labios el color de los malos?¡±, recoge de un op¨²sculo tirado por las calles recuperadas.
Dan las cr¨®nicas ganas de haber podido recoger las haza?as de Pancho Villa, como se conoce, sin m¨¢s, al h¨¦roe de la Columna Maci¨¤-Companys, an¨®nimo soldado del que, pertrechado solo con granadas de mano, escribe Joaquim Grau en noviembre de 1936: ¡°Tan pronto lo ve¨ªamos encar¨¢ndose con un tanque rebelde como los encontr¨¢bamos dentro, victorioso y amo de lo que hab¨ªa en ¨¦l¡±. O de haber conocido al ¡°caballero de Lagard¨¨re¡±, como de manera fevaliana y espadachinesca define Avel¡¤l¨ª Art¨ªs Gener, T¨ªsner, a su admirado y tr¨¢gico teniente, siempre con su bast¨®n-estilete. Y plantearse si seguir o no a Pere Calders y a sus pundonorosos compa?eros dinamiteros de su brigada de choque que, entre la indisciplina y la heroicidad, se aventuran por t¨²neles subterr¨¢neos de Teruel que cruzan territorio enemigo. Un grand¨ªsimo cuento de terror de un hecho real.
Entre escritos que reflejan sue?os de victoria imposible y propaganda (parece que s¨®lo los fascistas pasaban de bando; los costes humanos y materiales de la ofensiva del Ebro son m¨ªnimos; ¡°tenemos un gran ej¨¦rcito (¡) las operaciones lucen matem¨¢tica exactitud¡±, a decir de T¨ªsner; los campos de concentraci¨®n son id¨ªlicos, no como los de Franco; la victoria de la Rep¨²blica es ¡°pr¨®xima e innegable¡±), est¨¢ la vida cotidiana en el frente. As¨ª, T¨ªsner mismo tirar¨¢ un precios¨ªsimo tarro de miel enviado de casa porque no puede soportar m¨¢s c¨®mo se le clavan las tiras de la mochila, ¡°inveros¨ªmilmente delgadas¡± y que act¨²an como una sierra. ¡°El rancho se acaba antes que el hambre¡±, admite Siegfried Bosch, a pesar de que habla de unos invariables ¡°garbanzos con salsa por la ma?ana y salsa con garbanzos a la noche, pero con un r¨¦gimen simult¨¢neo de arroz con agua¡±. Alguna vez flota algo de carne, de burro.
Hab¨ªa otras guerras: la de canciones entre trincheras, como recoge en un gran texto Josep Morera Falc¨®, si bien no imped¨ªan un intercambio de prensa enemiga, del que es testimonio otro grande, un tal Rovira para Diario de Barcelona, quien participa despu¨¦s de comer en un partidillo de f¨²tbol a 500 metros del frente. Y en un contexto en el que ¡°toda confidencia parece una debilidad¡±, como reconoce en su cr¨®nica intimista Manuel Cruells, ¡°de pronto, un golpe seco a mi derecha. Dir¨ªais que es una pedrada. Estoy herido. Por encima de los pantalones atraviesa la sangre roja, mientras dejo, al arrastrarme, un rastro sobre la nieve (¡) La pierna se me queda fr¨ªa, insensible¡±, describe el impacto de un tiro Josep Sap¨¦s¡
Lo m¨ªo no fue un balazo; un manotazo, m¨¢s bien... Es leyendo todo eso que recuerdo lo de las vacas. ?Que c¨®mo acab¨®? Fatal: un reportero gr¨¢fico de una agencia que lleg¨® tarde me propuso que, a cambio de cederle fotos, me revelaba el carrete. Un fiasco: lo hizo como si fuera de profesional, en blanco y negro, pero el carrete familiar era en color y, claro, no se salv¨® ni una.
Ser¨ªa aquel el primer gran chasco del oficio. Con los a?os, hoy cada p¨¢rpado est¨¢ lastrado por quilos de decepciones profesionales. Ya s¨®lo espero que Hathor cumpla: cuando el largo proceso de momificaci¨®n acababa, con la c¨¢lida y gran superficie de su lengua despertaba al difunto a la nueva vida. Pero en mi caso ya no s¨¦ si quiero que sea para gozar de otros tiempos period¨ªsticos o para, definitivamente, despertarme en otro mundo.
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