Defender la libertad de expresi¨®n
En este pa¨ªs, la libertad de expresi¨®n sigue siendo entendida como una generosa concesi¨®n susceptible de ser retirada

El pasado jueves, en antigua c¨¢rcel Modelo, hablamos de libertad de expresi¨®n. Las libertades nunca est¨¢n garantizadas. En Europa las hab¨ªamos dado por adquiridas y las sensibilidades se hab¨ªan adormecido en los a?os previos a la crisis de 2008, en que arraig¨® una peligrosa cultura de la indiferencia. La crisis de gobernanza de las democracias liberales est¨¢ haciendo emerger las peores caras de la pax europea.
Derechos fundamentales como la libertad de expresi¨®n est¨¢n amenazados en un momento en que las aceleraciones del proceso de globalizaci¨®n han provocado un repliegue sobre los espacios nacionales. ?ltimo episodio: la victoria del autoritarismo ultranacionalista de Orb¨¢n en Hungr¨ªa. Las instituciones europeas han venido tolerando la violaci¨®n permanente de los principios de la Uni¨®n por parte de las autoridades h¨²ngaras y la derecha europea (el grupo popular del parlamento en el que se encuadra el PP) ha acogido el triunfo de su colega con entusiasmo.
El desconcierto de las clases medias, sumidas en el p¨¢nico despu¨¦s del descalabro sufrido con la gran recesi¨®n, est¨¢ siendo territorio f¨¦rtil para un giro autoritario. Y unos gobiernos en manifiesta p¨¦rdida de poder (y de confianza) por su incapacidad para poner l¨ªmites a unos mercados globalizados, han encontrado en la emigraci¨®n (convertida en chivo expiatorio) y en el terrorismo argumentos para exhibir m¨²sculo, especulando con el miedo, un arma pol¨ªtica extraordinaria por su capacidad de propagarse y de paralizar a la ciudadan¨ªa. Y as¨ª hemos asistido a incre¨ªbles endurecimientos de las legislaciones penales, tarea en la que Espa?a ocupa un lugar destacado especialmente desde que gobierna el PP y su ic¨®nica ley mordaza. Una ley con aplicaci¨®n de per¨ªmetro variable en funci¨®n de cu¨¢l es el enemigo oficial del momento.
La libertad de expresi¨®n es un derecho fundamental que tiene que ser protegido por las leyes, pero es una ciudadan¨ªa activa, capaz de aceptar el conflicto como algo natural y la palabra como forma de afrontarlo, la que m¨¢s puede hacer para defenderla. En este contexto, un incidente parlamentario menor adquiere relevancia. Tras una interpelaci¨®n del diputado Carles Campuzano, el ministro Rafael Catal¨¢ le espet¨®: ¡°Tiene usted mucha suerte porque puede venir a esta C¨¢mara con ese ofensivo lazo amarillo que quiere decir que en Espa?a hay presos pol¨ªticos¡±. Que en Espa?a hay presos pol¨ªticos es una opini¨®n tan susceptible de ser defendida y criticada como la contraria. El derecho fundamental a la libertad de expresi¨®n que legitima a cualquier ciudadano a llevar un lazo amarillo es presentado por el ministro de Justicia como una generosa concesi¨®n: un gesto de tolerancia con los equivocados. Y lo acompa?a con el signo de la amenaza: tiene usted mucha suerte. La suerte siempre puede torcerse. Catal¨¢ deber¨ªa saber que la libertad de expresi¨®n es un derecho, no una concesi¨®n
En estos tiempos en que los cuerpos de la seguridad del Estado van a la caza de delitos de odio en las redes y algunas instituciones y creencias pretenden situarse por encima del bien y del mal, protegidas penalmente de la cr¨ªtica, uno siente cierta nostalgia de la tradici¨®n americana. La Primera Enmienda constitucional de los Estados Unidos establece sin ambages que el Congreso no podr¨¢ hacer ninguna ley que limite la libertad de expresi¨®n, la de prensa, y el derecho a la asamblea pac¨ªfica de las personas.
Todo tiene sus l¨ªmites, la libertad de expresi¨®n tambi¨¦n: la libertad del otro. Y es verdad que un sistema como el americano puede dejar desprotegidos a aquellos sectores m¨¢s vulnerables que tienen poco acceso a los espacios de comunicaci¨®n y creaci¨®n de opini¨®n. Pero es por la acci¨®n pol¨ªtica, por la vitalidad democr¨¢tica de una sociedad, que hay que defender a estas personas y no con las prohibiciones, que adem¨¢s, por lo general, buscan la protecci¨®n de quienes no tienen nada de vulnerables: desde las altas instituciones hasta los aparatos represivos del Estado.
No hay democracia sin palabra libre. Negar la palabra al otro no suma, enfrenta. Y esto vale para toda forma de coacci¨®n, ya sea desde la legalidad o fuera de ella. Pero en este pa¨ªs la libertad de expresi¨®n sigue siendo entendida como una generosa concesi¨®n susceptible de ser retirada. Y la proliferaci¨®n de tipos penales basados en la subjetividad y en la presunci¨®n y no en hechos, la cercena y agranda las fracturas. Por eso hay que defenderla.
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