Los jubilados asaltan el alquiler tur¨ªstico
Los anfitriones mayores de 65 a?os se han triplicado desde 2015. Las personas que alquilan sus pisos tienen 48 a?os de media y necesitan ingresos extra
En la selva del alquiler tur¨ªstico, los especuladores son los leones y los vecinos son las gacelas. Mientras unos compran edificios enteros para devorar beneficios alojando turistas, los otros se enfrentan al alza de los alquileres, penan por el deterioro de la convivencia y se arriesgan a acabar expulsados de sus barrios. En medio de esos grupos est¨¢n los que intentan sobrevivir en un ecosistema dise?ado para los fuertes: las personas de la regi¨®n que alquilan sus casas a los turistas tienen 48 a?os de media ¡ª40 en la capital¡ª; son mayoritariamente mujeres ¡ª54% y 52%, respectivamente¡ª; y han visto c¨®mo su grupo envejece a marchas forzadas desde 2015, llen¨¢ndose de jubilados que ponen sus viviendas en el mercado para completar su pensi¨®n ¡ªsu n¨²mero se ha triplicado, seg¨²n los datos de Airbnb¡ª.
Alberto tiene un piso de 79 metros en Lavapi¨¦s que alquila a trav¨¦s de Airbnb. La entrada al edificio es cl¨¢sica, con un ascensor de doble puerta, escaleras de m¨¢rmol, una moqueta. El apartamento es bonito. Alberto, dise?ador gr¨¢fico, tiene buen gusto, se ve a la legua. La casa tiene sus a?os, el suelo tiene abolladuras y sin aire acondicionado, por lo que no puede subirse mucho a la parra. Lo alquila por 69 euros al d¨ªa, un precio muy asequible si tenemos en cuenta que estamos en pleno centro de Madrid y aqu¨ª caben cuatro personas repartidas en dos habitaciones.
El apartamento es un museo de los tiempos felices que no volver¨¢n. En ¨¦l que construy¨® su vida con su esposa y la hija que tuvieron. Pero el matrimonio fracas¨®. No tiene empleo desde hace a?os (los ¨²ltimos de jardinero y barrendero fueron temporales, nada que ver con su oficio) y paga cada mes 400 euros de manutenci¨®n. Si no fuera por lo que gana en Airbnb no tendr¨ªa manera de subsistir. "Estar¨ªa en la calle, as¨ª de claro", se sincera.
La plataforma de viviendas de alquiler lo considera un superhost: atenci¨®n total a los clientes que consiste en proveer mapas y recomendar restaurantes, bares ("los mando con mis colegas"), museos y todo tipo de ocio. Suena muy glamuroso pero la realidad tiene espinas. ?l vive ahora en Ciempozuelos, a 40 kil¨®metros, y tiene que ir y venir en Cercan¨ªas para atender a los visitantes.
En una maleta que recogi¨® de la basura lleva toallas y s¨¢banas limpias que cambia cuando unos van y otros vienen. ?l hace el aseo de la casa, no tiene dinero para contratar a nadie. Lleva las cuentas en la cabeza: "Tengo una hipoteca por este piso de 700. Le paso 400 euros a mi mujer. Pago 360 por el piso de Ciempozuelos, que es de un banco que me lo alquil¨®. Y en Airbnb alquilo esto unos 20 d¨ªas, por lo que me saco unos 1.400. Pago IBI, comunidad... voy raspad¨ªsimo".
Aguarda a que lleguen los turistas a la hora que sea. M¨¢s de una vez ha pasado la madrugada en un banco esperando a visitantes a los que se les hab¨ªa retrasado el vuelo. En esos caso, como no tiene c¨®mo volver a Ciempozuelos, se queda en casa de una se?ora del barrio que se ha encari?ado con ¨¦l y lo trata como si fuera un hijo.
Su casa tiene dos balcones que dan al exterior. Se asoma a uno, desde donde contempla el traj¨ªn de la calle a vista de p¨¢jaro. Buen momento para reflexionar sobre Lavapi¨¦s: "El otro d¨ªa le¨ª que esta era la zona m¨¢s cool del mundo, y eso es una gilipollez. Eso lo dice la gente que viene el fin de semana al mercado de San Fernando, al Rastro, pero los que vivimos aqu¨ª sabemos la verdad. Esto est¨¢ lleno de yonkis, de atracos y de todo. Para echar a esa gente del barrio tenemos muchas peleas. ?El m¨¢s guay del mundo? Ja, me parto. Lo dicen porque no viven aqu¨ª todos los d¨ªas".
En las estanter¨ªas del apartamento tiene libros de Truman Capote y Dostoievski. No quiere que sus visitantes lean cualquier cosa. Hace unos a?os se encontr¨® en el ba?o un anillo de oro con diamantes. Se lo devolvi¨® a un turista londinense, que result¨® ser un marchante de arte que, como agradecimiento, le envi¨® de vuelta una l¨¢mina de Popeye el marino dibujada por un artista reconocido. La colg¨® en el sal¨®n con un orgullo que no disimula.
Junto a la televisi¨®n hay una extra?a obra de arte que tiene su encanto. Si uno no tiene mucha capacidad de abstracci¨®n no es m¨¢s que la pata de una mesa con trozos de cristales incrustados. Al lado, hay arrinconado un hermoso escritorio de ¨¦poca. Se lo regal¨® el mismo amigo que le dio la extra?a obra de arte. Un amigo que hab¨ªa perdido a su mujer por una enfermedad y nunca logr¨® superarlo. Antes de suicidarse le regal¨® el trozo de madera y el escritorio. Los objetos guardan el fantasma de su amigo.
?A qu¨¦ viene todo esto? Sirve para explicar que esta es su casa, su vida, su pasado, y que si la alquila es por necesidad, no porque sea un especulador. "Este es mi pan. Pago a Hacienda. Yo soy un currante y vivo de esto. Si me lo quitan me matan", abunda. Dice que hace unos a?os le vot¨® a Podemos pero visto lo visto, que abogan por regular el alquiler y ¨¦l sospecho que eso esconde alg¨²n tipo de prohibici¨®n, ya no lo va a hacer m¨¢s.
Entiende, claro, que haya gente que se queje de las empresas que compran un edificio y lo convierten en un hotel encubierto. No es su caso. Alberto ha sido sincero con todos los vecinos inform¨¢ndoles de que iba a alquilar por d¨ªas la casa. Ellos tienen su tel¨¦fono y si alguien arma foll¨®n lo llaman de inmediato y ¨¦l se encarga del asunto. Es un superhost tambi¨¦n para la comunidad de propietarios.
La situaci¨®n de anfitriones como Alberto se agudiza entre los jubilados. El anfitri¨®n senior ¡ªm¨¢s de 60 a?os¡ª t¨ªpico en Espa?a gana 2.800 euros anuales gracias al alquiler tur¨ªstico. El 41% de esos anfitriones necesita esos ingresos para llegar a fin de mes, seg¨²n una encuesta de Airbnb a nivel global. Casi la mitad dice poder seguir en sus hogares gracias a ese extra. Y la compa?¨ªa celebra que ¡°est¨¢ ayudando a redefinir la jubilaci¨®n al proporcionar a las personas mayores nuevas formas de obtener ingresos adicionales, superar la soledad y el aislamiento, o viajar por el mundo de manera m¨¢s aut¨¦ntica¡±.
Sin embargo, en la selva del alquiler tur¨ªstico lo que salva las vidas de unos puede llegar a destruir las de otros. Las fr¨ªas estad¨ªsticas reflejan que los alquileres de Madrid se ha disparado al calor de la llegada de los turistas. Lo que no cuentan es c¨®mo afecta eso a la convivencia vecinal. Hay ocasiones, cuenta Ana Fern¨¢ndez, en las que la proliferaci¨®n de pisos tur¨ªsticos convierte el d¨ªa a d¨ªa en un aut¨¦ntico infierno.
¡°Es un sinvivir. Es la sensaci¨®n de que no sabes si un d¨ªa vas a dormir bien, si un d¨ªa vas a dormir mal, si te vas a ir al trabajo jorobada, si vas a subir [a pedir silencio] y te van a mandar a la mierda¡±, describe Ana Fern¨¢ndez, que durante dos a?os vivi¨® rodeada de ruidosos pisos tur¨ªsticos. ¡°Antes de irnos, ca¨ªa agua por las escaleras, por las luces del techo... subimos y les ayudamos a cortar el agua, porque se les hab¨ªa ca¨ªdo un termo en el ba?o, hab¨ªa bloqueado la puerta y no pod¨ªan entrar a cerrar el agua. La tiraban a escobazos escalera abajo¡±, recuerda sobre sus d¨ªas sorteando bolsas llenas de toallas sucias, maletas y turistas.
?Y los visitantes? El 58% de los que llegan a Madrid para alojarse en un piso tur¨ªstico tienen entre 30 y 59 a?os.
Jonathan Cantres, un neoyorquino de 25 a?os, y tres de sus familiares se instalaron ayer en el piso de Alberto, en el coraz¨®n de Lavapi¨¦s. Estar¨¢n cuatro d¨ªas. El muchacho, asistente legal, ha estado tres semanas viajando por Europa. Ahora se re¨²ne con su abuela, una t¨ªa y un primo. "Estaba pensando en meternos en un hotel pero somos cuatro. Nunca hab¨ªa hecho un Airbnb y quer¨ªa ver c¨®mo es. Tiene cocina y es mejor opci¨®n porque podemos tener momentos de familia que no podr¨ªamos tener en un hotel. Est¨¢ de maravilla", cuenta Cantres.
Est¨¢ al corriente de las disputas que genera el surgimiento en grandes ciudades de plataformas como Airbnb. Porque trabajaba en los juzgados y encima viene de la meca del conflicto inmobiliario, Nueva York, donde se granjearon fama los Trump como caseros exigentes. "Al final de todo, no veo problema que alguien alquile su apartamento. Que lo subarrende s¨ª, por eso hay muchos pleitos all¨¢. Pero si tu eres el propietario, ?por qu¨¦ no?".
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