Los reyes del metal no se oxidan
Metallica impuso su sonido y personalidad en una g¨¦lida noche ol¨ªmpica

M¨¢s que una cerveza apetec¨ªa un caf¨¦ caliente o un t¨¦, bebidas en principio poco rockeras. La primavera, ya se sabe, es voluble, y en la noche del domingo regal¨® un fastidioso vientecillo fresquete que en el Estadio Ol¨ªmpico mov¨ªa las melenas de los 52.000 aficionados que se congregaron para seguir la actuaci¨®n de Metallica. Bien, lo de las melenas es ya un t¨®pico, dado que ser amante del metal hoy en d¨ªa no requiere pelos largos, am¨¦n de que la media de edad del concierto tampoco permit¨ªa muchas alegr¨ªas capilares. Pero el caso es que todo el p¨²blico de negro riguroso, en eso no hay mutaciones, se entreg¨® a la descarga metalera del cuarteto de California en un concierto que m¨¢s que nunca hizo la guerra al fr¨ªo. El rock fue, en el Ol¨ªmpico, mejor que una estufa. O casi.
Comenz¨® la noche con im¨¢genes de El bueno, el feo y el malo?y m¨²sica de Ennio Morricone, para dar paso a Hardwired, bander¨ªn de salida del repertorio. El sonido ya no mostraba la presencia y pegada deseables, quiz¨¢s el viento ayud¨® a disiparlo, pero la contundencia f¨ªsica del cuarteto en escena ayud¨® a situar la actuaci¨®n en un plano f¨ªsico. Este hecho y la emoci¨®n del respetable, feliz en el reencuentro con la gran referencia del thrash metal, una banda que ha remachado d¨¦cadas con canciones tan exitosas como s¨®lidas y agresivas, sacudieron el estadio entero. Sonaba The Memory Remains y Metallica ya hab¨ªan ganado la partida. Era la segunda canci¨®n. Ni Julio C¨¦sar en Zela.
A partir de aqu¨ª el grupo despleg¨® un repertorio en el que las piezas de su ¨²ltimo disco no colonizaron el cancionero, m¨¢s que nada orientado a recuperar parte de la memoria de los fans por medio de grandes ¨¦xitos. Probablemente para no aburrirse hasta de s¨ª mismos, Metallica introduce algunos cambios en el programa de ciudad en ciudad, de suerte que en Barcelona sonaron cuatro temas distintos de Madrid (Ride The Lightning, The Thing That Should Not Be, Fade To Black y Frantic), manteni¨¦ndose la columna vertebral que explot¨® en la parte final del concierto, donde se agolparon todos los grandes ¨¦xitos mientras las pantallas ofrec¨ªan im¨¢genes que no buscaban complacencia o, mejor dicho la buscaban en clave metalera: muerte, miedo, guerra y desasosiego. Una delicia sazonada con fuego, muy de agradecer dado el fr¨ªo que hac¨ªa, y pirotecnia reservada para el apote¨®sico final de Enter Sandman. Simple, sencillo y efectivo.
A todo esto, el escenario, descomunal como procede en el Ol¨ªmpico, sirvi¨® fundamentalmente para engrandecer las figuras de los cuatro m¨²sicos, aut¨¦nticos n¨¢ufragos aislados por aquella cantidad industrial de metros cuadrados, h¨²medo sue?o inmobiliario. Por ello el elemento central de la escenograf¨ªa fueron unas pantallas tama?o aeropuerto que en buena medida no serv¨ªan tanto para ofrecer proyecciones imaginativas como la imagen de los cuatro m¨²sicos, centro y sentido de todo, esforzados obreros del metal apabullando con dobles bombos y guitarras aceleradas. El p¨²blico, todo y que no se desga?itaba entre tema y tema, no perdi¨® el hilo del concierto, aportando su particular trabajo instrumental al tararear el solo de guitarra de Master Of Puppets, lo que record¨® las parodias de Gigatr¨®n en su particular versi¨®n de The Final Countdown de Europe. Y hablando de parodias, es de agradecer que Metallica homenajee en cada ciudad a un m¨²sico all¨ª popular, pero probablemente Peret se revolvi¨® en la tumba al escuchar ¡°El muerto vivo¡± que perpetraron Robert Trujillo al bajo y Kirk Hammet en la guitarra, antesala de un solo de Trujillo en el que bien parec¨ªa estaba optando a un puesto en la orquesta del Circo del Sol. No lo necesita, Metallica atraviesa uno de los mejores momentos de su carrera, tal y como demostr¨® calentando un g¨¦lido estadio al que puso a sus pies. De momento Metallica no se oxida.
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