Llafranc, a?os 50
El turista es ave de paso. El veraneante es estable, a?o tras a?o pasa sus vacaciones en el mismo lugar. Esa fidelidad al pueblo escogido hace que all¨ª se forjen nuevas amistades
Agosto. Tiempo de recuerdos, no necesariamente de nostalgia. La nostalgia es una peligrosa enfermedad del alma que conduce a la tristeza. Los recuerdos son aquellos hechos y circunstancias que, sin darnos cuenta, han ido conformando sigilosamente nuestra personalidad, nuestra manera de ser y de pensar, hasta llegar a ser lo que ahora somos.
Entre finales de los cuarenta y primeros cincuenta, durante cerca de diez a?os, pas¨¦ los veranos en Llafranc, una peque?a pedan¨ªa de Palafrugell, cuya elegante bah¨ªa atra¨ªa a una reducida colonia de veraneantes y a muy pocos turistas extranjeros. Veraneante y turista son t¨¦rminos que tienen poco que ver. El turista es ave de paso, un curioso que se asoma por unos d¨ªas y quiz¨¢s no vuelve nunca m¨¢s. El veraneante es estable, a?o tras a?o pasa sus vacaciones en el mismo lugar. Esa fidelidad al pueblo escogido hace que all¨ª se forjen nuevas amistades, sus hijos se integran en pandillas de ni?os de su edad y conforme van creciendo se diviertan con inocentes gamberradas que recordar¨¢n m¨¢s tarde durante toda la vida.
El jard¨ªn de mi casa de Llafranc abarcaba todo el pueblo, all¨ª eras libre, especialmente en la playa
En Llafranc mis padres alquilaban una casa del paseo frente al mar. Este paseo ten¨ªa una modesta pero indudable personalidad a pesar de que sus casas en medianera eran de peque?o tama?o, sin estilo alguno, a excepci¨®n de la vistosa torre modernista de los Capdevila, situada justo en el centro y que daba armon¨ªa al conjunto.
Delante de esta hilera de casas hab¨ªa una amplia acera bajo un techo de pinaza, signo de identidad del paseo, donde los vecinos montaban su mesa y sus sillas, se sentaban para mirar pasar de la gente, tomar un caf¨¦ o un vermut o un mantecado despu¨¦s de comer o a media tarde, cada cosa a su hora, y sobre todo conversar, saludarse, quejarse de los coches y motos, que transitaban demasiado r¨¢pido por la estrecha calzada de tierra que les separaba de la playa. Mis abuelas, vestidas siempre de negro, haciendo ganchillo y charlando con los paseantes amigos, mientras mi callado y met¨®dico abuelo le¨ªa el peri¨®dico tras darse un ba?o a media ma?ana y tomar algo el sol.
El jard¨ªn de mi casa de Llafranc abarcaba todo el pueblo, all¨ª eras libre, especialmente en la playa y en la rocas y en el agua, donde transcurr¨ªan los d¨ªas. Con mi pandilla tram¨¢bamos aventuras diversas: investigar si eran contrabandistas los que simulaban pescar por la noche en la punta de La Marineda; asustar a una ni?a cursi mientras llegaba a su casa situada en una obscura calle del interior del pueblo; prender fuego a unas pajas, previamente rociadas con gasolina, en unas rocas bajas dentro de la bah¨ªa, cerca de donde fondeaban las barcas para hacer creer, en plena negra noche, que una de ellas se hab¨ªa incendiado. Por supuesto, robar uvas en las vi?as de las afueras hasta que el pay¨¦s nos persegu¨ªa con un bast¨®n en la mano. Yo era el m¨¢s peque?o de la pandilla y admiraba profundamente a los mayores que ten¨ªan tales ocurrencias.
El viejo alguacil se sentaba por las noches a hablar con mi madre para contarle historias de contrabandistas
En el Llafranc de la ¨¦poca hab¨ªa grandes tipos. El viejo alguacil, de nombre Cipriano (nadie le llam¨® nunca Cebri¨¤), que se sentaba por las noches a hablar con mi madre para contarle viejas historias de contrabandistas, siempre elogiando a March (don Joan, le llamaba) como hombre recto y justo, con gran autoridad. Marcelino ¡°Marina¡±, due?o de un peque?¨ªsimo colmado en donde, extra?amente, hab¨ªa de todo y si no lo hab¨ªa te lo tra¨ªa inmediatamente de Palafrugell. El Avi Mata, due?o del hotel Celimar, hombre permanentemente malhumorado que nunca lleg¨® a comprender porque acud¨ªan turistas a Llafranc y menos a¨²n que quisieran alojarse, precisamente, en su hotel: ¡°Si el mar fuera de cerveza, a¨²n lo entender¨ªa¡¡±.
Historias de Llafranc, recuerdos del pasado. Habl¨¢bamos de ello, y de muchas otras cosas, con mi amigo Carlos Sagrera, fallecido hace pocas semanas, gran conversador, conocedor del mundo, que siempre hizo lo que le dio la gana, cuando ya mayores sal¨ªamos en su barca a las siete de la ma?ana con la excusa de ir a pescar, cosa que jam¨¢s hicimos, pero en todo caso lleg¨¢bamos muy lentamente a recalar en Can Patxoi de Tamariu donde nos zamp¨¢bamos suculentos desayunos de tortilla, sardinas y pan con tomate, mucho vino y demasiados carajillos, para regresar a Llafranc bien entrada la tarde. Esto s¨ª lo recuerdo con nostalgia, con el triste lamento de aquello que ya no volver¨¢.
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