De intelectuales y pol¨ªticos
Cuando los intelectuales se convierten en meros altavoces de la pol¨ªtica desaparece el contrapoder que con su carta de navegar puede evitar que todos juntos acabemos lanzados contra los escollos
Retornan a Par¨ªs. Josep Tarradellas ha pagado la diferencia para que Merc¨¨ Rodoreda le acompa?e en el vag¨®n de primera. El 28 de diciembre de 1948 han asistido al entierro de Pompeu Fabra, traspasado en Prada, en el Conflent, el d¨ªa de Navidad. Durante el largo trayecto la conversaci¨®n salta de un tema a otro hasta que se detiene en uno, la relaci¨®n de los intelectuales y la pol¨ªtica.
Transcurrida casi una d¨¦cada, Tarradellas no puede olvidar un almuerzo a solas con el fil¨®logo, seguramente en Montpellier, el 28 de junio de 1939. Fabra entonces se jact¨® de defender a los pol¨ªticos con responsabilidades durante la Guerra Civil frente a las cr¨ªticas en aumento que estos recib¨ªan en un exilio que comenzaba dif¨ªcil y penoso. A la hora del caf¨¦ Tarradellas le respondi¨® que no era necesario que defendiera a los que hab¨ªan dado la cara porqu¨¦ estos se defend¨ªan solos. Y, sobre todo, le hizo notar que tambi¨¦n ¨¦l como director general de Cultura hab¨ªa compartido responsabilidades de gobierno.
A Tarradellas le molestaba sobremanera que intelectuales como Fabra, Antoni Rovira i Virgili, Llu¨ªs Nicolau d'Olwer, Ventura Gassol, Josep Pous i Pag¨¨s y tantos otros ¡ªy as¨ª lo anot¨® en su dietario¡ª pudieran entrar y salir de la pol¨ªtica a placer y pretender mantenerse al margen cuando lo que ocurr¨ªa les desagradaba, como si la situaci¨®n no fuera con ellos. La cuesti¨®n se le planteaba de nuevo ahora con la muerte del fil¨®logo.
No satisfecho por c¨®mo han concluido la conversaci¨®n, Tarradellas remite d¨ªas despu¨¦s una carta a Rodoreda, el 14 de enero de 1949. Lo hace con la excusa de comentar un soneto de la escritora, pero lo que busca es poner el colof¨®n a un di¨¢logo que le ha dejado insatisfecho y que le interesa en particular, mucho m¨¢s que a ella. La quiere convencer de la necesidad de que los escritores, los intelectuales en general, permanezcan en su campo y no ¡°se lancen a la pol¨ªtica¡± como si fueran unos ¡°predestinados¡±.
Aunque no cree que suceda mucho en Francia, en Alemania o en el Reino Unido, Tarradellas, pol¨ªtico a secas, puede llegar a comprender que se d¨¦ en estos pa¨ªses. Pero no en Catalu?a, donde ¡°hay demasiadas cosas por hacer y para rehacer para que nos permitamos ese lujo de los grandes pueblos¡±. Y que los intelectuales practiquen esta ¡°doble acci¨®n¡± lo entiende como un ¡°c¨¢ncer que va devorando nuestras posibilidades para el d¨ªa de ma?ana¡±.
En sus reflexiones Tarradellas sentaba muy bien la teor¨ªa, pero no se planteaba cu¨¢les eran los condicionantes que llevan al intelectual a buscar ese doble perfil. Y es que, de entrada, para que este intelectual pueda consolidarse y actuar son necesarias dos premisas b¨¢sicas de la sociedad en la que aflora. La primera, que se le identifique y reconozca como faro. No para coincidir con ¨¦l, sino para tenerle como referente a partir del cual reflexionar y sacar conclusiones propias despu¨¦s. La segunda, que la estructura econ¨®mica le permita una independencia profesional al margen, precisamente, de los pol¨ªticos, de los partidos y de los gobiernos, con sueldos en condiciones en las universidades o en centros de pensamiento y de investigaci¨®n financiados al margen del dinero p¨²blico o con una discrecionalidad de ¨¦ste limitada.
Dos condiciones que no se daban ni en la Segunda Rep¨²blica, ni en la actualidad. Es por ello que el intelectual, como conciencia cr¨ªtica independiente, hoy en Catalu?a es una figura escasa. A la sociedad se le da gato por liebre con demasiada frecuencia. Con facilidad al que ha escrito un libro pronto se le considera un intelectual y en algunos casos con un pu?ado de tuits y art¨ªculos basta para que sea as¨ª.
La propia condici¨®n de estado peque?o o provincia grande, adem¨¢s, plantea un techo de cristal, que lleva al intelectual de verdad que busca reconocimiento e incidencia social a transitar para conseguirla hacia entidades y organismos para p¨²blicos, mal llamados ¡°sociedad civil¡±. Finalmente, en general esta figura no cuenta con un sost¨¦n econ¨®mico que le permita generar opini¨®n al margen de los poderes. Es para conseguirlo que le cuesta tan poco caer por la pendiente y aproximarse a un bando concreto, incluso un partido, y se convierte en definitiva en intelectual org¨¢nico.
La respuesta severa de Tarradellas a Fabra, la conversaci¨®n y colof¨®n a Rodoreda, no era la man¨ªa banal de alguien preocupado porque determinadas figuras -que no le pod¨ªan hacer sombra en lo pol¨ªtico- no entraran en su redil. Era una cuesti¨®n central de nuestra sociedad, que no hemos resuelto y en la que persiste esta ¡°doble acci¨®n¡±, a menudo funesta. Hoy para estas figuras pretender mantenerse al margen de los unos, de los otros y de los del medio y generar pensamiento cr¨ªtico de manera libre es una temeridad para su sostenimiento diario, pero tambi¨¦n ¡ªy esto no se quiere ver¡ª para la sociedad en general. Porque cuando estas, esclavas de los condicionantes mencionados, se convierten en meros altavoces de la pol¨ªtica desaparece el contrapoder que con su carta de navegar puede evitar que todos nosotros acabemos lanzados contra los escollos.
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