Septiembre era una fiesta
En Barcelona no habr¨¢ este a?o esa 'rentr¨¦e' literaria a que nos ten¨ªa acostumbrado la fundaci¨®n de la editorial RBA. Si ibas acompa?ado, todo era m¨¢s llevadero
A pocos d¨ªas de finalizar mis d¨ªas de vacaciones en la Rep¨²blica Catalana de Port de la Selva (as¨ª lo indican una voluminosa y siempre flameante estelada a la entrada del pueblo del Alt Empord¨¤ y una especie de placa), ya s¨¦ que en Barcelona no habr¨¢ este a?o esa rentr¨¦e literaria a que nos ten¨ªa acostumbrado la fundaci¨®n de la editorial RBA. Desde hace unos cuantos a?os, dicha fundaci¨®n organizaba unos eventos de r¨ªete t¨² de las fiestas del Gran Gatzby. Las primeras que se hicieron fueron en el hotel Princesa Sof¨ªa, en sus suntuosos jardines con gran piscina incluida. Comenzaban a las 20 horas, pero cuando uno llegaba a la hora fijada ya estaban casi todos los invitados, como si hubieran llegado el d¨ªa anterior. En la entrada siempre te recib¨ªan unos camareros con bandejas plet¨®ricas de copas de burbujeante cava.
Luego ven¨ªa el comienzo del acto, que no era otro que el fallo de un premio de novela negra que auspiciaba el propio grupo editorial que organizaba el acto. El fallo ya se hab¨ªa producido antes pero esa noche se presentaban la novela ganadora y su autor, que casi siempre asist¨ªa al evento, fuera del pa¨ªs que fuera. ?ste se ve¨ªa en la obligaci¨®n de desgranar los agradecimientos de rigor y hacer algunos comentarios sobre su novela. A esas alturas, la gente simulaba que le interesaba lo que el autor dec¨ªa. Stands de distintos arroces, de carnes a la brasa, de quesos variados, platillos de indescifrables contenidos pero exquisitos, esperaban.
Camareras y camareros sol¨ªcitos entregados a la noble tarea de que los comensales tuvieran siempre sus copas llenas y sus platos henchidos de manjares. A la vera del jard¨ªn, barras libres hac¨ªan las delicias de los sedientos. En un apartado, como si se hubiera habilitado para la ocasi¨®n, hab¨ªa una especie de carpa con las m¨¢s variadas marcas de bebidas blancas que uno pudiera imaginarse. All¨ª se agolpaban los entendidos en la materia.
La tropa invitada la compon¨ªa gente del mundo editorial, pero tambi¨¦n del pol¨ªtico. All¨ª vi a consejeros y exconsejeros de la Generalitat y jefes de distintos partidos, forcejeando para atrapar un plato de arroz negro o en las barras col¨¢ndose sin mucho remilgo para cazar una copa de tinto o blanco. Luego ya ven¨ªa la hora de los postres. Variados y a cada cual m¨¢s sofisticados. Y para completar el ¨¢gape, los caf¨¦s esperando que los propios comensales se los sirvieran de grandes cafeteras autom¨¢ticas. Luego lo de siempre en estas fiestas. Gente que va de grupo en grupo. Un conocido con el que te cruzas. Otro que se hace como si no te conociera. Otro que se mete en medio de una conversaci¨®n sin ning¨²n escr¨²pulo y se lleva a tu interlocutor aparte. Si vas acompa?ado, todo es m¨¢s llevadero. Si nadie te saluda, no lo notas. Si nadie te dirige la palabra o no tienes a nadie a tiro para endilgarle unos comentarios a prop¨®sito de lo que sea, con alguien a tu lado todo se hace m¨¢s llevadero. El problema se presenta cuando vas solo y no tienes ning¨²n inter¨¦s para nadie o nadie necesita acercarse a ti para hacerte la pelota. Ah¨ª s¨ª que tienes un problema. Comienzas a rondar. Alguien te saluda para quedar bien pero acto seguido te deja plantado porque ha visto a alguien m¨¢s interesante. En las fiestas de RBA esta inc¨®moda circunstancia quedaba paliada por la enorme cantidad de personas que transitaban, por el ajetreo culinario y et¨ªlico. En los a?os setenta, ochenta y parte de los noventa, a estos eventos, por cierto, junto con los invitados, sol¨ªan pulular unos seres ajenos a la din¨¢mica editorial que los generaba. Un d¨ªa descubr¨ª que siempre eran los mismos en distintos actos editoriales. Estaban especializados en hacerse con la mayor cantidad de los insulsos canap¨¦s de entonces.
Los ¨²ltimos a?os de la fiesta de RBA, hab¨ªan desaparecido los postres y el caf¨¦ final. Los jardines y las piscinas fueron permutados por los espaciosos ¨¢ticos y sobre¨¢ticos de la empresa. Pero el glamour y la excelencia gastron¨®mica eran los mismos. Dos renombradas editoriales, cumplen este a?o sus respectivos cincuentenarios. En ambas no se puede ir acompa?ado. Un servidor no ir¨¢. El solo hecho de imaginarse que ir¨¢ detr¨¢s de los invitados como ¨¦l, como el c¨¦lebre y triste personaje del cuento de Edgar Allan Poe, El hombre de la multitud, le dice que mejor quedarse en casa. Como me dijo un d¨ªa un amigo. Si vas acompa?ado, se nota menos que le importas muy poco a nadie.
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