La insensata racionalidad
Nuestros pol¨ªticos se sienten obligados a hablar tanto para justificarse que ya no controlan la esencia ni el significado de lo que nos dicen

La desconfianza es un concepto preventivo. Una coraza con la que pretendemos protegernos de personas o situaciones en las que no queremos confiar o hemos dejado de hacerlo por razones diversas de las que nos empe?amos en autoconvencernos que son l¨®gicas. Sobre desconfianza y durante los ¨²ltimos meses, Pedro S¨¢nchez y Pablo Iglesias nos han impartido un curso acelerado. Por lo reiterado con insistencia saben de lo que hablan, la lista de agravios debe ser m¨¢s larga de la conocida y por eso prefieren dejarse llevar por esa intuici¨®n compartida.
¡°No hay confianza para la coalici¨®n¡± han reiterado los socialistas despu¨¦s de presentar su extensa propuesta de pacto de gobierno en los ya famosos 372 puntos que tanto pueden usar como base de un acuerdo potencial como en su pr¨®ximo programa electoral. Y han insistido en la negaci¨®n de la confianza tras desgastar la palabra de tanto usarla. Parecer¨ªa que se han inspirado en las conclusiones de dos grandes escritores norteamericanos: Truman Capote y William Faulkner. El primero sugiri¨® que cuando alguien te otorga su confianza, te quedas en deuda con ¨¦l. Es l¨®gico pues, que los dos partidos de izquierda no quieran semejante compromiso. La historia demuestra que su obligaci¨®n es erosionarse hasta destruirse. O intentarlo. De ah¨ª el recelo que Faulkner ayud¨® a fomentar aduciendo que solo se puede confiar en las malas personas porque son las que no cambian jam¨¢s.
Siguiendo el razonamiento del autor de El ruido y la furia, en Podemos no deber¨ªan estar tan disgustados ya que la desconfianza socialista lo ser¨ªa por considerarles buena gente. Pero hete aqu¨ª que Pablo Iglesias dice sentirse humillado, y al entonar esta leg¨ªtima percepci¨®n, basa su resquemor en una ofensa a su orgullo u honor. Y eso ya son palabras mayores porque lo m¨¢s dif¨ªcil es luchar contra los dolores propios consecuencia de las heridas que han dejado cicatriz. Por ejemplo, no poder ser vicepresidente.
Hablando de confianza y humillaci¨®n, por un momento su pol¨ªtica podr¨ªa parecer m¨¢s humana pero tampoco si excluimos el peor de sus sentidos. En caso contrario luchar¨ªa por resolver con eficacia y sin descanso los problemas de una ciudadan¨ªa castigada y demostrar¨ªa su obligaci¨®n de servicio a la comunidad, su recuperaci¨®n de los fines que la avalaron, su canalizaci¨®n de las esperanzas y la reversi¨®n de las frustraciones. Y ni es esta la percepci¨®n de la poblaci¨®n en este momento seg¨²n las encuestas ni sus acciones se traducen en la lucha denodada a favor de los pactos que eviten seguir en el desorden en el que estamos.
Es cierto que esto parece una plaga que azota a la gran mayor¨ªa de pa¨ªses. Especialmente a los regidos por democracias consolidadas. Y aunque la globalizaci¨®n de la frustraci¨®n no es excusa para exculpar a ninguno de su responsabilidad s¨ª que ayuda a entender que algo est¨¢ pasando en todos los frentes. La selva cada d¨ªa es m¨¢s densa, sus riesgos son m¨¢s altos y sus l¨ªmites infinitos. Tambi¨¦n por eso quema la amaz¨®nica.
Nuestros pol¨ªticos se sienten obligados a hablar tanto para justificarse que ya no controlan la esencia ni el significado de lo que nos dicen. Y aunque S¨¢nchez insista en que no quiere elecciones ya pocos le creen porque la trastienda nos muestra lo contrario. Igual le pasa a Puigdemont cuando valora los recientes encuentros de Suiza diciendo que han servido para buscar puntos en com¨²n del independentismo. Y al no concretar cuales son ni cuales han dejado de ser nos invita a concluir que no exist¨ªan ni cuando pretend¨ªan hacernos creer lo contrario. Aflora con descaro lo que Artur Mas en su etapa impulsiva hacia la autodeterminaci¨®n nunca quiso aceptar. Que la complejidad de la cotidianidad es tan amplia que intentar reducirla a lo insignificante m¨¢s que un ejercicio de confianza lo es de ingenuidad.
Esta fue tambi¨¦n la enfermedad pol¨ªtica de Ada Colau en su primer mandato en relaci¨®n a las pol¨ªticas de seguridad. Los sucesos del verano a¨²n vivo y sus declaraciones lo han puesto de manifiesto. Si es cierto que Barcelona ha sido dejada a su suerte violenta por razones partidistas es algo tan grave como condenable. Y si no lo es, supone jugar con el riesgo que m¨¢s alarma a habitantes y turistas. De ah¨ª que saber que los cuerpos policiales se al¨ªan, se confabulan o se conjuran para luchar contra el crimen equivale a aceptar que no lo hac¨ªan.
No se trata de volver a leer entre l¨ªneas como se ve¨ªa obligado el ciudadano concienciado durante la dictadura. Se trata s¨®lo de escuchar, razonar y deducir. Nos lo est¨¢n diciendo todo m¨¢s claro de lo que piensan. Solo hace falta aplicar el sentido com¨²n y sacar conclusiones sin prejuicios. Y no perder de vista que pretenden hacernos creer que sea lo racional lo que nos parezca insensato.
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