La amnist¨ªa como pedagog¨ªa
No hay m¨¢s camino pol¨ªtico que promover, dentro y fuera del pa¨ªs, una pedagog¨ªa de la amnist¨ªa estructurada y preparada para la duraci¨®n en el tiempo
La preocupaci¨®n por la suerte de respuesta a un veredicto malo sobre los pol¨ªticos pendientes del veredicto del Tribunal Supremo crece.
El temor es que la cosa no pase de una conveniente manifestaci¨®n unitaria, o de actos airados circunscritos a un corte de algo, una v¨ªa f¨¦rrea, una calzada, un aeropuerto¡ Respuesta reducida a gestos para que sobreviva un modelo de gobernar fundado en la tensi¨®n. Lo peor es que quien deber¨ªa salir de prisi¨®n seguir¨¢ en ella a causa de esa respuesta.
<CS8.8>Por otra parte, tenemos la llamada a un gobierno de concentraci¨®n nacional. No es una broma. Lo parece, pero no lo es. Lo piden los grupos del gobierno actual porque para sobrevivir no hay nada mejor que zamparse a la oposici¨®n y seguir habitando la nada pol¨ªtica, la nada legislativa, la nada cultural, la nada social.
</CS>Los socialistas ya han dicho que no a esa invitaci¨®n, pero la refutaci¨®n m¨¢s alentadora procede de los comunes en la voz de la presidenta de su grupo parlamentario, la diputada J¨¦ssica Albiach: ¡°Eso no pasar¨¢¡± dijo; y precis¨®, para alivio de unos y sobresalto de otros, que jam¨¢s estar¨¢ en un gobierno con Junts perCatalunya, y exigi¨® al ejecutivo actual que presente algo que sea realista.
No pocas cosas dependen de Albiach. Tiene las llaves del supuesto gobierno de concentraci¨®n, la llave de los presupuestos, la llave pol¨ªtica y la de la imagen. El relato artificial de la unidad nacional depende de ella que cuaje y sea cre¨ªble; en esa situaci¨®n su palabra tiene un poder pol¨ªtico interesante. Albiach no ha sido la substituta de Xavier Dom¨¨nech ni de Elisenda Alemany, que s¨ª lo era. Albiach, como parlamentaria y dirigente, ha demostrado tener criterio propio, ha establecido su estrategia parlamentaria sabe defenderla con una buena narrativa, y posee discurso.
Deber¨ªa pedirla un gobierno surgido de nuevas mayor¨ªas, sin el lastre de los trances que arrastramos
Sabemos, pues, que el gobierno de concentraci¨®n, como ha dicho Albiach y ha repetido Iceta, ¡°no va a pasar¡±. Entonces, qu¨¦.
Cuidado. Cuidado con esta ¨¦poca tan hegeliana que vivimos en nuestro pa¨ªs, con ap¨®stoles y disc¨ªpulos fascinados por la ¨¦pica de la voluntad.
Sin embargo, cumplir prisi¨®n es algo muy concreto, un d¨ªa tras otro, un dolor tras otro. Rencores que crecen. P¨¦rdidas.
El Parlament aprob¨® en d¨ªas pasados una resoluci¨®n en que se compromet¨ªa a solicitar una amnist¨ªa tras la sentencia. S¨ª, la amnist¨ªa es la ¨²nica opci¨®n realista. Pero para que tenga efecto, es preciso que no sea percibida como un instrumento hostil y chill¨®n, sin m¨¢s finalidad que desenmascarar ¡ªuna vez m¨¢s¡ª a los malvados de siempre que no quieren concederla.
Para evitar esta posibilidad la amnist¨ªa deber¨ªa pedirla un gobierno nuevo surgido de nuevas mayor¨ªas, sin el lastre de los trances que arrastramos, dispuesto a prescindir de bravatas; necesitamos un ca?averal, no un robledo incapaz de moverse ante el fuerte viento del oeste. Este gobierno se constituy¨® en la cultura de la prisa, y por esta raz¨®n no le veo capaz de entender que la amnist¨ªa no es para navidades, como la independencia no era para el jueves pasado.
No hay m¨¢s camino pol¨ªtico que promover, dentro y fuera del pa¨ªs, una pedagog¨ªa de la amnist¨ªa estructurada y preparada para la duraci¨®n en el tiempo.
En realidad, no se trata s¨®lo de sacar a los encarcelados, sino de que la amnist¨ªa a su condena y conducta sea admitida por la inmensa mayor¨ªa de ciudadanos como una decisi¨®n ¨¦tica y pol¨ªtica, necesaria para comenzar a rehacer una convivencia muy maltrecha ya. Cuidado. Cuidado con las palabras y los verbos.
La amnist¨ªa es uno de los fen¨®menos pol¨ªticos legales m¨¢s antiguos, controvertidos y usados. Su sentido es preparar, labrar, sedimentar espacios en los que se pretende construir una nueva f¨®rmula de convivencia, y repito que eso no conviene s¨®lo a los presos, sino a todos nosotros, porque este pa¨ªs no est¨¢ bien. Sin duda las amnist¨ªas han tenido costes notables a lo largo de la historia, han tenido expresiones injustas, no hay m¨¢s que mirar el Edicto de Nantes que Enrique IV decret¨® en 1598 como cierre de las asoladoras guerras de religi¨®n: ¡°Que la memoria de todos los acontecimientos ocurridos entre unos y otros (¡) queden disipados y asumidos como cosa no sucedida. No ser¨¢ posible ni estar¨¢ permitido a nuestros procuradores generales, ni a ninguna otra persona p¨²blica o privada, en ning¨²n tiempo, ni lugar, ni ocasi¨®n, el hacer menci¨®n de ello, ni procesar o perseguir en ninguna corte o jurisdicci¨®n a nadie¡±.
Es un texto lleno de problemas, sin duda autoritario, y fue doloroso. Pero funcion¨® razonablemente. Hay muchos m¨¢s ejemplos, todos ellos, con sus luces y sombras, dieron respuestas pol¨ªticas a situaciones sociales complejas; en ocasiones contribuyeron a rehacer sociedades estropeadas; en otras fueron un fracaso.
Tal vez hacer pedagog¨ªa de la amnist¨ªa sea provechoso para reunir algo este pa¨ªs. Es duro, porque requiere tragar, pero no deber¨ªa conllevar la obligaci¨®n al olvido. Lo contrario de olvidar no siempre es recordar, sino acordar, pactar respeto. Amnist¨ªa como oportunidad pol¨ªtica, no como victoria, ni piedad. Quiz¨¢ sea el ¨²ltimo tren en a?os.
Ricard Vinyes es historiador.
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