La ciudad de sus amores
Somos muchos los barceloneses que queremos pedirle al Govern que, antes de organizar marchas sobre Barcelona, mire a su alrededor, vuelva a la pol¨ªtica y convoque elecciones
Barcelona es la segunda ciudad m¨¢s poblada de Espa?a y la d¨¦cima de Europa. Cuando llegaron mis bisabuelos, entre finales del siglo XIX y principios del XX, en la ciudad viv¨ªan medio mill¨®n de personas. Hoy, los residentes de la urbe son 1,6 millones y los de toda el ¨¢rea metropolitana superan los tres millones. Con un PIB per c¨¢pita de 37.100 euros, la comarca del Barcelon¨¨s, de la que forman parte cinco grandes ciudades tan pegadas entre s¨ª que parecen siamesas, se cuenta entre las m¨¢s ricas de Europa. Su producto interior bruto por habitante sobrepasa la media europea (30.860 euros). Lo que quiero decir es que Barcelona no parece, en principio y por motivos de bienestar, libertades, educaci¨®n o capacidad de crear riqueza, el lugar propicio para la revuelta, para salir a quemar todo lo que se te ponga por delante. Y son tantas las identidades de esta ciudad que cuesta distinguir las patrias de quienes hacen cola en el metro o piden hora en el ambulatorio.
Siempre pens¨¦, desde ni?a, que viv¨ªa en un lugar privilegiado. No, mi familia no formaba parte de la alta burgues¨ªa. Unos eran peque?os fabricantes del Poblenou, de los que viv¨ªan en sus casas-f¨¢brica, dedicados a soldar metales desde el amanecer. Otros, comerciantes dispuestos a sobrevivir a los tiempos. Ambos grupos familiares y profesionales sobrevivieron, con algunas bajas, a todo: a la guerra (manteniendo sus f¨¢bricas abiertas), a la posguerra y al hambre, al cierre del comercio tradicional (el suyo) y a la llegada de los turistas. Vendieron luego sus f¨¢bricas y talleres, que se convirtieron en garajes para camiones, y se deshicieron de las tiendas de telas; asumieron que, vendiendo cheviot al metro, no les quedaba margen. Sus hijos pusieron bares y apartamentos en el Castelldefels de los sesenta, y sirvieron copas a los turistas alemanes, les fregaron las habitaciones. Siempre en familia, sin subvenciones, sin quejas. Algunos prosperaron, otros menos. Yo los observaba, asustada ante tanto ir y venir, buscando un lugar tranquilo donde esconderme a no hacer nada. Pero los domingos, cuando mis abuelos me llevaban a la plaza Catalunya, al teatro o a ver pasar las Golondrinas frente a la estatua de Col¨®n, siempre not¨¦ en aquellos se?ores y se?oras de Barcelona la alegr¨ªa de estar vivos, de aprender. Ellos me ense?aron todo lo que era importante. ?Hab¨ªa tanto para ver, escuchar y leer! A ninguno se le ocurri¨® ¡ªni durante los bombardeos de la Guerra Civil¡ª huir o cerrar sus talleres.
Barcelona era la ciudad de sus amores. Es tambi¨¦n la m¨ªa. Por eso entiendo que sigan viniendo de todas partes. Y aunque ahora ya casi no tenemos f¨¢bricas ¡ªen 2018, nuestro sector industrial tuvo un crecimiento negativo del -0,4%¡ª, sigue aumentando el sector servicios. Nuestra poblaci¨®n no disminuye de forma significativa si comparamos series estad¨ªsticas largas. Hay per¨ªodos huecos, con ca¨ªdas, provocados por las guerras o las crisis econ¨®micas, pero ni siquiera la p¨ªldora o el aumento del trabajo de las mujeres ¡ªsigno inequ¨ªvoco de prosperidad social y cultural¡ª han impedido que mantuvi¨¦ramos la poblaci¨®n dentro de cifras estables. Vienen. Siguen viniendo. Por eso hablar hoy de una identidad, de solo una, en una megaciudad como la nuestra es imposible.
¡°?Que no se entera, se?ora?¡± ¡°?Que se trata de Espa?a, de los fascistas espa?oles, de una sentencia injusta?¡± ¡°Que lo volveremos a hacer¡±... Les estoy escuchando, zumban sus voces en mis o¨ªdos,mientras sigo tecleando y revisando las p¨¢ginas estad¨ªsticas del Inem, del Idescat, de la Uni¨®n Europea. La comparaci¨®n es tozuda. No hay motivo para una revoluci¨®n independentista, anarquista o antisistema; ni siquiera hay anarquistas, por eso vienen de pa¨ªses como Italia, que se ha especializado en la guerrilla urbana. Curiosa Europa la del bienestar.
No pienso banalizar lo que ha pasado. Cuando vi que hombres y mujeres airados sacaban con picos y palas los adoquines de la Via Laietana, esa avenida que inici¨® la modernidad urban¨ªstica en mi ciudad, me dieron ganas de abofetear a aquellos j¨®venes llenos de adrenalina. Incluso pas¨¦ frente a un contenedor quemado y ni siquiera pude insultar a la parejita que se sacaba un selfie. Volv¨ª a casa, caminando, respirando a fondo, porque m¨¢s que en patrias creo en esta ciudad que se levanta cada d¨ªa dispuesta a seguir adelante. Y me he dado cuenta que somos muchos los barceloneses que queremos pedirle al Govern de Catalu?a que, antes de organizar nuevas marchas sobre Barcelona, mire a su alrededor, que intente vernos. No somos independentistas. Ni fascistas. Queremos que se respete la Constituci¨®n y somos igual de pac¨ªficos que las familias que vinieron desde otros lugares ¡ªest¨¢n en su derecho¡ª a decirnos que quieren la independencia. D¨¦jense de Tsunamis y expliquen sus objetivos en el Parlament catal¨¢n. Discutan con el resto de representantes, no los ninguneen con resoluciones que solo buscan desafiar al Estado espa?ol. Necesitamos que vuelva la pol¨ªtica. Convoquen elecciones. Este pa¨ªs necesita un president y un Govern que mande, y que nos vea a todos.
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