Una tarde con Teresa
Sin saber nada del fot¨®grafo Oriol Maspons, ni de la vida, se me ocurri¨® imitar la m¨ªtica portada de ¡®?ltimas tardes con Teresa¡¯


No s¨¦ bien qu¨¦ busco en los libros. Bajo una l¨¢mpara de los a?os 30 y los pies cruzados sobre el reposabrazos fue, tardes de infancia, evasi¨®n y vidas imposibles por delegaci¨®n. A la misma luz y butaca, tiempo retapizado, interpretaci¨®n: intu¨ªa que la vida no ense?a, que en la calle estaba el mundo, pero que desde ah¨ª no lo entender¨ªa. Buena excusa para una misantrop¨ªa que se reforzaba las noches de los s¨¢bados.
Siempre hay una fecha. Ahora, el 19 de agosto de 1982. Es la de mi ?ltimas tardes con Teresa, el libro que m¨¢s me ha marcado. Seg¨²n la anotaci¨®n n¨¢ufraga entre el ocre de las p¨¢ginas quemadas por la acidez del tiempo, fue regalo de mi hermana, manifestaci¨®n de sus futuras dotes de psic¨®loga. Ya saben de qu¨¦ va: correr¨ªas y equ¨ªvocos amores de un rufi¨¢n del Carmel (el Pijoaparte) con Teresita Serrat, universitaria de buena familia de Sant Gervasi que juega a la subversi¨®n pol¨ªtica con sus tambi¨¦n riquitos (y tontillos) compa?eros. Ella ha confundido al ladr¨®n de motos con un militante obrero y cree que ¡°la arrancar¨¢ de su clase y la salvar¨¢ de s¨ª misma¡±, como resumi¨® Mario Vargas Llosa; el chico, que le ha tocado la loter¨ªa social que le abrir¨¢ las puertas del tecnicolor mundo burgu¨¦s.
Me gusta pensar hoy que para Mars¨¦ la novela fue tan importante como para m¨ª: es quien mejor ha descrito mi infancia y su paisaje. No es su preferida, pero es la que le afianz¨® su hasta entonces vacilante vocaci¨®n. Mi ejemplar es la sexta reimpresi¨®n de la s¨¦ptima edici¨®n, revisada por el autor en febrero de 1975, pero mantiene la portada de la primera, de 1966, de Oriol Maspons, con el plano cenital de una chica al volante de un descapotable. El fot¨®grafo ya hab¨ªa ilustrado el primer libro publicado de Mars¨¦, Encerrados con un solo juguete, de 1960: utiliz¨® a una modelo francesa, Bab¨¤, leyendo indolente revistas en la cama; era la habitaci¨®n de las hijas del editor Carlos Barral en su casa de Calafell.
El Innocenti mut¨®, como la carroza de Cenicienta, en calabaza Ford Fiesta rojo, por supuesto no descapotable, lo que obligaba a un escorzo tan sufrido de mi amada por la ventanilla que tem¨ª que se partiera el espinazo
Maspons ilustraba la colecci¨®n Biblioteca Breve ya desde el p¨®ster fundacional de junio de 1958. M¨ªnimo ilumin¨® 42 portadas. En otra ocasi¨®n, al menos, exhibi¨® tambi¨¦n un coche y una mujer, esta vez conduciendo, de noche y frontal: Lo m¨¢s tarde en noviembre, de Hans Erich Nossack. La destinada al libro de Mars¨¦ es historia conocida de la fotograf¨ªa catalana y del esp¨ªritu de la Gauche Divine. Es tan ic¨®nica que se ha atribuido a Leopoldo Pom¨¦s y a Colita, a ¨¦sta a partir del pol¨¦mico filme sobre Jaime Gil de Biedma, El c¨®nsul de Sodoma, en una sesi¨®n en la que supuestamente estaba Mars¨¦, su mujer y el poeta, lo que el escritor desminti¨® a su bi¨®grafo Josep Maria Cuenca en Mientras llega la felicidad.
Nada m¨¢s lejos. Maspons tom¨® la foto desde un balc¨®n de La Pedrera, donde viv¨ªan los padres de la modelo Susan Holmquist, que ya para siempre fue, en el imaginario colectivo, Teresita Serrat. Inevitable una modelo extranjera porque, desde que en 1954 fotografiara en Ibiza a Monique Koller, Maspons utiliz¨® mayormente modelos de allende los Pirineos, rubias y aire n¨®rdico: para ¨¦l, encarnaban a la mujer moderna y sensual. Con los a?os, las mut¨® en maniqu¨ªs, mu?ecas casi inexpresivas en poses de contorsionista.
A Holmquist (el Conillet de vellut de la canci¨®n de Juan Manuel Serrat, tras su relaci¨®n sentimental) tambi¨¦n la hizo doblarse y mirar hacia arriba, en un encuadre an¨®malo en la ¨¦poca. El coche era de ella: un Innocenti descapotable que la ya Miss Dinamarca se hab¨ªa comprado hac¨ªa poco en Mil¨¢n. Como el original de la fotograf¨ªa est¨¢ entre las 503 im¨¢genes que conforman, en el MNAC, la primera gran exposici¨®n sobre Maspons, me fij¨¦ en algunos detalles. Tontos, claro. Por ejemplo, la matr¨ªcula: MI 854142. O que el veh¨ªculo estaba algo sucio de polvo, como delatan esos dibujitos que la gente suele hacer en ellos con el dedito (mejor eso que la envidiosa rayita del chasis). Y que junto a la antena telesc¨®pica de radio, can¨®nicamente torcida al final, hab¨ªa un adhesivo muy de la ¨¦poca, un tr¨¦bol de cuatro hojas verde¡
?Qu¨¦ busco a¨²n hoy en mi mitad de un libro? Apenas un poco de orden en la tragedia
La patol¨®gica obsesi¨®n tiene atenuante, que requiere unas coordenadas personales de 1982 y que se explican si de la historia de Mars¨¦ se borran trazos de arribismo y mala fe y se cambian los escenarios de la Costa Brava por Castelldefels y el rancio abolengo de la dinast¨ªa Serrat por un empresariado de posibles hecho a s¨ª mismo. Y el pelo rubio por el casta?o, pero no los ojos azules. Y ah¨ª lo dejamos.
La cosa es que, sin yo saber a mis 19 a?os absolutamente nada de nada de la imagen ni del fot¨®grafo (ni de Mars¨¦, ni de la vida, en definitiva), se me ocurri¨® una tarde de verano hacer lo propio con mi Teresa. Entra?able¡ pero dram¨¢tico: el estilizado Innocenti mut¨®, como la carroza de Cenicienta, en calabaza Ford Fiesta rojo, por supuesto no descapotable, lo que obligaba a un escorzo tan sufrido de mi amada por la ventanilla que tem¨ª que se partiera el espinazo. Tampoco s¨¦ cu¨¢ntas veces dispar¨¦ porque cuando no encontraba el encuadre resulta que entraba un rayo de sol o vislumbraba mueca u ojo entrecerrado en su rostro. La clandestinidad de la cosa (los vecinos de la chafardera, angosta y humilde callejuela del barrio; mi t¨ªa viuda rondando en funciones de carabina veraniega y mi impericia con la c¨¢mara sustra¨ªda a mis padres) provoc¨® que en casi todas las pocas im¨¢genes que se salvaron en el revelado se colara la barandilla del balc¨®n.
Perd¨ª las copias, quiz¨¢ todas rotas cuando la relaci¨®n concluy¨®, m¨¢s por imberbes despechos tontos que por incompatibilidad personal o social, aunque la presi¨®n en su familia fue grande (s¨®lo le ca¨ªa bien a su abuela). Pero, sin reconocerlo, mantengo la esperanza de que alguna, un d¨ªa, aletee al coger un libro demasiado tiempo olvidado. En el fondo, en aquella historia, como en la de Mars¨¦, no hubo ¡°ni rencor ni condena, ni tampoco autoenga?o, sino metamorfosis l¨ªrica¡±, como ley¨® Pere Gimferrer. ¡°El autor solo escribe la mitad de un libro; de la otra mitad debe ocuparse el lector¡±, sosten¨ªa Joseph Conrad. ?Qu¨¦ busco a¨²n hoy en mi mitad de un libro? Apenas un poco de orden en la tragedia.
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