¡®Infanticida¡¯, un escalofriante relato cantado y sufrido
Marc Angelet dirige una obra electrizante sobre una obra de Caterina Albert
n mazazo en toda regla. El mismo que quiso dar Caterina Albert (a partir de esta obra, V¨ªctor Catal¨¤) a finales del siglo XIX explicando la historia de Nela, una campesina, la chica del molino del pueblo, que se enamora de un hombre de buena casa pero for¨¢nea y queda embarazada. El miedo a su familia: solo un padre (con esa hoz siempre amenazante¡) y un hermano, representantes de una entera sociedad cruel e inexorablemente machista, y el alejamiento del amado la llevar¨¢n a esconder su estado y, una vez nacida la ni?a (le bastar¨¢ un minuto, unos segundos para amarla con locura), cometer el peor de los pecados. Por miedo, por amor, por ignorancia, por (in)cultura.
El mon¨®logo Infanticida (en la sala Atrium, hasta hoy) traslada el tiempo a una ¨¦poca imprecisa pero, desde luego, m¨¢s actual: a veces, ciertas conductas no son un anacronismo en el siglo XXI.
En el escenario, Neus P¨¤mies, en una sala de un manicomio, o de una comisar¨ªa (qui¨¦n sabe) escupe esa terrible historia, esa carga tremenda, esa culpa con la que carga porque s¨ª, por haber ido contra su educaci¨®n, contra su destino. Y lo hace cantando los versos originales adaptados por Marc Rosich a la m¨²sica de Clara Peya. Recita con la voz, pero tambi¨¦n con la mirada, y con esas manos que retuerce con sensualidad y amargura, y con esos gritos, con esas insinuaciones, con ese asombro.
Junto a ella, en un ¨¢ngulo de las tablas, Gerard Marsal controla la m¨²sica desde un teclado y una mesa de mezclas, envolviendo todav¨ªa m¨¢s el drama en la tensi¨®n, haciendo encajar los acordes en la voz y las palabras de P¨¤mies sin dejar un solo espacio vac¨ªo y, con potentes latigazos de luz, recargando cada vez m¨¢s la atm¨®sfera agobiante, insoportable.
Poco m¨¢s sobre el escenario: una mesa con fotograf¨ªas, un par de sillas, un tel¨¦fono de pared (y de disco), una l¨¢mpara y unas baldosas en la pared sobre las que se proyectan im¨¢genes: grabaciones, movimientos, las manos (de nuevo) de Nela¡ Ella no necesita nada m¨¢s (?no es poco!) para hacer suyo al personaje, sufrirlo, recordarlo con pasi¨®n, revivirlo con la felicidad que le dio el amor, con el dolor que le dio quedarse sola despu¨¦s de que ¨¦l se lo ense?ara todo: ¡°Que jo podia ser jo, no sols la mula que a casa volien¡±¡
Con esos mimbres, Marc Angelet dirige una obra electr¨®nica y electrizante que atrapa al espectador durante 70 minutos intens¨ªsimos que van in crescendo con la tortura que vive el personaje. Quedan en el aire las mil preguntas que planteaba Catal¨¤ y que plantea esta versi¨®n. Preguntas inc¨®modas, vergonzantes y muy cr¨ªticas. Y, por encima de todas, la que lleva a plantearnos el sentimiento de culpa: ?de qui¨¦n fue la culpa?
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