La primera espa?ola atacada por la bacteria que devora la carne humana: ¡°Es como el bocado de un tibur¨®n¡±
La bi¨®loga Patricia Casas cuenta por primera vez c¨®mo la ¨²lcera de Buruli la tortur¨® durante cuatro a?os. Un nuevo estudio sugiere que los mosquitos transmiten esta enfermedad olvidada
La bi¨®loga Patricia Casas fue la primera persona espa?ola que sufri¨® una de las enfermedades m¨¢s olvidadas del planeta: la ¨²lcera de Buruli, provocada por una bacteria que devora la carne humana y puede desfigurar el rostro y las extremidades. Casas pas¨® cinco meses en las selvas de Per¨², por un proyecto de conservaci¨®n del mono toc¨®n, y a su regreso, hace una d¨¦cada, apareci¨® en su brazo izquierdo algo similar a una quemadura de cigarro. D¨ªa tras d¨ªa, aquella llaga sigui¨® creciendo imparable, hasta convertirse en una aterradora ¨²lcera de 12 cent¨ªmetros, con una inflamaci¨®n que conectaba su codo con su axila. Sus m¨¦dicos, desbordados ante un enemigo desconocido, tuvieron que ingresarla durante un mes y medio en el Hospital de Le¨®n. ¡°Estuvimos tanto tiempo sin saber qu¨¦ era que la llam¨¦ D¨¦bora¡±, recuerda. D¨¦bora devor¨® su brazo y permaneci¨® en ¨¦l durante cuatro a?os.
La ¨²lcera de Buruli es una de las 20 enfermedades tropicales desatendidas, un grupo de patolog¨ªas que son devastadoras en las regiones m¨¢s pobres del mundo, all¨ª donde terminan los caminos. Las 2.000 notificaciones anuales de la bacteria se concentran en ?frica central, pero tambi¨¦n se han detectado casos en otros pa¨ªses como Per¨², M¨¦xico y, sobre todo, Australia. El gran enigma es c¨®mo llega el microbio devorador a los humanos y d¨®nde se esconde en la naturaleza. Un equipo de cient¨ªficos australianos se?ala ahora al presunto culpable: los mosquitos.
Casas, nacida en Le¨®n hace 42 a?os, vivi¨® un infierno. La bacteria, Mycobacterium ulcerans, es dif¨ªcil de cultivar en el laboratorio a partir de la herida, por lo que identificarla y acertar con el diagn¨®stico es muy complejo. La bi¨®loga acudi¨® a un ambulatorio en Le¨®n el 10 de marzo de 2014, tres meses despu¨¦s de volver de Per¨². Los sanitarios pensaron que ten¨ªa una simple quemadura y le dieron una pomada. Como la llaga sigui¨® creciendo, sospecharon de una reacci¨®n al¨¦rgica. Ante el fracaso de los tratamientos, Casas acab¨® yendo a Urgencias del Hospital de Le¨®n, asustada. Los m¨¦dicos dieron palos de ciego durante meses, mientras el microbio consum¨ªa su brazo. Hasta que lleg¨® el diagn¨®stico: ¨²lcera de Buruli. La bi¨®loga jam¨¢s hab¨ªa o¨ªdo hablar de aquella enfermedad.
La bacteria cambi¨® su vida. Casas estuvo casi dos a?os con antibi¨®ticos. El tratamiento de choque da?¨® su h¨ªgado y le provoc¨® sordera. Cuando le bajaban las defensas, D¨¦bora reaparec¨ªa y segu¨ªa devorando su brazo. Tras cuatro a?os con otras tantas operaciones quir¨²rgicas, por fin le dieron el alta definitiva. Por el camino, Casas tuvo que abandonar su pasi¨®n, la biolog¨ªa, y dedicarse a la hosteler¨ªa. Ahora regenta un albergue con taberna musical en Pedr¨²n de Tor¨ªo, una localidad leonesa de 80 habitantes. Una enorme cicatriz le recuerda su suplicio. ¡°Me qued¨® un mordisco como si me hubiera dado un bocado un tibur¨®n¡±, explica.
El mecanismo de transmisi¨®n de la ¨²lcera de Buruli es un misterio desde que se describi¨® la enfermedad, en 1948. Casas est¨¢ convencida de que, en su caso, todo empez¨® con una picadura de mosquito en su brazo izquierdo, un d¨ªa que estaba en una caba?a en la Amazon¨ªa peruana. Un nuevo estudio, publicado en la revista especializada Nature Microbiology, apoya su intuici¨®n.
La regi¨®n de la ciudad australiana de Melbourne sufre una oleada de infecciones desde 2017, con m¨¢s de 200 casos cada a?o. El equipo del microbi¨®logo Tim Stinear ha desplegado los medios de un pa¨ªs rico para resolver el enigma de la ¨²lcera de Buruli, un rompecabezas que sigue vivo porque en las regiones empobrecidas de ?frica nunca se ha hecho nada parecido. Los investigadores han analizado m¨¢s de 65.000 mosquitos en la pen¨ªnsula de Mornington, una zona tur¨ªstica de playas y vi?edos a una hora en coche de Melbourne. All¨ª hay m¨¢s de un caso por cada 2.000 habitantes.
Los an¨¢lisis de Stinear revelan que en las mismas zonas se solapan las personas que sufren la ¨²lcera y los mosquitos que presentan la bacteria. Tambi¨¦n hay un tercer actor: el falangero de cola anillada, un mam¨ªfero marsupial de apenas un kilo que come sus propias heces para aprovechar al m¨¢ximo los nutrientes de las hojas de eucalipto. En esos excrementos tambi¨¦n se encuentra el microbio que provoca la ¨²lcera de Buruli. El mosquito, aparentemente, transporta la bacteria desde el marsupial a los humanos. La Universidad de Melbourne, en la que trabaja Stinear, ha proclamado en un comunicado: ¡°Resuelto un misterio de 80 a?os: los mosquitos diseminan la ¨²lcera de Buruli, devoradora de carne¡±.
El microbi¨®logo australiano, sin embargo, es cauto. Recuerda que el mayor estudio realizado en ?frica, en una zona de Ben¨ªn golpeada por la enfermedad, apenas examin¨® 4.300 mosquitos sin encontrar ninguno asociado a la bacteria. ¡°Dado que la frecuencia de mosquitos positivos en Australia fue del 1%, la ausencia de evidencia en el estudio de Ben¨ªn no significa evidencia de ausencia¡±, expone Stinear a EL PA?S. El microbi¨®logo recuerda que otros investigadores, en Costa de Marfil, han se?alado a unos insectos de agua como posible vector de transmisi¨®n y a las ratas de ca?averal como reservorio animal. Para Stinear, urge investigar a fondo en las regiones africanas m¨¢s afectadas.
El mosquito en el punto de mira es el Aedes notoscriptus, una especie australiana que se detect¨® en 2014 en la ciudad estadounidense de Los ?ngeles y desde entonces ha invadido California. El microbi¨®logo Tim Stinear cree que es ¡°te¨®ricamente posible¡± que aparezcan casos de ¨²lcera de Buruli en Estados Unidos, siempre que haya un reservorio animal adecuado y tambi¨¦n se introduzca la bacteria. La regi¨®n de Melbourne presume de clima mediterr¨¢neo, como California, as¨ª que Stinear tampoco ve ¡°ninguna raz¨®n para descartar¡± que los insectos puedan transmitir en el futuro la ¨²lcera de Buruli en otros pa¨ªses templados, como Espa?a.
Los mosquitos suelen diseminar par¨¢sitos, como la malaria, y virus, como el dengue y la fiebre amarilla, pero no bacterias. El equipo del bi¨®logo Jordi Figuerola, de la Estaci¨®n Biol¨®gica de Do?ana (CSIC), ha creado el Observatorio de Mosquitos del Guadalquivir, para hacer un seguimiento de los posibles vectores de enfermedades. Por el momento, a Figuerola no le inquietan el mosquito Aedes notoscriptus y la ¨²lcera de Buruli, sino el Aedes aegypti, otro mosquito ex¨®tico que invadi¨® Espa?a durante tres siglos y provoc¨® graves epidemias de dengue y fiebre amarilla hasta que fue erradicado a mediados del siglo XX.
El Aedes aegypti ya se ha detectado de forma puntual en Canarias en varias ocasiones en los ¨²ltimos a?os, aunque el Ministerio de Sanidad considera controlada la situaci¨®n. Figuerola advierte de que el inexorable incremento del tr¨¢fico de mercanc¨ªas ¡ªsobre todo de plantas y neum¨¢ticos usados¡ª y del n¨²mero de viajeros facilitar¨¢ inevitablemente el desplazamiento de los insectos y las enfermedades. ¡°Adem¨¢s, con la subida de las temperaturas por el cambio clim¨¢tico, se expandir¨¢ la distribuci¨®n de los mosquitos y aumentar¨¢ el n¨²mero de meses que estar¨¢n activos¡±, alerta.
Patricia Casas se pregunta qu¨¦ habr¨ªa sido de ella si no hubiera tenido a su disposici¨®n una potente sanidad p¨²blica gratuita y un m¨¦dico, Jos¨¦ Manuel Guerra Laso, totalmente volcado en su curaci¨®n. ¡°Posiblemente, me habr¨ªan tenido que amputar el brazo¡±, lamenta. Casas insta a las autoridades a que destinen m¨¢s recursos para evitar el sufrimiento provocado por las enfermedades desatendidas en los pa¨ªses m¨¢s pobres. ¡°Est¨¢ en sus manos y deber¨ªa estar tambi¨¦n en su conciencia y en su coraz¨®n¡±, afirma.
El caso de la bi¨®loga es ¨²nico en Espa?a. El bioqu¨ªmico Israel Cruz, jefe de Salud Internacional en el Instituto de Salud Carlos III, solo tiene constancia de otra paciente previa: una mujer de 27 a?os de Guinea Ecuatorial que, tras cuatro a?os con ¨²lcera de Buruli en su pierna izquierda, viaj¨® a Barcelona en 2003 para intentar curarse. Los m¨¦dicos, del Hospital del Mar, tuvieron que amputar su extremidad, ante una ¨²lcera muy agresiva, agravada por el VIH.
Si se diagnostica pronto, el tratamiento habitual de la ¨²lcera de Buruli solo requiere ocho semanas de dos antibi¨®ticos: rifampicina y claritromicina. Aun as¨ª, los costes de la enfermedad son catastr¨®ficos para muchas familias. Israel Cruz participa en un consorcio internacional, coordinado por la Universidad de Zaragoza, que intenta reducir el tiempo de tratamiento a solo cuatro semanas, a?adiendo amoxicilina y ¨¢cido clavul¨¢nico. Durante el ensayo cl¨ªnico, en zonas remotas de Ben¨ªn y Costa de Marfil, Cruz ha visto pacientes con las extremidades completamente devoradas por la ¨²lcera de Buruli.
El bioqu¨ªmico aplaude el nuevo estudio australiano. ¡°Han utilizado toda su artiller¨ªa para desentra?ar c¨®mo ocurre la transmisi¨®n en Australia. En ?frica, sin embargo, no ha habido recursos econ¨®micos para apoyar investigaciones de este calibre. Lo ideal ser¨ªa que se pusieran las mismas ganas y los mismos medios en el contexto africano¡±, lamenta.
Patricia Casas se lo tom¨® con humor pero temi¨® por su vida. Lleg¨® un momento en el que su ¨²lcera ¡°parec¨ªa una tortilla francesa¡± colocada en su brazo. ¡°Mi madre me dec¨ªa: ¡®?C¨®mo est¨¢ la tortillina?¡±, recuerda. La bi¨®loga se re¨ªa, pero viv¨ªa un calvario. ¡°Los estudios m¨¦dicos la describen habitualmente como una ¨²lcera indolora, pero de indolora nada. A m¨ª me doli¨® much¨ªsimo¡±, explica. Con las defensas bajas, Casas abandon¨® la biolog¨ªa, en parte por miedo a enfermar en contacto con la fauna. ¡°Cuando empec¨¦ de camarera, me imaginaba que los clientes ten¨ªan cabeza de p¨¢jaro, de tortuga o de mono, para hacerme m¨¢s f¨¢cil el trabajo¡±, rememora. Su intenci¨®n ahora, una d¨¦cada despu¨¦s de que una bacteria devoradora de carne irrumpiera en su vida, es retomar la biolog¨ªa: ¡°Necesito ya pelo y pluma¡±.
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