En lo bueno y en lo malo
'En lo bueno y en lo malo' de Carole Matthews, es una Inteligente y desternillante novela sobre el amor, la vida y las razones que nos llevan a pronunciar las promesas del matrimonio?aun en los tiempos que corren.
1
—Sigo pensando en ti. —Se produjo una pausa en la que Josie imagin¨® que tendr¨ªa que decir algo—. Mucho —a?adi¨® Damien, ante la falta de respuesta por parte de ella.
Josie cerr¨® los ojos, se admir¨® de las manchas rojas del interior de sus p¨¢rpados y suspir¨® a trav¨¦s de la l¨ªnea telef¨®nica.
—Yo tambi¨¦n pienso mucho en ti, Damien; s¨®lo que m¨¢s bien me dedico a imaginar formas de hacerte sufrir. —Las m¨¢s destacables por el momento consist¨ªan en partirle el cr¨¢neo con un hacha, ganar el primer premio en el sorteo de la Loto y conseguir que Ewan McGregor se enamorase de ella desesperadamente—. Curioso, ?verdad? Justo lo que sol¨ªas hacer t¨².
Josie retorci¨® entre los dedos un mech¨®n de su deslucido cabello marr¨®n y, no por primera vez, contempl¨® la posibilidad de te?¨ªrselo de uno de esos vibrantes colores a la ¨²ltima moda que tantos elogios recib¨ªan en los programas televisivos basados en el cambio de imagen. ?Estar¨ªa atractiva con un Casta?o Ardiente? Tal vez s¨ª, aunque podr¨ªa resultar mejor con un corte de pelo radical, y no con una pulcra melena m¨¢s conservadora que William Hague. ?Existir¨ªa un Moreno Explosivo? ?Cambiar¨ªa su vida si optara por un ?bano Intr¨¦pido? En cualquier caso, el cabello que ten¨ªa por el momento necesitaba un buen lavado. Otra faena m¨¢s que a?adir a la creciente lista de tareas que ten¨ªa que realizar aquella noche, y ninguna de ellas implicaba malgastar el tiempo hablando con Damien. Josie se apart¨® del empeine el peso muerto de su gato y agit¨® los dedos del pie antes de que se le entumecieran por completo. El gato anteriormente conocido como Prince le dirigi¨® una mirada que podr¨ªa haber convertido en piedra al m¨¢s pintado. Josie lanz¨® un beso al minino a medida que ¨¦ste se dirig¨ªa pavone¨¢ndose hacia la cocina, con su ofendida cola ondeando al aire.
—Nunca fue mi intenci¨®n herirte —prosigui¨® Damien, empe?ado, al parecer, en dar su versi¨®n del asunto.
—Salir de repente con un ?me he enamorado de otra persona; adi¨®s? suele hacer da?o, por lo general.
—Deber¨ªamos haber hablado en profundidad de nuestros problemas.
—Mira, Damien, la primera noticia que tuve fue cuando bajaste las escaleras con una maleta. Pens¨¦ que te ibas a un congreso de inform¨¢tica en Margate o algo por el estilo. No me esperaba que dieras por terminado nuestro matrimonio un lunes, a las nueve de la ma?ana. —Sobre todo despu¨¦s de haber hecho el amor la noche antes y alcanzar un orgasmo simult¨¢neo, ambas circunstancias muy poco usuales para un domingo—. No quisiste hablar sobre nada, ni siquiera sobre la custodia del gato. Saliste por la puerta como si tal cosa, como quien va a comprar el pan.
—No s¨¦ qu¨¦ me pas¨® —admiti¨® el marido de Josie—. Era tan feliz y, de repente, dej¨¦ de serlo.
—?Bollicao? es lo que te pas¨® —replic¨® Josie—. Bollicao con sus sujetadores de copa extra grande y sus tangas de lycra con estampado de leopardo. —S¨ª, he estado en su casa y he mirado por encima de la tapia del jard¨ªn. S¨¦ que tiene un par de postes oxidados a los que les faltan dos tiras de alambre, y que las pinzas de tender no casan entre s¨ª, lo que demuestra un grado de desidia en el departamento de lavander¨ªa que Damien nunca me habr¨ªa tolerado a m¨ª.
—No fue s¨®lo Melanie.
—Melanie —se mof¨® Josie, haciendo un gesto con la cara capaz de agriar leche a trav¨¦s de la l¨ªnea telef¨®nica.
—Si bien admito que ella fue el detonante.
?Detonante? ?Destroza-hogares, dir¨ªa yo!
—Creo que he cometido un terrible error
—confes¨® Damien—. Un error espantoso.
—?Y c¨®mo se supone que tengo que sentirme yo? Acabo de recuperar mi vida. Ya no necesito una tonelada de Kleenex para ver EastEnders en la televisi¨®n; ya no estoy demacrada, ni atacada por el eczema, ni da la impresi¨®n de que padezco de una enfermedad mortal. Los desconocidos ya no se apartan de m¨ª en la calle; los amigos han dejado de decirme que deber¨ªa verme un m¨¦dico. Soy feliz.
—?Eres feliz?
—S¨ª. —La respuesta son¨® demasiado desafiante como para ser sincera.
—Pues, yo no.
Se produjo otra inc¨®moda pausa.
—?C¨®mo est¨¢ el gato anteriormente conocido como Prince? —pregunt¨® Damien con una voz m¨¢s animada.
—Exultante. Comiendo su Kit-e-Kat como si tal cosa. Lleva muy bien lo de ser un felino monoparental.
—Estupendo. —El tono de Damien no daba a entender que le pareciera estupendo.
—?Qu¨¦ tal te va como padre sustituto?
Damien solt¨® aire con lentitud.
—Es m¨¢s duro de lo que pensaba.
Josie sonri¨® burlonamente para s¨ª.
—Los ni?os se dejan las piezas de Lego en los lugares m¨¢s insospechados; acabo de gastarme una cantidad desorbitada de dinero para que me extraigan restos de galletas Faley's Rusks de mi ordenador port¨¢til, y dejan migas de pan tostado en nuestra cama. La mayor¨ªa de las noches tengo la impresi¨®n de dormir en el caj¨®n de arena de Prince.
Apuesto a que eso reduce las salvajes sesiones de sexo de las que tanto alardeaba en los primeros d¨ªas.
—?Sabe Bollicao que me llamas por tel¨¦fono?
Josie escuch¨® c¨®mo Damien se mord¨ªa las u?as, algo que siempre hac¨ªa cuando contemplaba la posibilidad de mentir.
—No.
—?Y d¨®nde est¨¢ a estas horas?
—En Tesco, haciendo la compra.
?Vaya, vaya, vaya! ?Y yo que cre¨ªa que mi vida era aburrida!
—?Le has dicho que han llegado los papeles del divorcio?
M¨¢s mordisqueo de u?as.
—No.
—?No los has devuelto firmados todav¨ªa?
—No.
El gato anteriormente conocido como Prince lanz¨® a su ama una mirada que parec¨ªa decir: ?Si yo supiera usar un abrelatas, me largar¨ªa de aqu¨ª en un santiam¨¦n?.
—?Es el divorcio lo que queremos? —Damien emple¨® su tono m¨¢s zalamero, ¨¦se que reservaba para hacer que Josie se levantara de la cama los fines de semana a hacerle s¨¢ndwiches de beicon—. ?Lo que queremos de veras, definitivamente?
—Mientras t¨² y yo estamos hablando, mis papeles languidecen en las dependencias de un bufete de abogados para empobrecidos terminales. F¨ªrmalos de una vez, Damien.
—No deber¨ªamos precipitarnos.
—Ya te encargaste t¨² de precipitarte.
—No me merezco esto, Josie. No puedes arrojar por la borda cinco a?os de matrimonio.
T¨² pudiste. Yo, tambi¨¦n.
—?Puedo acercarme a verte?
—No voy a estar.
—?Ad¨®nde vas?
—No es asunto tuyo.
—Sigo siendo tu marido.
—S¨®lo debido a un tecnicismo sin importancia. —Josie se incorpor¨® y lanz¨® una serie de sonidos tranquilizadores al gato, que a la saz¨®n gimoteaba, formaba charcos de baba sobre el suelo y parec¨ªa estar a punto de echar espuma por la boca—. Mira, tengo que irme.
—?Por qu¨¦?
—Damien, ahora tengo mi propia vida.
—?Hay otra persona?
Josie examin¨® el esmalte de u?as rojo brillante de sus dedos de los pies con la jactancia de quien finge desinter¨¦s. Ten¨ªa que volver a aplic¨¢rselo antes del d¨ªa siguiente. El rojo brillante y la gasa color lila que pronto lucir¨ªa no conformaban precisamente la idea de moda de vanguardia de Looking Good. El gato anteriormente conocido como Prince se hab¨ªa arrojado al suelo, desesperado.
—S¨ª.
—?Es algo serio?
—Pasamos mucho tiempo juntos.
—Ah. ?Es guapo?
—S¨ª.
—Ah.
—Tengo que irme, voy a cenar con ¨¦l esta noche.
—Ah. —Se produjo una breve e infeliz pausa—. ?Le amas?
—Damien, no quiero seguir con esta conversaci¨®n. —Hac¨ªa que el pl¨²mbeo coraz¨®n de Josie le pesase a¨²n m¨¢s.
—?Es rico?
—Damien, creo que ser¨¢ mejor que dejes de llamarme.
—No quiero que desaparezcas de mi vida.
Las comisuras de la boca de Josie se curvaron hacia abajo. Se mordi¨® el labio, intentando alejar las emociones que amenazaban con regresar en cuanto ella bajara la guardia.
—Ya he desaparecido.
Josie colg¨® el auricular y abraz¨® un almohad¨®n. Los almohadones eran un lujo al que ten¨ªa acceso ahora que pod¨ªa elegir a su gusto las tapicer¨ªas y complementos de la casa. Damien hab¨ªa desterrado los cojines junto con las cestas colgantes, las canastas de mimbre para la ropa sucia y las chaquetas de punto. Eran objetos propios de personas de mediana edad, y hab¨ªa que evitarlos a toda costa. En consecuencia, Josie hab¨ªa soportado durante mucho tiempo un sof¨¢ nada acogedor, sobre el que en la actualidad se apilaban grandes cantidades de almohadones.
El tel¨¦fono son¨® otra vez, agudo y persistente. El gato anteriormente conocido como Prince giraba sobre s¨ª mismo en la moqueta del sal¨®n, interpretando su papel de animal al borde de la inanici¨®n con tal intensidad que bien podr¨ªa haber merecido un oscar. Si Kenneth Branagh hubiera presenciado la escena, habr¨ªa temido por la vida del felino. El tel¨¦fono segu¨ªa sonando y Josie empez¨® a mordisquear una esquina del almohad¨®n mientras frunc¨ªa el ce?o en se?al de incertidumbre. Ya hab¨ªa tenido bastante de Damien. ?ltimamente, relacionarse con ¨¦l era como comerse un elefante: s¨®lo resultaba digerible en peque?as dosis. El gato anteriormente conocido como Prince le lanz¨® una mirada que dec¨ªa: ??Contesta de una vez, por lo que m¨¢s quieras!?. Josie agarr¨® con fuerza el auricular.
—Da?
—?Por qu¨¦ has tardado tanto en contestar el tel¨¦fono?
Josie afloj¨® los dedos, que agarraban el desdichado almohad¨®n de forma letal, y se tumb¨® cuan larga era sobre el sof¨¢. Se trataba de una conversaci¨®n que s¨®lo pod¨ªa mantenerse en postura horizontal y, preferiblemente, con una copa de ginebra en la mano.
—Hola, mam¨¢.
—?No habr¨¢s estado hablando con ese sapo marrullero de mala vida?
—?Te refieres al director de mi banco?
—No, me refiero a esa piltrafa, a ese miserable ex marido tuyo.
—Mam¨¢?
—Parece que ten¨ªais muchas cosas que contaros.
—Hemos estado casados cinco a?os.
—Ya sabes a lo que me refiero. —La madre de Josie se aclar¨® la garganta—. Te conozco. Tres palabritas de ese hombre y sales corriendo en su busca con la falda subida hasta la cintura y las bragas por los tobillos. Si es que las llevas puestas.
—?Mam¨¢!
—Nunca fue lo bastante bueno para ti.
—?Mam¨¢! Para ti, nadie lo era. Odiabas a todos los chicos con los que sal¨ªa.
Al otro lado de la l¨ªnea se produjo un ofendido silencio.
—Clive me gustaba.
—?Clive?
—Clive era muy agradable; de un modo sencillo, sin pretensiones.
—?Pero si nunca he salido con ning¨²n Clive!
—S¨ª, lo hiciste —le record¨® su madre con cierto reproche—. Era encantador. Siempre llevaba bufanda.
—Nunca, jam¨¢s, he salido con nadie que se llamase Clive.
—Conduc¨ªa un Austin Allegro. De color naranja. Era de su padre.
—Debes de estar pensando en otra persona.
—Tal vez deber¨ªas haberte casado con Clive. No parec¨ªa de la clase de hombres que te abandonan por el aroma al el¨¢stico de bragas.
No hab¨ªa ning¨²n Clive, ni bufanda, ni Austin Allegro.
—Pero bueno, tu padre era igual. Sexo, sexo, sexo. Ma?ana, tarde y noche. Era lo ¨²nico en lo que pensaba.
El padre de Josie no se hab¨ªa aventurado m¨¢s all¨¢ de su cobertizo del jard¨ªn durante treinta a?os y siempre parec¨ªa m¨¢s preocupado por sus pelargonios que por los placeres de la carne. Sin embargo, a su tranquila manera hab¨ªa logrado frenar algunos de los peores excesos de su mujer, que se hab¨ªan desmandado desde que ¨¦l falleci¨®.
—Culpo a todas esas mujeres que quemaban sus sujetadores. Tu padre nunca fue el mismo despu¨¦s de aquello.
Josie cont¨® hasta cuatro; contar hasta diez era pedir demasiado.
—Estaba haciendo la cena.
—?Qu¨¦?
—Cuando llamaste. Estaba haciendo la cena. El timbre del microondas acaba de sonar. M¨¢s vale que me vaya o la comida se me quemar¨¢, o se derretir¨¢, o se desintegrar¨¢.
—No vas a tomar pollo al microondas otra vez, ?verdad?
—No, he decidido tirar la casa por la ventana y voy a tomar pasta italiana al microondas.
—Me preocupas mucho, cari?o.
—Ya lo s¨¦.
?Aunque tambi¨¦n te preocupas por todo el hemisferio occidental y por nueve d¨¦cimas partes de sus habitantes?, pens¨® Josie.
—?Est¨¢s preparada para ma?ana?
Josie mir¨® con nerviosismo la maleta emplazada en un rinc¨®n. De ninguna manera pod¨ªa permitir que su madre se enterara de que la duda le asaltaba. Era la primera vez que viajaba sola en su reciente estado de casi divorciada, y en el est¨®mago se le mezclaban el miedo y la emoci¨®n. Tendr¨ªa que encargarse ella sola de los billetes, el pasaporte y el dinero; ya no ser¨ªan asunto de Damien. Tambi¨¦n se preguntaba c¨®mo se las apa?ar¨ªa con el equipaje sin ninguna ayuda, si bien acab¨® por resolver que ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil controlar un carrito de aeropuerto con criterio propio que a un hombre equipado con el mencionado criterio.
—Creo que s¨ª.
—No se te olvidar¨¢ nada, ?verdad?
—Har¨¦ todo lo posible al respecto.
—No hace falta que utilices ese tono jocoso. Ya sabes que ten¨ªa que atarte los guantes a la mochila del colegio con cinta el¨¢stica porque siempre te los ibas dejando por ah¨ª. Si tuviera una libra por cada par de manoplas que perd¨ªas, ahora vivir¨ªa puerta con puerta con Barbra Streisand.
—S¨ª, mam¨¢.
Por la expresi¨®n del gato anteriormente conocido como Prince se dir¨ªa que estaba arrepentido de haber exigido a Josie que contestara el tel¨¦fono. ?sta le lanz¨® una mirada de ?ya te lo dije?.
—Tengo que irme. El gato quiere cenar.
—Mimas demasiado a ese animal.
—No tengo a nadie m¨¢s a quien ofrecer mi cari?o.
—Me tienes a m¨ª.
—Aparte de ti.
—Conf¨ªo en que encuentres a alguien muy pronto. Yo ser¨ªa una abuela estupenda.
—?Mam¨¢! Eso es lo ¨²ltimo que me pasa por la cabeza en estos momentos. No estoy preparada para una relaci¨®n estable, ni mucho menos.
—Bueno, un poco de sexo fortuito no estar¨ªa mal, para empezar?
—?Mam¨¢!
—Lo s¨¦ todo sobre los condones. La se?ora Kirby, la farmac¨¦utica, me habl¨® de ellos mientras me preparaba una pomada para las hemorroides. Nunca salgas con un hombre que los compre de tama?o peque?o.
—Tengo que dejarte; mi cena est¨¢ al borde de una combusti¨®n espont¨¢nea.
—Ojal¨¢ pudiera irme contigo.
—Demasiado tarde, mam¨¢.
—Deber¨ªa estar all¨ª. No s¨¦ por qu¨¦ Martha ten¨ªa que organizar su boda con tantas prisas.
—Bueno, as¨ª es ella. Tal vez pens¨® que si no sal¨ªa corriendo hacia el altar, su novio podr¨ªa cambiar de opini¨®n.
—Ha estado soltera mucho tiempo —concedi¨® su madre.
—No creo que eso le deba preocupar a Martha.
—Ya que ha esperado todo este tiempo, puede que consiga el hombre adecuado a la primera.
?Touch¨¦, madre!
—Te lo contar¨¦ todo cuando vuelva.
—No accedas a llevarle nada a nadie, sobre todo cualquier cosa que recuerde a los polvos de talco. Podr¨ªa ser hero¨ªna pura y acabar¨ªas bailando la danza del vientre en una c¨¢rcel turca. En Woman's Realm salen art¨ªculos sobre el asunto continuamente. Las jovencitas no os dais cuenta de lo vulnerables que sois.
—No soy una jovencita. He cumplido los treinta y dos. Soy un pilar de la comunidad y he sido sensata y equilibrada desde que ten¨ªa doce a?os. ?Qu¨¦ dec¨ªan siempre mis informes escolares?
—Que eras muy sensata y equilibrada —admiti¨® su madre.
—Alegato concluido.
—Y no hables con hombres desconocidos en el avi¨®n. Si te sientas al lado de uno con aspecto raro, pide que te cambien de asiento. Tienen la obligaci¨®n. Est¨¢ en las normas.
—Tengo que irme. —Comience el proceso del t¨¦rmino de la conversaci¨®n. In¨ªciese la cuenta atr¨¢s. Cinco. Josie acerc¨® el auricular hacia el receptor, lentamente.
—Da recuerdos a todos de mi parte.
—Lo har¨¦. —Cuatro. El auricular continu¨® su descenso.
—Ll¨¢mame en cuanto llegues, para quedarme tranquila.
—De acuerdo. —Tres. El proceso segu¨ªa su curso. Genial.
—Prom¨¦temelo.
—Te lo prometo. —Dos.
—Te quiero, Josephine Ellen.
—Yo tambi¨¦n te quiero, mam¨¢. —Uno. Conseguido. Auricular a base. Aterrizaje completado.
Una vez conseguido con ¨¦xito el t¨¦rmino de la conversaci¨®n, Josie ech¨® una ojeada al reloj. No estaba nada mal; de hecho, hab¨ªa estado a punto de batir un r¨¦cord mundial. Al bajarse del sof¨¢, repar¨® en el gato, reclinado d¨¦bilmente sobre la puerta de la cocina.
Pr¨®ximo fragmento: ' Espa?a en tiempos del Quijote de Antonio', de Antonio Feros y Juan Gelabert
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