Los enanos
'Los enanos' es la ¨²nica novela del dramaturgo brit¨¢nico Harold Pinter, premio Nobel de Literatura 2005
Poco antes de la medianoche fueron al apartamento. Estaba oscuro y ten¨ªa las persianas bajadas. Len gir¨® la llave y empuj¨® la puerta de la calle. Sobre el felpudo hab¨ªa una pila de cartas. Las recogi¨® y las dej¨® en la mesa del recibidor.
Bajaron las escaleras. Pete abri¨® la ventana de la sala y sac¨® un paquete de t¨¦ del bolsillo. Entr¨® en la cocina y llen¨® el hervidor.
Len se ajust¨® las gafas y lo sigui¨®. Sac¨® una flauta de un bolsillo interior. Sopl¨®, la acerc¨® a la luz y la meti¨® en su boca. Agach¨¢ndose, le dio una sacudida violenta y la limpi¨® en su pantal¨®n, se levant¨®, cogi¨® un trapo tieso del toallero y se sec¨® los dedos. Luego sec¨® la flauta, le dio vueltas entre los dedos, la introdujo en su boca, coloc¨® los dedos sobre los orificios y sopl¨®. No sali¨® sonido alguno.
—No te canses.
Len dio unos golpecitos con la flauta en su cabeza.
—?Qu¨¦ pasa? —dijo.
La lluvia ca¨ªa sobre el techo de la cocina. Pete esper¨® a que hirviera el agua, la verti¨® en la tetera, la llev¨® a la sala y puso dos tazas sobre la mesa. Junto a la chimenea hab¨ªa dos sillones, cara a cara. Se sent¨® en uno de ellos y encendi¨® un cigarrillo.
—Algo le pasa a esta flauta —dijo Len.
—Vamos a tomar el t¨¦.
—No puedo hacer nada con ella.
Len sirvi¨® el t¨¦ y dio una palmada en sus bolsillos.
—?D¨®nde est¨¢ la leche? —pregunt¨®.
—T¨² ibas a traerla.
—As¨ª es.
—Entonces, ?d¨®nde est¨¢?
—Se me ha olvidado. ?Por qu¨¦ no me lo has recordado?
—Dame la taza.
—?Ahora qu¨¦ hacemos?
—Dame el t¨¦.
—?Sin leche?
—A ver.
—?Sin nada de leche?
—No hay nada leche.
—?Y az¨²car, qu¨¦? —pregunt¨® Len, pasando la taza.
—T¨² ibas a traerla.
—?Por qu¨¦ no me lo has recordado?
Pete ech¨® un vistazo alrededor de la sala.
—Bueno —dijo—, todo parece estar bien ordenado.
—??l no tiene nada?
—?Nada de qu¨¦?
—De az¨²car.
—No he encontrado nada.
—Esto es como una casa de beneficencia.
De un gancho junto a la chimenea colgaba un tenedor de cobre para tostar. Su empu?adura era una cabeza de mono. Pete lo cogi¨® para examinarlo.
—Esto es interesante.
—?Eso? —dijo Len—. ?No lo hab¨ªas visto antes? Es portugu¨¦s. Todo en esta casa es portugu¨¦s.
—?Y por qu¨¦?
—?l es de all¨¢.
—S¨ª, es cierto.
—O por lo menos, su abuelo materno.
Pete volvi¨® a colgar el tenedor.
—No me digas.
—O su abuela paterna.
El reloj del recibidor dio la hora. Ellos escucharon.
—?A qu¨¦ hora va a venir?
—Sobre la una y media.
—Bueno, ?y si tom¨¢ramos un poco de aire?
—?Aire? —dijo Len.
—?Qu¨¦ le pasa a eso?
—No le pasa nada. Es la mejor del mercado. Pero debe de haberse estropeado. No la he tocado en un a?o. Pete se levant¨®, bostez¨® y se acerc¨® al estante de libros. Los libros, bien api?ados, estaban cubiertos de polvo. En el anaquel inferior encontr¨® una Biblia. Observ¨® la dedicatoria.
—Se la regal¨¦ yo, hace a?os —dijo.
—?Qu¨¦ cosa?
—Esta Biblia.
—?Para qu¨¦?
Pete guard¨® el libro de nuevo y se limpi¨® los dedos.
—Este t¨¦ es una patada al h¨ªgado —dijo Len.
—?Bueno, qu¨¦ me dices?
—?Acerca de qu¨¦?
—Un poco de aire.
—Para m¨ª no.
—?Por qu¨¦ no?
—Est¨¢ lloviendo.
—Escucha —dijo Pete.
—No oigo nada.
—Ha dejado de llover.
—?C¨®mo lo sabes?
—?La oyes?
—No.
—No la oyes porque ya par¨®.
—De todos modos —dijo Len—, la lluvia no tiene nada que ver.
—Ten piedad.
—No, s¨¦ ad¨®nde me vas a arrastrar.
—?Ad¨®nde?
—Al otro lado del Lea.
—?Y?
—No sabes c¨®mo es aquello de noche.
—?No lo s¨¦?
—Bueno, tal vez s¨ª lo sabes. Pero est¨¢s dispuesto a ir all¨ª otra vez de noche. Yo no.
—Sabes —dijo Pete—, creo que es hora de que te animes. Est¨¢s a un paso del cementerio.
Se sent¨®. Len sac¨® un pa?uelo y se limpi¨® las gafas. Luego las puso sobre la mesa, se levant¨®, estornud¨® dos veces y mene¨® la cabeza.
—He pillado el resfriado m¨¢s espantoso de mi vida.
Se son¨®.
—Con todo, la molestia es soportable.
Pete, sentado, miraba el peri¨®dico cubierto de holl¨ªn en la chimenea, mientras daba pataditas al hogar.
—Oye —dijo Len—, ?te apetece que traiga el viol¨ªn para tocar unas piezas mientras est¨¢s de humor? Tengo a punto una de Alban Berg que te har¨¢ ver las estrellas.
—?Alguna vez te ha escrito con tinta roja?
—?C¨®mo?
—Tinta roja. Hay una botella en el estante.
—Por supuesto que s¨ª. ?Y qu¨¦? ?Alguna vez te ha escrito a ti con tinta roja?
—No.
Len estornud¨® y se son¨®. La lluvia daba otra vez golpecitos en la ventana. Inclin¨¢ndose sobre de la mesa, peg¨® la nariz al cristal.
—Est¨¢ oscuro.
—T¨®mate unos vahos de eucalipto —dijo Pete.
—?Por qu¨¦? ?T¨² le has escrito alguna vez con tinta roja?
—No.
Pete llev¨® su taza a la cocina y la enjuag¨®. Regres¨® a la sala y encontr¨® a Len, ojos entornados y gafas en mano, con el brazo extendido delante de ¨¦l.
—All¨ª est¨¢ todav¨ªa.
—?Qu¨¦ cosa ahora?
—No te das cuenta de lo que te pierdes al no usar gafas.
—?Qu¨¦ me pierdo? —pregunt¨® Pete, vertiendo t¨¦ en
su taza.
—Te lo voy a decir.Ves, siempre hay un punto de luz en el centro de la lente, en el centro de tu vista. No te puedes equivocar. No puedes dar un traspi¨¦. Siempre, incluso en la noche m¨¢s oscura, una pizca, un fragmento de luz, suspendido ante ti. Mira, hay gente, t¨² lo sabes igual que yo, que siempre anda con una perpetua arruga en la frente. Cuando, a veces, logran eliminar esa arruga, el mundo est¨¢ bien, har¨ªan cualquier inversi¨®n. Bueno, de acuerdo, no dir¨¦ que yo tenga la misma perspectiva, simplemente porque a veces que me d¨¦ cuenta de que este cuadrado de luz existe. En absoluto tengo la misma perspectiva. Pero eso s¨ª, lo que hace este punto de luz es que indica el ¨¢ngulo de tu ¨®rbita. No tienes por qu¨¦ mirarme as¨ª.T¨² no lo entiendes.Te proporciona un sentido de la direcci¨®n, aunque nunca te muevas del mismo lugar.
—?Tengo que ponerme de rodillas?
—S¨®lo te estoy dando un consejo.
—Cont¨¦stame una sola pregunta —dijo Pete—. ?No andas siempre con una arruga en la frente?
—Exacto. Precisamente por eso s¨¦ de lo que estoy hablando.
El reloj del recibidor dio la una. Len se puso las gafas y qued¨® inm¨®vil en su asiento.
—Seguro que vendr¨¢ con hambre.
—?Por qu¨¦?
—Apuesto a que s¨ª.
Pete cerr¨® los ojos y se recost¨®.
—Ese tipo tiene el apetito de un le¨®n —dijo Len.
Hizo girar la flauta en sus manos.
—Le he visto devorar un pan entero antes de quitarme
la chaqueta.
Acerc¨® la flauta a su ojo izquierdo y mir¨® en su interior.
—En los viejos tiempos no habr¨ªa dejado en su plato ni
una miga de pan.
Pete abri¨® los ojos, encendi¨® un f¨®sforo y lo observ¨® consumirse.
—Obviamente puede haber cambiado —dijo Len, levant¨¢ndose
y movi¨¦ndose por la sala—. Hay cosas que cambian. Pero yo siempre soy el mismo. ?Sabes? La semana pasada me zamp¨¦ cinco comidas completas en un solo d¨ªa. A las once, a las dos, a las seis, a las diez y a la una. No estuvo mal. El trabajo me abre el apetito. Estaba trabajando, ese d¨ªa.
Se apoy¨® contra el armario y bostez¨®.
—Siempre estoy muerto de hambre cuando me levanto. La luz del d¨ªa me afecta de una forma extra?a. En cuanto a la noche, mejor no hablar: para m¨ª lo ¨²nico que se puede hacer de noche es comer.Me mantiene en forma, sobre todo si estoy en casa.Tengo que bajar corriendo para poner el hervidor, subir corriendo para terminar lo que estaba haciendo, volver a bajar corriendo para cortar un s¨¢ndwich o preparar una ensalada, subir corriendo para terminar lo que estaba haciendo, bajar corriendo de nuevo para ocuparme de las salchichas, si voy a comer salchichas, subir corriendo para terminar lo que estaba haciendo, bajar otra vez...
—?S¨ª!
—?D¨®nde conseguiste esos zapatos?
—?Qu¨¦?
—Esos zapatos. ?Cu¨¢nto hace que los tienes?
—?Por qu¨¦? ?Qu¨¦ tienen de malo?
—Estoy perdiendo las fuerzas. ?Los has llevado puestos toda la noche?
—No —dijo Pete—, he venido descalzo desde Bethnal Green.
—Debo de estar perdiendo las fuerzas.
Se sent¨® a la mesa y mene¨® la cabeza.
—?Cu¨¢ndo dormiste por ¨²ltima vez?
—?Dormir? No me hagas re¨ªr. No hago otra cosa que dormir.
—?Y el trabajo, qu¨¦? ?C¨®mo va el trabajo?
—?Euston? Un horno. Es un horno. Con todo, aire malo es mejor que ning¨²n aire, supongo. Lo mejor es el turno de noche. Llegan los trenes, le doy a un tipo medio d¨®lar para que haga mi trabajo, me hago un ovillo en un rinc¨®n y leo los horarios. La cantina siempre est¨¢ abierta. Si estuviera all¨ª esta noche me dar¨ªan una taza de t¨¦ con todo el az¨²car y la leche que quisiera, eso te lo aseguro. Pete se desperez¨®, apretando la mano contra la pared.
—Te sentar¨ªa bien ganar un poco de peso —dijo Len—. Est¨¢s en los huesos.
—Va a llegar de un momento a otro.
—?Te has fijado en tus p¨®mulos ¨²ltimamente? Est¨¢s transparente.
—?Y qu¨¦? —dijo Pete, asom¨¢ndose por la ventana.
Len se quit¨® las gafas y se frot¨® los p¨¢rpados.
—Creo que estoy experimentando un cambio —dijo.
—?De veras?
—Lo siento. Siento que estoy experimentando un cambio.
Pete recogi¨® la tetera y las tazas y las llev¨® a la cocina, all¨ª puso el hervidor en el hornillo de gas.
—?Qu¨¦ pasa? —pregunt¨® Len, desde la puerta.
—Querr¨¢ una bebida.
—?T¨¦ negro? Est¨¢s loco. No puedes recibir a un hombre de vuelta a su propia casa con una taza de t¨¦ negro.
—Conc¨¦ntrate —dijo Pete—. ?Qu¨¦ fue lo que me dijiste que te escribi¨® en la carta?
—Dijo que fuera al apartamento y pusiera agua a hervir.
—?Para un t¨¦?
—Para un t¨¦.
—Eso es exactamente lo que estoy haciendo —dijo Pete. Estoy interpretando sus palabras en sentido estricto. ?l va a tener un t¨¦. Un t¨¦ negro. Un t¨¦ puro. A chel¨ªn y nueve peniques el cuarto.
Son¨® el timbre.
—Ah¨ª est¨¢ nuestro hombre —dijo Pete—. Abre la
puerta.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.