La reportera y el poder de la pregunta
Los ensayos de Janet Malcolm son un referente en honestidad a la hora de desenmascarar de las trampas del trabajo period¨ªstico.- Dos vidas, su ¨²ltimo libro, se publica en Espa?a
Si Gertrude Stein pas¨® a la historia reduccionista de la literatura como la autora de una sola frase ("Una rosa es una rosa es una rosa"), la escritora Janet Malcolm, que publica estos d¨ªas Dos Vidas (Lumen), ensayo sobre Stein y su compa?era Alice B. Toklas, podr¨ªa correr la misma suerte gracias a la memorable sentencia que abre su cl¨¢sico El periodista y el asesino (Gedisa): "Todo periodista que no sea tan est¨²pido o engre¨ªdo como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible". Casi veinte a?os despu¨¦s de aquello, Malcolm, coloso del periodismo neoyorquino, no ha cambiado la conclusi¨®n a la que lleg¨® tras sumergirse en el muy pol¨¦mico caso MacDonald contra McGinniss. El proceso enfrent¨® al primero, convicto a perpetuidad por el asesinato en 1970 de su mujer embarazada y sus dos hijas, con el reportero que cubri¨® la apelaci¨®n. ?ste, para conseguir su gran historia, se gan¨® la confianza del reo y la "traicionon¨®", seg¨²n la acusaci¨®n, en la forma de Fatal vision un best seller en el que Jeffrey MacDonald aparec¨ªa retratado como un asesino. La justicia le dio la raz¨®n a ¨¦ste ¨²ltimo.
Malcolm se sinti¨® "atra¨ªda" por una historia que amenazaba cambiar para siempre las reglas del juego period¨ªstico en EE UU y que en cierto modo lo hizo. "Para m¨ª demostr¨® que como reportero no est¨¢s obligado a mostrarte tan amigable con los sujetos. McGinniss opinaba que el tipo era culpable pero le dec¨ªa todo el tiempo que cre¨ªa en su inocencia", recordaba Malcolm esta semana en su exquisito piso de Manhattan, donde las vistas transmiten paz, los libros trepan del suelo al techo y al gato, m¨¢s sano y aseado que un beb¨¦, se le permite ara?ar los sof¨¢s color crudo. "No hay ninguna necesidad de prometer nada. Yo he aprendido que la mayor¨ªa de la gente est¨¢ dispuesta contar su historia a un periodista. No hace falta empujarles. El periodista s¨®lo es un veh¨ªculo. El problema es que el reportero acabar¨¢ contando su propia versi¨®n de esa historia. Traicion¨¢ndola irremediablemente".
Aquel libro, publicado en 1990 y escogido entre los 100 mejores t¨ªtulos de no ficci¨®n del siglo XX por la Modern Library, convirti¨® a Malcolm en una controvertida figura siempre dispuesta a desenmascarar los vicios de la profesi¨®n. En fuego amigo dirigido contra la protectora tribu period¨ªstica y encima proveniente de la aristocracia del negocio (figura en plantilla de la revista New Yorker desde mediados de los sesenta). "Lo que expres¨¦ en aquel p¨¢rrafo [que abr¨ªa el ensayo] me pareci¨® entonces perfectamente banal. Nunca cre¨ª estar diciendo nada tan memorable, sino algo bastante obvio. Y sin embargo, caus¨® una gran pol¨¦mica", recuerda. "El tiempo no ha hecho sino demostrar que de ese modo funcionan las cosas. Nadie se escandalizar¨ªa hoy al leer algo as¨ª".
Muchos de los que la atacaron entonces creyeron ver servida la revancha cuando el caso por libelo iniciado por Jeffrey D. Masson, uno de los personajes principales del ensayo de Malcolm En los archivos de Freud (Alba), acab¨® en el Tribunal Supremo en 1994. Masson, experto en s¨¢nscrito por la Universidad de Harvard metido a psicoanalista, se gan¨® la confianza de Anna Freud, heredera de los papeles de Sigmund, para convertirse en el presidente de sus archivos y en el arribista envidiado por toda la profesi¨®n. Una vez tuvo acceso al material del padre del psicoan¨¢lisis lo emple¨® para provocar un se¨ªsmo en el mundo acad¨¦mico al asegurar que Freud abandon¨® su temprana "teor¨ªa de la seducci¨®n" b¨¢sicamente por cobard¨ªa. El libro de Malcolm, un divertido y documentado retrato del micro universo del especialista (ella misma es hija de un psicoanalista checo) gravitaba en torno al personaje, pomposo, bronceado y m¨¢s extra?o que la ficci¨®n, de Masson, que la denunci¨® y exigi¨® una indemnizaci¨®n de 10 millones de d¨®lares tras la publicaci¨®n del libro en 1984, por citar varias frases que ¨¦l juraba que fueron malinterpretadas.
"Me negu¨¦ a llegar a un acuerdo con ¨¦l", recordaba esta semana Malcolm en Nueva York. "No era cierto lo que dec¨ªa. Y litigamos hasta el final. El problema es que yo hab¨ªa perdido mis notas manuscritas y solo ten¨ªa las mecanografiadas. Lo ir¨®nico es que una vez terminado el juicio, cuando ya no serv¨ªan para nada, mi nieta encontr¨® por casualidad el dichoso cuaderno rojo en nuestra casa de campo"
El proceso, que brind¨® im¨¢genes como la de los periodistas comparando sus notas a la salida del tribunal para citar con la mayor exactitud posible, se vivi¨®, como tantos episodios de la carrera de Malcolm, que comenz¨® escribiendo sobre compras en New Yorker, como un debate de fondo sobre el oficio de reportero.
Es en realidad, sea el personaje de la portada Ch¨¦jov o Gertrude Stein, de lo que ella siempre escribe. Sobre la traici¨®n del entrevistador y la vanidad del entrevistado, que ve venir la decepci¨®n y a¨²n as¨ª coopera. Sobre la inaprensible verdad cuando difieren las versiones y el espinoso trabajo de "coge lo que puedas y corre" del bi¨®grafo. La mujer en silencio (Gedisa), su c¨¦lebre investigaci¨®n acerca de Sylvia Plath, la poeta suicida de 30 a?os, y Ted Hughes, su guapo marido y tambi¨¦n ad¨²ltero poeta, es un severo y despiadado repaso a las trampas que siembran el camino que conduce a la verdad sobre los muertos c¨¦lebres. El volumen tambi¨¦n caus¨® controversia: Hacia la p¨¢gina 185 de la edici¨®n espa?ola se puede leer: "Como sabe el lector, yo tambi¨¦n he tomado partido -el de los Hughes y [la bi¨®grafa] Anne Stevenson-, y tambi¨¦n expongo mis simpat¨ªas, antipat¨ªas y experiencias en su apoyo". Lo cual enfrentaba a Malcolm contra la construcci¨®n feminista que pinta a Plath como una v¨ªctima del s¨¢tiro Hughes. El texto, huelga decirlo, volvi¨® a levantar ampollas.
Dicho todo lo anterior, la experiencia de entrevistar a Janet Malcolm es inhabitual. Las palabras se miden, las respuestas se administran con limpieza y las opiniones no se sueltan as¨ª como as¨ª. "?Qu¨¦ sentido tiene estar hablando de mis libros cuando la gente pod¨ªa estar ley¨¦ndolos? Cuando adem¨¢s es evidente que me expreso mucho mejor por escrito que hablando, soltando piezas de discurso sobre esto y aquello", reconoc¨ªa la escritora en el sal¨®n de su casa de Manhattan. "En este tiempo he pasado al otro lado muchas veces, como objeto de entrevistas. Y he podido reflexionar. Me descubro diciendo y haciendo todas las cosas que los sujetos hacen frente a m¨ª. Me he dado cuenta de lo poderosa que es la pregunta. La gente se siente obligada a responder. Y no tienes por qu¨¦. Pero lo haces"
Tampoco maneja grandes teor¨ªas sobre el futuro del reporterismo tal como ella lo conoci¨® y llev¨® a sus m¨¢s altas cotas. Un proceder caro en un negocio agonizante y un tiempo en el que el cl¨¢sico adagio del "periodismo vende" se ha reformulado en el "periodismo cuesta". "Para m¨ª, este trabajo siempre tratar¨¢ de enterarme lo m¨¢ximo sobre lo que escribo. De eso va, de ir cada vez m¨¢s al fondo y tambi¨¦n mirar hacia atr¨¢s. Nunca sabes lo suficiente. La b¨²squeda es lo que hace interesante este trabajo. Tengo la fortuna de escribir para una revista que publica piezas largas y te da tiempo para llegar al final. Simplemente espero que eso no cambie", dice Malcolm, viuda desde 2004 de Gardner Botsford, editor de New Yorker durante 37 a?os.
Inclinada a comprender mejor las debilidades humanas desde la altura de sus 75 a?os, Malcolm, que trabaja "en un caso de asesinato", escribe en Dos vidas: "Son profundas las estructuras m¨ªticas que indican quien nos resulta agradable y qui¨¦n no entre nuestros muertos famosos". A la pregunta de a qu¨¦ categor¨ªa cree que la empujar¨¢ la posteridad, la periodista repuso tras una carcajada: "Ponga, por favor, que en ese momento la entrevistada se limit¨® a re¨ªr".
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