Juan Carlos Onetti, el escritor tan querido
El autor de 'El astillero' cumplir¨ªa hoy cien a?os
?Por qu¨¦ queremos tanto a Onetti, el escritor que hoy cumple cien a?os? En primer lugar, porque era todo literatura. Esa era su pasi¨®n; es decir, era un lector, y despu¨¦s era un escritor. Por necesidad de las tripas, por la pasi¨®n de serlo. Su conversaci¨®n no era literaria; era la de un tipo normal que vive para leer pero no viv¨ªa para contar ni sus lecturas ni sus obsesiones literarias. Le¨ªa, escrib¨ªa, ah¨ª estaba; ¨¦l no ten¨ªa un caj¨®n de in¨¦ditos que te leyera al atardecer. Era un escritor sobresaliente, pero ni se lo cre¨ªa ni te lo dec¨ªa.
Y un ser humano, tan solo. La voz habitual dice que Juan Carlos Onetti, uruguayo, y melanc¨®lico como los uruguayos, era un hombre triste. No lo era, no es cierto. Era un humorista, en el sentido en el que lo fue Buster Keaton, o en el sentido en que lo es Woody Allen. Dec¨ªa con su cara est¨®lida las cosas m¨¢s divertidas. Y las escrib¨ªa. No hac¨ªa otra cosa que re¨ªr, pero con esa cara que la vida le fue dando parec¨ªa que tan solo se re¨ªa por dentro. Su silencio tambi¨¦n era, a veces, una carcajada. De l¨¢stima, o de burla, frente a las luminotecnias de la solemnidad.
Mario Vargas Llosa, que ha hecho un libro en el que reivindica a Onetti como el gran autor de ficci¨®n en espa?ol del siglo XX, distingue entre ambas facetas: el que escribe y el que habla. Cuando Onetti se quedaba solo con su escritura, y con sus personajes, se introduc¨ªa en una zona de sombra en la que mandaba aquella melancol¨ªa honda que le emparent¨® desde muy temprano con los existencialistas.
Pero personalmente era otro, el que se re¨ªa, el que recordaba an¨¦cdotas que contaba con la minuciosidad de un padre que siempre tiene tiempo para contar cuentos a sus nietos. Te recib¨ªa, es cierto, echado en la cama, donde pas¨® una decena de a?os, los ¨²ltimos de su vida, en Madrid. Pero ah¨ª Onetti no exhib¨ªa la angustia dram¨¢tica del acostado por hast¨ªo; una vez me dijo que no se levantaba de la cama tan solo porque le daba pavor que la Biche, su perra, le mordiera las canillas.
Desde la cama Onetti reflexionaba, se re¨ªa de su sombra y de las sombras de los otros. Se re¨ªa de la solemnidad de sus colegas; zaher¨ªa, sobre todo, a Camilo Jos¨¦ Cela, que en aquellos a?os (finales de los ochenta, principios de los noventa; Onetti muri¨® en 1994) hab¨ªa decidido que todo el mundo deb¨ªa ser objeto de sus chanzas, y la tom¨® sobre todo con Julio Llamazares y con Antonio Mu?oz Molina. Onetti levant¨® su espada a favor de los dos j¨®venes novelistas, y desafi¨® Cela con su iron¨ªa aplastante. Cela era para ¨¦l, entonces, la met¨¢fora de lo que nunca hubiera querido ser, y ejerci¨® en solitario (pr¨¢cticamente) su tarea de desmontarle la peana al autor de La familia de Pascual Duarte.
Ese otro Onetti era un personaje con una memoria privilegiada; beb¨ªa, eso es leyenda, pero no se emborrachaba jam¨¢s, como recordaba anoche su amigo F¨¦lix Grande en la Biblioteca Nacional, en el epicentro del homenaje que se le est¨¢ dedicando a Onetti estos d¨ªas, ah¨ª y en la Casa de Am¨¦rica, dirigido por el profesor Eduardo Becerra.
F¨¦lix Grande, que le ayud¨® a subsistir en Espa?a cuando Onetti vino aqu¨ª despu¨¦s de que la dictadura uruguaya le encarcelara por amparar un cuento que los militares decidieron que deb¨ªa ser tachado, habl¨® de la aspereza y de la ternura de Onetti, y de ese periodo encamado que ha hecho subsistir la leyenda de que el autor de El astillero era un hombre fuera del mundo.
Quien lea hoy sus art¨ªculos (y sus novelas, y sus cuentos, pero todo sus art¨ªculos), que acaban de ser recopilados en el tercer tomo de las Obras Completas que ha preparado Hortensia Campanella para el C¨ªrculo de Lectores, podr¨¢n comprobar ah¨ª la agudeza de sus juicios, y podr¨¢n apreciar hasta qu¨¦ punto siempre estuvo alerta para tachar ¨¦l mismo la solemnidad com¨²n pero sobre todo la solemnidad literaria.
?l cre¨ªa que el ¨¦xito no era nada. Lo dijo cuando muri¨® Faulkner, precisamente en julio, en 1962. "Sab¨ªa [Faulkner] que lo que llamamos ¨¦xito no pasa de una vanidad ama?ada: amigos, cr¨ªticos, editores, modas". Faulkner, como C¨¨line, era su espejo. En esa necrol¨®gica de su maestro norteamericano, Onetti escribi¨® esto que hoy podr¨ªa decirse escribiendo de ¨¦l, tambi¨¦n: "Descendiendo del reciente difunto inmortal a este humilde necr¨®logo a pedido, reiteraremos que no fue hombre de academias, de discursos patri¨®ticos, de asociaciones literarias. Y, si se le hubiera permitido escribir sobre su muerte, no habr¨ªa aportado ni una gota a los chaparrones de cursiler¨ªa que julio promete sobre el tema y cumplir¨¢, sin duda alguna".
Le conoc¨ª en Tenerife en 1973, con mi compa?ero de clase Juan Manuel Garc¨ªa-Ramos, que luego ser¨ªa un profundo estudioso de su obra. Anoche, cenando con Dolly Onetti, su viuda, con F¨¦lix Grande y con otros que conocieron o aman la escritura de Onetti, alguien pregunt¨® por qu¨¦ le amamos tanto. Avanc¨¦ una respuesta: porque era un tipo normal, un escritor que hab¨ªa ara?ado la vanidad hasta las profundidades de su esqueleto y la hab¨ªa enterrado detr¨¢s de unos libros impresionantes sobre los que jam¨¢s mostr¨® ninguna vanagloria.
Celebrarlo es leerle. Hac¨ªan un documental sobre la vida de Onetti y me preguntaron anoche qu¨¦ requisito habr¨ªa que cumplir para pasar la aduana y entrar en Santa Mar¨ªa, su territorio mitol¨®gico. Leerle, sin duda, empezando por sus art¨ªculos, donde resplandece el humor de Onetti. Ese ser¨ªa el requisito. Y si hubiera que empezar por la ficci¨®n, por ese cuento imprescindible e impresionante, El infierno tan temido; pasar¨¢n otros cien a?os, como los que hoy tiene Onetti, y esa historia de odio y venganza seguir¨¢ siendo escalofriante. Un cl¨¢sico.
Babelia
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