Hoy todos somos Scott
La nieve sorprende a los barceloneses
"Es nieve", estableci¨® la portera del piso de al lado avizorando el cielo de la ma?ana con ojo de trampero de Artic City, cerca del Porcupine. Todos asentimos. Era nieve. Y lo que te rondar¨¦ morena: a las cuatro de la tarde ya hab¨ªa un espesor que alegrar¨ªa a una foca y pasear por los alrededores de las Ramblas arrojaba im¨¢genes dignas de Garmish-Partenkirchen. Pod¨ªas cruzar Pelai sin preocuparte del tr¨¢fico -no lo hab¨ªa- pero escuchar el sonido sordo de tus pasos sobre la blanca superficie que antes era asfalto resultaba apocal¨ªpticamente siniestro.
Pas¨® un taxi, lentamente y dando bandazos; parec¨ªa de Madrid, de tan cubierto de nieve. Varios transe¨²ntes trataron de detenerlo hist¨¦ricamente dando grandes patinazos, pero no se detuvo, probablemente no pod¨ªa. "No llegar¨¢ muy lejos", sentenci¨® furiosa una joven que parec¨ªa un mu?eco de nieve con bonitas formas. Hab¨ªa quien disfrutaba: gente que miraba al cielo con expresi¨®n entre alegre y alelada (y valga la palabra) y observaba caer los blandos copos que descend¨ªan graciosamente como min¨²sculos paracaidistas. Al cabo de un rato estaban empapados y con la sonrisa convertida en rictus. En un bar convertido provisionalmente en hogar del refugiado polar se respiraba ambiente de Los h¨¦roes de Telemark. Se narraban peripecias y hasta haza?as. Hoy todos somos un poco Scott camino del Polo Sur. "Vengo arrastr¨¢ndome desde Col¨®n, no me noto los pies, vaya d¨ªa para ponerme mocasines". "Mi mujer ha tenido que dejar la moto en Lepanto, la ¨²ltima noticia es que sub¨ªa andando hacia la Travesera de Dalt; me ha dicho que me ocupara de las ni?as". "No puedo contactar con nadie, voy a salir y que sea lo que Dios quiera; envu¨¦lvame ese donut".
Nos hab¨ªamos congregado a primera hora de esta jornada blanca que ha convertido Barcelona, lo que hay que ver, en domaine skiable, en la calle de Sostres, junto a las escaleras que conducen al parque G¨¹ell, vecinos, paseantes, turistas y transe¨²ntes ocasionales, sobrecogidos por el fr¨ªo y por el color del cielo, de un gris tundra pre?ado de copos y sombras de alces. Refugiados en los portales mir¨¢bamos al cielo apret¨¢ndonos mucho unos contra otros -especialmente el lampista contra el grupito de italianas- mientras brotaba un vaporcillo de nuestras ropas h¨²medas.
"Qu¨¦ bonito", se extasi¨® una joven que hab¨ªa salido a pasear al perro, un infame bastardo que, en la ma?ana canadiense, cre¨ªa ser samoyedo, kamutik, malamute o husky con la misma falta de sentido de la realidad que yo imaginaba ser sargento de la polic¨ªa montada. Est¨¢bamos todos como sumidos en un sue?o, embriagados por el repentino despliegue n¨ªveo de la naturaleza. Es que no es normal que salgas un lunes de casa y aparezcas en Alaska. Da que pensar. Pero hab¨ªa que tomar decisiones. Sino acabar¨ªamos muriendo de fr¨ªo y quien sabe acaso comi¨¦ndonos unos a otros como la expedici¨®n Franklin. "Hay que moverse", establec¨ª. Nadie me sigui¨®. Avanc¨¦ entrecerrando los ojos con los p¨¢rpados escarchados de blanco, mascullando reciamente en voz alta al estilo de los hombres que pasan demasiado tiempo en completa soledad, cazando nutrias y contemporizando con los crow. Record¨¦ a Jack London: "Conoc¨ªa el habla callada de las cosas que se mov¨ªan, el conejo en una trampa, el caprichoso cuervo batiendo el aire con sus alas. El oso arrastr¨¢ndose bajo la luna, el lobo desliz¨¢ndose como una sombra gris en el crep¨²sculo y la oscuridad". Vi a alguien delante, en la acera. La ancianita del principal danzaba sonriente bajo la los copos flotantes como una ni?a y parec¨ªa lanzar el grito de j¨²bilo de los indios chinook: ?Hi-yu skookum! Segu¨ª mi camino, no fuera la dama a querer cobrar alguna cabellera.
?Moto o trineo?. Me imagin¨¦ descendiendo por la calle Verdi en una exhalaci¨®n de polvo cristalino, en medio de una estampida de hombres y perros enfebrecidos por el oro color de mostaza de las minas del Yuk¨®n, esquivando caribu¨¦s. "?Mush, mush!". Opt¨¦ por la Yupi, la motocicleta Honda, pero no descart¨¦ las manoplas ni el gorro de castor. Arranqu¨¦ entre un aplauso espont¨¢neo y gritos de "?valiente!" y "?loco!". Me sumerg¨ª en la ventisca sintiendo el sabor de los copos al fundirse en mi boca. Era excitante. Era el Gran Norte. Era nieve.
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