Mariscal: "Soy disl¨¦xico y prefiero cantidad a calidad"
La Pedrera recoge la obra polif¨®nica del dise?ador
Javier Mariscal (Valencia, 1950) lleg¨® a Barcelona hace cuatro d¨¦cadas con un l¨¢piz en la mano y pronto se convirti¨® en uno de los h¨¦roes del explosivo underground de aquella ¨¦poca dorada. Ahora, acaba de cumplir 60 a?os, forma parte de la ¨¦lite planetaria de los dise?adores-hombre orquesta, y es uno de los que m¨¢s ha contribuido a la construcci¨®n del imaginario colectivo. Tras la retrospectiva que le dedic¨® el a?o pasado el Design Museum de Londres, su ciudad le rinde homenaje en un lugar emblem¨¢tico donde los haya: La Pedrera.
Mariscal se explica con una mezcla de iron¨ªa, ingenuidad y dosis de provocaci¨®n. "Yo hago garabatos", dice, mientras contempla la primera sala de la exposici¨®n de la que cuelgan grandes tiras de papel con dibujos en blanco y negro que llenaron p¨¢ginas de la efervescente prensa marginal de la d¨¦cada de 1970 en las que —ahora es evidente— ya estaba presente todo su mundo.
"Me fascinaban las fotocopias, la textura del papel impreso; Barcelona, para m¨ª, ol¨ªa a tinta, a imprenta", recuerda. Pero ya entonces no era un simple dibujante, hac¨ªa instalaciones como la que recreaba un Gran Hotel de mentirijillas en la galer¨ªa Mec-Mec, estampaba telas, realizaba esculturas... "Ahora le llaman interdisciplinariedad", ironiza, "pero entonces me criticaban: el que mucho abarca poco aprieta, me dec¨ªan. El que poco abarca aun aprieta menos, pensaba yo".
A Mariscal le gusta la acumulaci¨®n, la cantidad. La muestra de La Pedrera est¨¢ atiborrada de cosas. "Soy valenciano y en Valencia le damos m¨¢s importancia a la cantidad que a la calidad", justifica. Y es precisamente el formato de la acumulaci¨®n el que ha escogido para situar el encargo que cambi¨® su vida: el inefable Cobi, la improbable mascota de los Juegos Ol¨ªmpicos de Barcelona; un dise?o que, en s¨ª mismo, marca un antes y un despu¨¦s para los artefactos conmemorativos.
En una enorme vitrina acristalada —"como las de los aeropuertos", explica— se amontonan todos los Cobis posibles e imaginables: desde ambientadores para coche a pastillas de jab¨®n, peluches o llaveros. Es precisamente el efecto Cobi lo que le lleva a montar el Estudio Mariscal en 1988. "Aprend¨ª much¨ªsimo, era como un periodista detr¨¢s de las noticias. Estaba en la ducha y pensaba en la onda de la ciudad. Hac¨ªa un cartel y al d¨ªa siguiente ya estaba en la calle y enseguida me llegaba el feedback". El m¨¦rito de Cobi, sin embargo, no lo quiere para s¨ª. "Fue Pasqual Maragall que convenci¨® a los que ten¨ªan que votar que este trasto estaba bien", dice, "el m¨¦rito es siempre del cliente que hace el encargo".
Del estudio han salido infinidad de dise?os, muebles ya convertidos en cl¨¢sicos como el sill¨®n Alexandra, que forman parte de la muestra. Y la pregunta es: ?c¨®mo el dibujante que abandon¨® a los pocos meses la escuela de dise?o para dedicarse al c¨®mic underground, es capaz de trabajar tantos g¨¦neros y con t¨¦cnicas tan diversas y complejas? "Ahora me he dado cuenta de que soy disl¨¦xico", responde, "que hasta los 30 a?os no llegu¨¦ a leer bien y todav¨ªa no me atrevo a pronunciar ciertas palabras porque en lugar de albiceleste digo alcibeles, y la gente se r¨ªe, y porque he odiado las escuelas y siempre he conseguido que me paguen por aprender; como cualquier persona que asume que es manco, cojo o tuerto, yo me pego a quienes saben".
Esto es lo que ha hecho ahora con el director de cine Fernando Trueba, con quien ha hecho la pel¨ªcula de animaci¨®n Chico y Rita, una historia de amor situada en el mundo del jazz de los a?os cuarenta y cincuenta. "Te pones a su lado y aprendes mogoll¨®n, porque a m¨ª no me interesa imponer mi criterio, sino que busco a alguien..., bien ni siquiera lo busque sino que lo encuentro; son cruces de caminos. Y a este filme seguir¨¢ otro que se sit¨²a en la Formentera de la d¨¦cada de 1970, con su dos personajes m¨¢s entra?ables, Ferm¨ªn y Piquer, como protagonistas.
?Y qu¨¦ piensa sobre el arte? Mariscal es ambivalente. Su hijo Linus, de nueve a?os, le dijo el otro d¨ªa: "Oye pap¨¢, lo de Picasso no pasa, es muy aburrido", "?C¨®mo?, le dije, ?te quieres hacer el gracioso? Yo lo encontraba rompedor, pero ahora a un ni?o de nueve a?os ya no le dice nada...".
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