El orgullo de Italia
Hace tres a?os y en la fiesta de clausura del festival de televisi¨®n de Roma un amigo italiano, periodista por m¨¢s se?as, me present¨® a un actor: ¡°este es Antonino Bruschetta, sale en Boris¡±. Los tres empezamos una animada conversaci¨®n hasta que llegados a cierto punto el se?or Bruschetta me pregunt¨® por la opini¨®n del pueblo espa?ol sobre Silvio Berlusconi. Yo me sal¨ª como pude del tema y le dije que ten¨ªa la impresi¨®n de que en general no nos ca¨ªa demasiado bien. La reacci¨®n del actor italiano fue agarrarme por las solapas mientras gritaba ¡°?no es suficiente, hay que hacerlo caer! ?Ten¨¦is que ayudarnos a hacerlo caer! ?Habla con Zapatero!¡±. Despu¨¦s le peg¨® un trago largo al whisky que hab¨ªa dejado a un lado para poder agarrarme con propiedad y se larg¨® sin m¨¢s.
¡°?Y que co?o es Boris?¡± le pregunt¨¦ al periodista, pensando que clase de serie pod¨ªa tener dentro a un chiflado tan gracioso. Boris, me dijo ¨¦l, es la mejor serie que se ha hecho nunca en Italia.
Marta Bertolini, maravillosa jefa de Fox en el pa¨ªs de Berlusconi, tuvo a bien darme en mano la primera temporada (algo que nunca podr¨¦ agradecerle lo suficiente) y cuando volv¨ª a casa la puse en dvd sin m¨¢s expectativas que las generadas por un buen agarr¨®n de solapas. El periodista italiano ten¨ªa raz¨®n: Boris es la mejor serie que ha dado nunca Italia (y yo me confieso fan de la adaptaci¨®n de Montalbano, el personaje de Andrea Camilleri, con la que he pasado ratos estupendos) y, con diferencia, la m¨¢s retorcida, malpensada e intransigente, una especie de ba?o de ¨¢cido con disfraz de crema hidratante: una s¨¢tira a base de martillazos.
Boris es la historia de un grupo de seres humanos (aunque habr¨ªa que ver en que grado) que viven inmersos en el rodaje de un culebr¨®n, Gli Occhi del cuore (Los ojos del coraz¨®n). El culebr¨®n en cuesti¨®n lleva tropecientas temporadas y todos/as est¨¢n hasta el gorro. Hasta el gorro de los devaneos de su estrella, el insoportable Stanis LaRochelle; de los pasotes de coca de Duccio, su director de fotograf¨ªa (mi querido agarrador de solapas Antonino Bruschetta); de la mala ostia de Biascica, un tipo m¨¢s romano que el pante¨®n que considera al becario de turno un esclavo que necesita sopapos constantes para hacer bien su trabajo. Est¨¢n hasta el gorro pero no se van, siguen haciendo aquel horror porque no tienen nada m¨¢s en cartera.
El protagonista de la serie, el realizador Rene Ferretti, es el hilo que une a todos los personajes, en un plat¨® que se parece mucho al Titanic en pleno hundimiento, pero sin orquesta y sin chisteras. Ferretti tiene el rostro de Francesco Pannofino, un actorazo gigantesco, muy conocido en Italia por sus incursiones teatrales y por ser el doblador habitual de actores como George Clooney. Su lema en la serie, ¡°?dai, dai, dai!¡± es ya un cl¨¢sico del cachondeo matutino y con ¨¦l al tim¨®n Boris ha conseguido lo imposible: acercarse al cine. Parece confirmado que la pel¨ªcula est¨¢ en camino: un colof¨®n de lujo para un producto que trasciende con mucho la peque?a pantalla.
Segundo, su rotunda convicci¨®n cin¨¦fila camuflada bajo un manto de cinismo sulf¨²rico: en una de las entregas el director decide que el equipo rodar¨¢ en pelotas para hacer que los actores, que tienen una escena de sexo, se sientan m¨¢s c¨®modos. El cap¨ªtulo se titula ¡°Come Lars Von Trier¡±.
Tercero, sus guiones, magn¨ªficos. Los guionistas (que aparecen en la propia serie como tres tipos gandules que se pasan el d¨ªa borrachos o haciendo la siesta) han conseguido otorgar a la serie de una entidad propia, urbana, huidiza, a medio camino entre el camale¨®n y el guepardo, que a veces corre m¨¢s r¨¢pido que la realidad y en otras se camufla en la coyuntura para sacar petr¨®leo de una actualidad (la de Italia) mucho m¨¢s divertida que cualquier ficci¨®n.
Y cuarto, y no menos importante: hace re¨ªr. Muchos recuerdan el cap¨ªtulo en que Ferretti, aquejado de una colitis, se refugia en el ba?o del plat¨® de al lado (en su plat¨® no lo hay con lo que siempre tienen que colarse en el de los vecinos) para desahogarse. Lamentablemente la serie no puede parar porque van atrasados as¨ª que pertrechado en el ba?o con su walkie-talkie el director dirige el rodaje desde la taza del v¨¢ter. La cosa se complica cuando los alemanes que est¨¢n rodando en ese plat¨® tienen que ir al ba?o. Ferretti se niega a salir y los teutones tratan de derribar la puerta. Todo ello entre gritos de ¡°acci¨®n¡± que salen del ba?o y que coronan cada escena.
Naturalmente los actores, empezando por Caterina Guzzanti (un apellido glorioso de la comedia italiana gracias Corrado y Sabina, hermanos de Caterina) y Pietro Sermonti y siguiendo por Paolo Calabresi o Antonio Catania, nos recuerdan la altura esc¨¦nica que tiene el pa¨ªs, por mucho que se empe?en en esconderlo tras infumables pel¨ªculas de c¨®micos de tres al cuarto.
Para los italo-parlantes con dominio de los dialectos la serie puede verse a palo seco; los italo-parlantes m¨¢s heterodoxos necesitar¨¢n probablemente subt¨ªtulos; los que no hablen italiano deber¨¢n hacerse con alguna herramienta que les haga entendible la trama. Hasta donde yo s¨¦ Boris nunca se ha estrenado en Espa?a y no existen planes para hacerlo. Ciertamente es una serie muy italiana y dem¨¢s pero la calidad no deber¨ªa tener dificultades para cruzar la frontera.
Ya saben, lo de siempre.
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