Historias de miradas
Cuando el presidente orden¨® la salida del cuarto de la tarde, Morante ya estaba sentado en el estribo, junto al burladero de cuadrillas. Serio y aceituno el semblante; la espalda, erguida; las piernas, flexionadas, y el capote recogido sobre ellas. Y la mirada, una mirada fija y penetrante, parece querer horadar la puerta de chiqueros. ?Y el pensamiento? ?Qu¨¦ revoloteo de neuronas en esa cabeza...! Sale Ventanero, la plaza silente toda ella, y el torero, ya enhiesto, esboza una ver¨®nica, y el toro huye. ?Oh...! Dos ver¨®nicas garbosas, despu¨¦s, escogidas de una tanda entorpecida por el viento, y un derrote inoportuno. Morante pide el botijo para mojar y pesar la tela. Y al relance siguiente, el animal atisba a Talavante, hier¨¢tico sobre el piso, firme testigo de la escena. Y el toro se acerca, y Talavante inamovible; y un paso m¨¢s, e inmutable contin¨²a el torero. Los tendidos contraen la respiraci¨®n. Y Ventanero -?uf...!- desiste finalmente. El animal suspende en su encuentro con el caballo, hunde sus pitones en la arena y se desploma a todo lo largo. Parece que Morante intenta un quite, pero no hay oponente. Un trincherazo garboso principia su labor con la muleta. A¨²n se mantiene la esperanza. El viaje del animal es muy corto y le roba la franela al segundo cite, y se la pisa momentos despu¨¦s, y se derrumba m¨¢s tarde. Y Morante se desespera. No puede ser. Est¨¢ decidido el torero, pero se acaban de esfumar todos los sue?os. Ha volado la ilusi¨®n. Y el sevillano monta la espada a escasos metros del estribo donde esper¨® a Ventanero, pero la mirada ya no encierra ning¨²n misterio; est¨¢ perdida y diluida. Es la imagen de la decepci¨®n.
Cuvillo/Morante, Talavante, Sald¨ªvar
Toros de N¨²?ez del Cuvillo, desiguales de presentaci¨®n -anovillado el segundo-, mansos, nobles y descastados.
Morante de la Puebla: pinchazo y descabello (silencio); cuatro pinchazos, estocada _aviso_ (silencio).
Alejandro Talavante: pinchazo y media estocada (silencio); media tendida y un descabello (silencio).
Arturo Sald¨ªvar, que confirm¨® la alternativa: casi entera tendida (ovaci¨®n); dos pinchazos y estocada ca¨ªda (ovaci¨®n).
Plaza de las Ventas. 15 de mayo. Sexta corrida de feria. Lleno.
Era el ¨²ltimo cartucho del artista porque su primero, un inv¨¢lido impresentable al que, incomprensiblemente, mantuvo en el ruedo el presidente, no le ofreci¨® opci¨®n alguna. Le quit¨® las moscas entre el descontento general y se acab¨® la historia.
Y tras la ilusi¨®n del pellizco, la sorpresa del valor de la mano de un joven torero mexicano que confirm¨® la alternativa y asombr¨® por su arrojo, su entrega, su decisi¨®n y fortaleza. No fue capaz de ahormar ninguna faena porque le traicionaron las prisas y un cierto atolondramiento; o la necesidad, quiz¨¢, de alcanzar el triunfo a cualquier precio. Cierto es que lo toc¨® con las yemas de los dedos por su extremada firmeza ante su lote. De rodillas, en el centro del anillo, inici¨® la faena a su primero, con el que se jug¨® los muslos en una labor acelerada, en la que sobresalieron, por un lado, la nobleza del toro, y las excesivas ganas del torero, lo que impidi¨® la necesaria conjunci¨®n. Unas ce?id¨ªsimas manoletinas se erigieron en el colof¨®n de una faena que supo a poco. Brind¨® al respetable el ¨²ltimo, al que esper¨® en la boca de riego, y lo enga?¨® con una pedresina y dos pases cambiados por la espalda. Luci¨® al toro, que se desplazaba con codicia y recorrido, y su labor tuvo una consistencia intermitente. Algunos naturales surgieron largos y hondos, elegantes e inspirados. Pero el toro se raj¨®, y el encanto fue a menos; el torero pinch¨®, y su mirada era de rabia profunda, pero casi todo se diluy¨®. Casi todo, porque perduraba que Sald¨ªvar tiene fibra de torero tras un merit¨ªsimo paso por una comprometida confirmaci¨®n que ha salvado con nota.
Y la mirada de Talavante es indefinible. Cuando nadie lo esperaba, se dirige al centro del ruedo para brindar el otro toro anovillado del festejo y blando de remos para m¨¢s se?as. Y los estatuarios tuvieron el sabor de la verdad asentada en el suelo. Surgi¨® despu¨¦s el empaque que guarda en su mano izquierda y pinta alg¨²n natural de m¨¦rito. Mientras destaca la nobleza del toro, toma cuerpo la espesura del torero que parece ensimismado en su aburrimiento. Y no pasa nada. Y tampoco surgi¨® la emoci¨®n en el quinto, un manso con genio que exig¨ªa una muleta poderosa. No consigui¨® Talavante hacerse con ¨¦l, no le trag¨® lo necesario ni lo convenci¨® de su mando. Y los dos se aburrieron; y con ellos, todos los dem¨¢s.
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