Del arte a la vulgaridad
Por un momento, eran ya casi las nueve de la noche, los dos se?ores que custodian el acceso a la puerta grande de Madrid hicieron sonar levemente el cerrojo. Por un instante, la plaza entera se contagi¨® de un aroma especial; un olor profundo a toreo grande se extendi¨® por los tendidos. Los vellos, a flor de piel. Estos ojos, los de todos, acababan de presenciar un cambio de manos que pareci¨® eterno, hermos¨ªsimo, de una intensidad arrolladora. Y, a continuaci¨®n, un pase de pecho que supo a la misma gloria, henchido de maestr¨ªa, de ritmo, de gusto...
Estaba toreando Jos¨¦ Mar¨ªa Manzanares a un torete de fina estampa, nobil¨ªsimo y de casta suficiente para perseguir la sedosa muleta.
Dos ganader¨ªas/Castella, Manzanares, Talavante
Rechazados los toros anunciados de Garcigrande. Cuatro toros de Parlad¨¦, y dos -cuarto y quinto- de Juan Pedro Domecq, muy justos de presentaci¨®n, muy blandos y nobles; destacaron cuarto, quinto y sexto.
Sebasti¨¢n Castella: media baja (silencio); gran estocada (oreja).
Jos¨¦ Mar¨ªa Manzanares: estocada ca¨ªda (palmas); estocada ca¨ªda (oreja).
Alejandro Talavante: pinchazo, estocada y un descabello (silencio); _aviso_, pinchazo, casi entera atravesada, un descabello _segundo aviso_ y un descabello (vuelta al ruedo).
Plaza de las Ventas. 20 de mayo. Und¨¦cima corrida de feria. Lleno.
Y queda lo mejor... La plaza, ensimismada. El toro descansa. El torero se deja querer, se pasea como en trance, sin prisa...Cita con la izquierda y toro y torero se funden m¨¢gicamente en una tanda perfecta de tres naturales que fueron un puro sue?o, la esencia misma del toreo grande, tomando la embestida de largo, embarc¨¢ndola en la panza del enga?o, tirando de ella con suavidad, alargando hasta donde la articulaci¨®n del brazo permite, dibujando mientras tanto un semic¨ªrculo, y cuando el toro se vuelve se encuentra de nuevo con la muleta para iniciar un pase de pecho clamoroso, de pit¨®n a rabo. Ah¨ª fue donde son¨® el cerrojo de la puerta grande.
Pero no se abri¨® porque el torero alarg¨® innecesariamente la faena, porque la estocada cay¨® baja, y porque aquel sue?o no fue redondo. Pero todav¨ªa persiste el olor. ?A qu¨¦ s¨ª?
Y en el sexto, Talavante se rompi¨® en una entrega ilimitada, impropia de este torero, tantas veces ap¨¢tico. Y dome?¨®, domin¨® y mand¨® a un toro que embest¨ªa rebrincado y con un feo y molesto cabeceo. Por un momento, parece que lo desborda, que su gesto quedar¨¢ en nada, hasta que, al final de su largo trasteo, se planta de verdad, toma la izquierda y dibuja una tanda de naturales excelsos, exuberantes de mando, ligaz¨®n y belleza extrema. Fue tal el cruj¨ªo que vivi¨® la plaza que no se oy¨® el ruido del cerrojo. Para terminar, unas ce?idas manoletinas y una espeluznante voltereta, y otro milagro, pues ni un rasgu?o ni en la carne ni el bordado present¨® el torero al levantarse. No consigui¨® trofeo porque la faena tuvo un final impropio de un triunfo, pero tambi¨¦n Talavante hizo presente la magia del arte del toreo.
Y Castella, tambi¨¦n. A su modo y manera, porque la estocada que recet¨® al cuarto fue de aut¨¦ntica categor¨ªa, de ¨¦sas que antes val¨ªan un potos¨ª. Ayer, al menos, vali¨® una oreja porque fue la mejor culminaci¨®n a una labor de entrega, que inici¨® por estatuarios en el tercio, sigui¨® con la mano derecha con sobriedad y pundonor, asentada siempre la planta en la arena, y baj¨® el tono por naturales. Err¨® en su empe?o de extender la faena hasta el exceso, y cuando muri¨® el toro nadie se acordaba ya de los estatuarios famosos. Quede, no obstante, constancia de su pundonor y, sobre todo, del espadazo final.
Pero del arte a la vulgaridad solo hay paso; y de la inenarrable emoci¨®n al condenado aburrimiento, ni eso. Garcigrande, la ganader¨ªa anunciada, no pudo lidiar porque sus toros fueron rechazados en el reconocimiento. Vaya petardo del ganadero y de los tres toreros que vieron y eligieron la corrida en el campo. Y los sustitutos, mal presentados todos, -el primero era una sardina-, muy blandos de remos y solo la muy escasa exigencia de los tiempos actuales evit¨® una debacle a pesar de la ruidosa protesta de algunos espectadores.
Resulta muy penoso y vulgar que estas tres figuras se presenten en Madrid con gatos que ofenden a la vista y que, a la postre, agreden a su propio prestigio. ?Es un nuevo intento de enga?ar al p¨²blico o es que la inteligencia es un bien escaso entre los taurinos? Qui¨¦n sabe...
El pobrecito primero era una raspita de pescado, y la anodina labor de Castella se mezcl¨® con las protestas del p¨²blico. No es admisible que ese toro saliera en la plaza de las Ventas. No es necesario imaginar siquiera c¨®mo ser¨ªan los rechazados... Protestado tambi¨¦n el segundo, inv¨¢lido y hundido, con el que la labor de enfermero elegante de Manzanares no pas¨® de discreta a pesar de sus buenas intenciones. Y el cuarto era tan bueno que embest¨ªa, es un decir, como una vaca lechera. Y ya se sabe que las vacas producen buena leche, pero embistiendo son de una vulgaridad espantosa.
Lo misterioso, lo indescifrable, lo que no tiene sentido alguno es que estos tres toreros capaces de emocionarnos y crear arte -todav¨ªa huele el aroma- caigan con estr¨¦pito en el pozo de la ordinariez. Pero as¨ª es la vida...
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